13/10/2022
Published in
The Conversation
Itziar Vélaz Rivas |
Investigadora del Instituto de Biodiversidad y Medioambiente y profesora de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Navarra.
No cabe duda de que el plástico se ha hecho imprescindible en nuestro día a día; estamos rodeados de objetos fabricados con algún tipo de polímero termoplástico o mezcla de ellos y con otros compuestos y aditivos añadidos que mejoran o modifican las características del material para la aplicación que se le quiere dar. Según el informe PlasticsEurope de 2021, en números redondos, el 40% del plástico producido se emplea en empaquetado, mientras que en la construcción se usa el 20% y en automoción el 9%. También se aplica en electrónica (6%), deporte, ocio y hogar representan el 4% del plástico producido y en agricultura se emplea el 3%. El resto se reparte entre accesorios, material biomédico, ingeniería mecánica, etc.
El plástico apareció en 1860 y desde la segunda mitad del siglo XX se ha considerado un material innovador, además de ser impermeable, resistente, ligero, buen aislante y relativamente barato. Presenta muy buenas propiedades que, de momento, ningún otro material puede suplir. Debido a estas características y su versatilidad, su producción ha alcanzado cifras sorprendentes y sobrecogedoras, teniendo en cuenta el impacto sobre el medio ambiente que este material genera. En el mundo, en los años 50 se producían unos 2 millones de toneladas de plástico al año y en la actualidad esa cifra ha aumentado hasta los 370 millones de toneladas. Si se sigue a este ritmo, se estima que en 2035 se alcance el doble de esta producción y unos 15 años después, es posible que la cifra se cuadruplique.
Es bien conocido el problema medioambiental que genera el desecho plástico, porque es muy resistente a la degradación si se deja la intemperie. Según el informe de la ONU de junio de 2018 con ocasión del Día mundial del medioambiente se estima que, aproximadamente, 5 billones de bolsas de plástico se consumen en todo el mundo cada año. A causa de la luz (fotodegradación) este tipo de residuo se convierte en microplásticos (partículas de hasta 5mm) que se acumulan principalmente en el mar, convirtiéndose en un problema global. Se estima que más del 80% de la basura del mar es plástico. Según un informe de la OCU, se han encontrado microplásticos en el 68% de 102 alimentos marinos analizados.
Es urgente, por tanto, que se disminuya el desecho de plástico, recordemos las tres “R”: reducir, reutilizar y reciclar, y las incorporemos a nuestra vida diaria. Debemos tener en cuenta que el problema no es el plástico, sino el uso que hacemos de él, debemos emplearlo de manera más responsable. Para combatir el consumo desmedido de este material, a partir del 3 de julio de 2021 en Europa se prohíbe de forma gradual el empleo de plástico de un solo uso (bolsas, platos, vasos, cubiertos, bastoncillos, pajitas, etc.), según la directiva 2019/904.
En relación al reciclaje, en España el 42% de los materiales plásticos reciclados se reutiliza en materiales para la construcción (tuberías, perfiles, etc); un 23% a otros mercados (calzado, perchas), el 14% se emplea en nuevos envases, otro 9% se destina a mobiliario urbano y un 6% a bolsas de basura; el 6% restante es para automoción, agricultura y otros. El primer paso para reducir los depósitos de plástico en los vertederos mediante el reciclaje es separarlos en origen y para ello se necesita la colaboración ciudadana y de las empresas. En el contenedor amarillo deben depositarse botellas y envases de plástico, latas de conserva y de bebida, envases de yogur, bolsas de plástico, film, tubos y botes de cosmética e higiene, tapas de metal, tetrabricks y bandejas de envasado. A partir de ahí, comienza todo un proceso de reciclaje que puede ser mecánico, químico o de valorización energética que permite la obtención de energía en forma de calor y la generación de combustibles. Según la cantidad y diversidad de aditivos que lleve el plástico de origen, se obtendrá un plástico reciclado de mayor o menor pureza. En este sentido, no nos tiene que dar igual el tipo de plástico que elegimos para nuestros productos de consumo.
En cuanto al empaquetado de alimentos, en el que se emplea el 40% del plástico producido, actualmente hay numerosas líneas de investigación que persiguen mejorar la seguridad alimentaria, preservar la calidad y controlar las condiciones del alimento envasado para alargar su vida útil. Surgen así nuevos materiales para el envasado de la comida que derivan en “envases activos o inteligentes”. Los envases inteligentes se centran en proporcionar mayor información acerca del producto y mejorar su presentación siendo además respetuosos con el medioambiente. Los envases activos contienen, por ejemplo, antioxidantes o compuestos antimicrobianos que absorben o liberan sustancias protectoras que prolongan la caducidad del alimento. Existen también recubrimientos comestibles en forma de película biodegradable transparente que actúa como envase sin generar desechos. Por otro lado, la nanotecnología aplicada al envasado mejora la resistencia a la humedad y la temperatura protegiendo el producto incluso de la putrefacción microbiológica. El desarrollo de este tipo de envases pretende dar solución al problema económico, ético y medioambiental que supone el desperdicio de 1.300 millones de toneladas de alimentos anuales, además de satisfacer las pretensiones del consumidor del mundo moderno, siendo el mismo envase el que proporciona información sobre la calidad del producto y alarga su vida útil.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.