16/05/2021
Published in
Diario de Navarra
Roberto Cabezas |
Director de Fundación Empresa y Career Services de la Universidad
Las máquinas están aprendiendo. Los coches ya pueden moverse sin conductor por las calles. Programas computacionales consiguen reemplazar trabajos que antes hacían profesionales incluso en ámbitos como el de los servicios legales, donde algunas funciones que realizaban abogados, ahora se han dejado en manos de la inteligencia artificial.
El tiempo que nos está tocando vivir ha sido retratado como una época de cambios tecnológicos acelerados, cuyas consecuencias pueden ser tan considerables que escapan a nuestra imaginación. ¿Estamos viviendo un cambio de época o una época de cambios? Me inclino por la primera opción que nos obliga a construir un "otro yo" absolutamente digitalizado, para mejorar nuestra empleabilidad y sobre todo la competitividad.
Sabemos, a partir de experiencias históricas de transformaciones productivas radicales, que se avecinan nuevos cambios para ámbitos tan esenciales en nuestras vidas como el del trabajo, que no tiene que ver solo con nuestra subsistencia, sino también con nuestra identidad, nuestro entorno, nuestra cultura, nuestra autopercepción y lo que los demás perciben de nosotros. El trabajo, en definitiva, no es solo lo que hacemos, sino también en alguna medida lo que somos.
Hasta hace algún tiempo la vida productiva de una persona podía resumirse en una línea de tiempo bastante predecible: una carrera profesional, un trabajo, ahorro, una casa propia, la jubilación. Sin embargo, todo ha cambiado. El trabajo es una relación en permanente mutación, casi de trashumancia entre una empresa y otra, con nuevos jefes y nuevos empleados, con la demanda de nuevas habilidades y competencias. En este contexto vislumbro algunos problemas o retos. Un problema es que los sueldos, como viene pasando en el mundo desarrollado, no crezcan como las ganancias del capital debido a que los emprendimientos globalmente exitosos demandan más innovación que la antigua inversión necesaria en recursos humanos e infraestructura para echar a andar una fábrica, una empresa o un proyecto profesional. Otro, que haya menos trabajo porque las funciones que ejercían los humanos han quedado en manos de programas computacionales, algoritmos o máquinas robotizadas. Y otro reto, que tal vez sea el más relevante, es que no sabemos cuáles serán los trabajos por los que las personas tendrán que competir.
El fundador del foro económico mundial, el economista alemán Klaus Schwab, acuñó el concepto de cuarta revolución industrial. Si la tercera fue la revolución digital, la cuarta se define por avances tecnológicos en campos como robótica, inteligencia artificial, cadena de bloques, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología, internet de las cosas, impresión 3D y vehículos autónomos. La tecnología digital revolucionó el comercio, el consumo y la logística. Gracias a ella una marca norteamericana puede vender a clientes europeos productos cuyos componentes se crearon a partir de materias primas del tercer mundo y cuyas partes se ensamblaron en puntos distantes, como China o México.
En medio de este panorama se ha calculado que un 47% de los empleos en Estados Unidos tiene un alto riesgo de ser automatizado. Los economistas menos catastróficos subrayan que en el pasado los cambios tecnológicos han terminado creando más puestos de trabajo que los que eliminaron. Aunque el corto plazo puede ser turbulento, reconocen que en el largo todo será para mejor, y los efectos negativos pueden mitigarse a través de las acciones de los gobiernos.
Nos estamos moviendo de una realidad donde la gente busca un trabajo estable a otra en la que cada uno tiene que resolver qué quiere hacer, cómo encontrar la capacitación necesaria, cómo promoverse a uno mismo, probarle a los demás que es bueno en lo que hace y que tiene valor. Todos vamos a tener que involucrarnos mucho más en crear el trabajo que queremos hacer. Ser jefe de uno mismo será cada vez más frecuente e incluso necesario.
¿Cómo nos preparamos para trabajos que no podemos ni imaginar? ¿Somos conscientes que vamos a tener una vida laboral más larga? ¿Cómo nos familiarizamos y gestionamos la incertidumbre? Quizá debamos asumir que lo que aprendemos hoy lo más seguro es que no sea válido en algunos años. Mi recomendación es formar en competencias (y virtudes) y habilidades que nos permitan ser más flexibles para adaptarnos a las necesidades tan cambiantes. Esto nos hará más fuertes para la evolución permanente y para re-imaginarnos una y otra vez. Reinventarse, en definitiva.
Las instituciones que organizan nuestra vida en sociedad y sus respuestas ante el nuevo desafío tecnológico pueden hacer la diferencia entre una transición traumática o una que impulse mejoras sustanciales en el bienestar social a partir de los avances productivos. Es decir, el contexto es clave. Debemos asumir que el mundo nunca más será el que fue, pero tampoco es todavía el que definitivamente será. La flexibilidad es el camino. El futuro está abierto.