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Vargas Llosa y la pasión perpetua

15/04/2025

Published in

Diario de Navarra

Javier de Navascués |

Catedrático de Literatura Hispanoamericana

“Las mejores novelas no son las que no dan una luz sobre la realidad, sino muchas”, escribió Vargas Llosa en cierta ocasión. Lo mismo se podría decir de su personalidad: poliédrica, titánica, infatigable. ¿Con qué faceta nos quedaremos de él? Uno puede repasar las muchas imágenes que ha ofrecido a lo largo de su vida: el defensor de las libertades individuales, el intelectual comprometido, el político frustrado, el carismático seductor. Sin embargo, por encima de todo, Vargas Llosa fue un enamorado de la literatura en todas sus manifestaciones. Solo así se comprende su dedicación testaruda, irrenunciable, a la lectura y la escritura. Incluso para los millones de personas que no lo han leído, Vargas Llosa es y será “el” escritor por excelencia.

Mario Vargas Llosa sobrevivió hasta el domingo pasado a varias generaciones de lectores. Por un lado, están los que lo descubrieron en los años 60 y se maravillaron con el extraordinario tejido narrativo de sus tres primeras novelas. Hoy Conversación en la Catedral sería una novela de minorías, pero entonces la lectura masiva podía ser más exigente. Cuarenta años después, otro público bien diferente compró El sueño del celta gracias al premio Nobel. En medio y después ha quedado una obra extensa cuyas cimas más evidentes fueron La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo y, sobre todo, La fiesta del chivo. Cuando se repasa su larguísima trayectoria, uno no puede menos que sorprenderse con el enorme caudal de temas que se atrevió a tocar, sin perdonar ensayos sobre autores a los que admiraba y que reconocía humildemente como sus maestros, desde Gustave Flaubert a Juan Carlos Onetti.

El amor suele renovarnos por dentro y mantener la juventud del espíritu. La pasión torrencial por la literatura fue el gran amor de escritor peruano. El día en que se enteró de que iba a recibir el Nobel, estaba preparando una clase sobre Alejo Carpentier y lo real maravilloso para la universidad de Princeton. Sabemos que estudiaba el guion de sus clases con la minuciosidad de un principiante, él, que había sido protagonista de uno de los movimientos literarios más importantes del siglo XX. Era la misma motivación con la que iniciaba una novela, se involucraba en debates intelectuales o probaba suerte como actor de teatro a los setenta años de edad. Por eso también devoraba toda clase de libros que tuvieran que ver con las historias que iba a contar. Su actitud creativa iba acompañada de la ilusión del intérprete que empieza de nuevo, quizá también con la ansiedad del novato, siempre con la flecha tensada en el arco.

Después de todo, Vargas Llosa se ha ido joven.