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Alejandro Navas, Profesor de Sociología, Universidad de Navarra

La ilusión del casting

jue, 04 nov 2010 09:03:56 +0000 Publicado en Diario Vasco

El comienzo ha sido vacilante. A Gran Hermano 12 le está costando remontar el vuelo y alcanzar la velocidad de crucero, es decir, una audiencia millonaria que le permita incluso encabezar el ranking. Parece que, a pesar del cuidado puesto en la selección, los culpables de este preocupante arranque serían unos concursantes más bien sosos. Hay que hacer algo para enderezar el rumbo, y la clave no requiere demasiada imaginación: el sexo. Ésta es la ‘original' apuesta que caracteriza la edición de los récords. En esta ocasión, hombres y mujeres fueron separados de inicio en dos casas, pero sólo por unos días: después de contactos por parejas en el llamado ‘cuarto oscuro', tuvo lugar la mezcla general, en la que se espera que los participantes descarguen la tensión sexual acumulada en los días anteriores. El canal ha acuñado incluso un término para describir la que será su actividad principal a partir de ahora: ‘edredoning'.

Ha habido también récord de candidatos: unas 62.000 personas se pusieron en contacto con la cadena para formalizar su inscripción en el casting, lo que supone un incremento del 24% respecto del año pasado. No se trata de un fenómeno excepcional o anómalo: más bien refleja rasgos muy típicos de nuestra sociedad actual.

Mucha gente, joven sobre todo, parece ver colmadas sus aspiraciones vitales con la presencia, aunque sea fugaz, en un plató televisivo, lo que les asegurará unos minutos de notoriedad, o más tiempo si son capaces de armar gresca y montar el número. YouTube se ha convertido en una especie de casting planetario; en Facebook, Flickr y plataformas similares, millones de personas intercambian fotografías. Como afirma el sociólogo Geoff Cooper, todos colaboran en la difusión de esta ‘tecnología indiscreta', que permite la continua observación recíproca de millones de espectadores.

Los criterios tradicionales para el logro de la notoriedad ya no tienen vigencia. Antes había que ser alguien (estatus)  hacer algo destacable en cualquier ámbito (mérito) para obtener la atención de los medios. La fama se democratiza  ahora cualquiera puede aspirar  ella. Crece de modo continuo el número de personas que ‘han salido' en televisión, y no sólo por hacer de público en los programas en directo. Como es lógico, ese paso por el plató, que no se apoya en éxitos relevantes, tampoco deja huella. La momentánea publicidad –y la correlativa audiencia, pues de eso se trata en el fondo– se puede estirar si aparecen ingredientes dramáticos, ligados a las peripecias sentimentales  sexuales de los protagonistas  adobados con las oportunas dosis de conflicto y violencia. El caso de Belén Esteban sería el ejemplo paradigmático. El establishment televisivo se defiende de las críticas dando un sesgo educativo al montaje: el contenedor de Gran Hermano o las academias de los concursantes aparecerán como laboratorios sociológicos o centros educativos cualificados. Se trataría de estimular una cultura del esfuerzo, algo que el país necesita con urgencia, a la vista del galopante fracaso escolar. Además, se cuenta con el imprescindible elemento dramático, inherente a todo certamen: selección, eliminatorias, fase final, triunfo y derrota, gloria futura  para el ganador. Para conseguir ese clímax hay que elegir con esmero a los candidatos, de modo que se asegure un adecuado reparto de papeles. En cualquier reality-show encontraremos más o menos los mismos personajes: el ‘trepa'; el villano conflictivo; el sensible infeliz; el aparentemente anodino que tiene un pasado siniestro; el genio incomprendido; el de sexualidad equívoca; etcétera.

En un alarde de cinismo, los canales nos venderán ese grupo como una muestra representativa de nuestra sociedad. Los productores, que manejan el programa entre bambalinas, se encargan de dosificar el morbo, para lo que contarán también con elementos ‘picantes' de la vida pasada de los concursantes. Y si a pesar de todo, la tensión decae, siempre se puede enviar al plató a algún famoso de verdad para que ‘caliente' el show. Hay muy poca reality en todo ese montaje, pero por desgracia sí que son reales sus víctimas; precisamente esta condición auténtica de la sangre que corre asegura el tirón de la audiencia.

Algo va mal en nuestra sociedad cuando tanta gente joven ve satisfechas sus expectativas vitales con la presencia en ese espectáculo. Que sea ‘guay' salir en televisión y hacerse famoso de golpe no parece explicación suficiente. Padres, educadores y responsables en general deberíamos sentirnos interpelados por la parte que nos toca. Al fin y al cabo, son adultos los que se benefician de la explotación del negocio.