15/05/2024
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Diario de Navarra
Juan José Pons |
Catedrático de Geografía
En el Día del Mundo Rural, que se celebra el 15 de mayo, honramos al santo patrón de los agricultores –San Isidro– y aprovechamos también para reflexionar sobre los desafíos a los que se enfrentan las zonas rurales y cómo podemos ayudar en ellos desde las universidades.
En un contexto territorial cada vez más urbanizado, las comunidades rurales se encuentran a menudo marginadas, enfrentando problemas que van desde la despoblación y el envejecimiento de sus habitantes, hasta la escasez de servicios básicos –públicos y privados– de todo tipo. Las actividades del sector primario, tradicionales de estos espacios, no escapan tampoco a las dificultades. Y muestra de ello han sido las recientes movilizaciones protagonizadas por agricultores, que han traído sus tractores (y su reivindicación) hasta el corazón mismo de las ciudades.
El progresivo abandono de las explotaciones agrarias y ganaderas está causado, preferentemente, por la falta de relevo generacional y por las escasas expectativas de rentabilidad económica del sector, asfixiado como está por la escalada de los costes de producción, la dificultad de competir en precio con las producciones de otros países y la creciente regulación sanitaria y ambiental.
Las movilizaciones de agricultores –al igual que las plataformas y partidos que buscan capitalizar la representación política del conjunto de territorios que conocemos como España Vaciada (nombre a todas luces desacertado, aunque esa es otra cuestión…)– son solo una manifestación palpable de la angustia y la frustración de las gentes que viven en el mundo rural y un símbolo de la lucha por su propia supervivencia.
En este difícil contexto, cabe preguntarse, como hacíamos al principio, cuál es el papel que deben jugar las universidades en la búsqueda de soluciones para los desafíos del mundo rural. Está claro que, más allá de instituciones educativas y de investigación, las universidades son también motores de innovación e importantes agentes dinamizadores del desarrollo local y regional. Su potencial para contribuir al progreso sostenible de las comunidades rurales es muy grande, pero para aprovecharlo plenamente se hace necesario fortalecer el vínculo entre el mundo rural y las instituciones académicas.
En este sentido, las comunidades locales pueden beneficiarse enormemente de la experiencia y los recursos de las universidades en diferentes áreas. Por ejemplo, la investigación aplicada puede ayudar a abordar problemas específicos del mundo rural, como la gestión sostenible de los recursos naturales, el desarrollo agroganadero, la conservación del patrimonio cultural y otras muchas cuestiones. Las universidades pueden también colaborar con las comunidades rurales en el desarrollo de programas formativos mejor adaptados a sus perfiles y necesidades.
Además de estos ámbitos de cooperación, ya de por sí importantes, la colaboración entre el mundo rural y las universidades puede tener un impacto más profundo, involucrando a los estudiantes universitarios en proyectos desarrollados en el mundo rural. Se promueve así una mayor comprensión de las complejidades y desafíos a los que se enfrentan estas comunidades. Y esto, a su vez, puede llevar a un cambio cultural más amplio que valore y respalde la vida en el campo y la aportación de los espacios rurales al conjunto de la sociedad.
Ya desde hace unos años numerosas universidades españolas están comprometidas en esta tarea, bien a través del programa Campus Rural, que promueve el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, o bien bajo el impulso de gobiernos regionales, diputaciones provinciales u otros entes públicos y privados. En el caso concreto de la Universidad de Navarra, tratamos de poner nuestro granito de arena mediante dos programas: “Revitalizar el patrimonio rural” y “Kinesis”, patrocinados por el Gobierno de Navarra y la Fundación La Caixa, el primero, y la Comisión Europea, el segundo.
A través de ellos, son ya decenas de estudiantes universitarios los que han realizado prácticas en pequeños núcleos de población, conociendo de primera mano el medio rural navarro y muchas de las interesantes iniciativas en las que han colaborado. La satisfacción es máxima por ambas partes: los agentes que promueven las prácticas agradecen mucho contar con los conocimientos, el entusiasmo y la visión fresca que aportan los jóvenes universitarios; mientras que, para ellos, el acercamiento a los retos profesionales que se les plantean y la convivencia diaria con las personas de los entornos rurales son una experiencia profesional y vital valiosísima. También lo es saberse partícipes de un gran reto de carácter colectivo como es revertir la suerte de muchos pueblos.
Afortunadamente, ya estamos viendo estos y otros ejemplos inspiradores de la prometedora colaboración entre universidades y comunidades rurales. Al trabajar juntos, podemos aprovechar el poder de la educación, la investigación y, sobre todo, el impulso que poseen los jóvenes universitarios para enfrentar los desafíos del presente y construir un futuro mejor para el mundo rural.