20/08/2022
Published in
Diario de Navarra
Ignacio Miguéliz Valcarlos |
Museo Universidad de Navarra
Al contrario de lo que ocurre con otras artes, las obras de platería y ornamentos son de fácil transporte y por lo general no están asignadas a un lugar especifico de la iglesia, con unas medidas y necesidades concretas. Gracias a ello pueden ser trasladadas y movidas de lugar sin tener que ser adaptadas a sus nuevos destinos, tanto antiguamente como en tiempos recientes, de tal forma que hoy en día nos encontramos piezas de platería y ornamentos en lugares para los que no fueron destinados.
Guerras y desamortizaciones en el siglo XIX
Algunas de las obras que hoy en día vemos en un lugar distinto al que se destinaron en origen se movieron ya durante el convulso siglo XIX, principalmente a causa de las guerras contra los franceses y las Carlistas, y sobre todo debido a las desamortizaciones eclesiásticas. Durante las primeras, se hizo necesaria la plata de las iglesias para sufragar los gastos de guerra, y, ante la petición del Gobierno, los obispados hispanos autorizaron a sacar la plata de sus iglesias para ser fundida y recaudar efectivo. Se puso como condición que si algún particular o institución estuviese interesado en una pieza esta se vendería y de este modo se salvaría de la fundición. Probablemente a este motivo se deba la presencia de sendas custodias de origen americano en Pamplona. La primera, conservada en la iglesia de san Saturnino, fue labrada en Potosí, actual Bolivia, entonces perteneciente al Virreinato del Perú y enviada en 1734 por Pedro Navarro a su primo, sacerdote en santa María de Olite, a donde llegó en 1745. Posteriormente, y en el marco de una de estas contiendas, fue comprada por el párroco de san Saturnino, Melchor de Irisarri, que tras su fallecimiento la legó a la parroquial. Mientras que la segunda, de origen mexicano y conservada en la capilla de san Fermín, fue regalada por Juan Martín Astiz y Garriz a la iglesia de Gazólaz en 1757, de donde fue enajenada en una fecha indeterminada entre 1815 y 1854. Las desamortizaciones sufridas por la iglesia en el siglo XIX supusieron la perdida y el traslado de muchas de estas piezas, sobre todo en el caso de los grandes monasterios. Conocido es el caso de la arqueta de Leire, conservada en la actualidad en el Museo de Navarra, a la que habría que sumar otras piezas, como la Virgen de Irache, ricamente recubierta de chapas de plata, que fue trasladada a la iglesia de Dicastillo en 1844, o un terno de Leire, llevado a Mendigorría por un sobrino de fray Pedro Soto, monje del monasterio, aunque en la actualidad ha vuelto a dicho cenobio.
La Comisión de Monumentos y la intervención del Gobierno
El interés por estos objetos como piezas artísticas y su consideración de bienes culturales, motivó que el Gobierno legislase para la salvaguarda de los mismos y que estuviese pendiente de la venta o estado de aquellos objetos que pudiesen tener un interés histórico artístico, gracias lo cual muchas de estas piezas fueron engrosando las colecciones del Museo de Navarra. En 1970 se recibió, procedente del Archivo de Navarra, el cáliz donado por Carlos III a Ujué, esplendida pieza de orfebrería navarra del siglo XIV. El terno de san Nicolás de Pamplona, parte del cual se conserva en la iglesia de Liédena, fue entregado al Gobierno por la familia del anticuario José Garísoain. Y más recientemente, y procedente de la venta de bienes muebles del palacio de los condes de Guenduláin en Christie’s de Londres, ingresaron varias obras de plata y ornamentos, tanto de carácter religioso como civil.
Salvaguarda de objetos en desuso
Finalmente, no podemos olvidar como el obispado de Pamplona ha ejercido la labor de custodia y salvaguarda de estas piezas, recogiendo muchas de ellas en el Almacén y Museo Diocesano, objetos que bien habían caído en desuso en sus parroquias de origen o que bien proceden de templos cerrados. Algunas de estas piezas son expuestas en el Museo o conservadas en sus depósitos, como el cáliz de Los Arcos, la custodia de Ilurdoz, la cruz de Berriozar, el terno de Gazólaz o la casulla de Codés, mientras que otras son destinadas a parroquias de nueva creación, donde vuelven a cobrar vida. En el caso de las piezas pertenecientes a los monasterios clausurados, algunas de las obras han viajado con las últimas religiosas a sus nuevos destinos, mientras otras, han permanecido en su lugar cuando el recinto ha sido ocupado por otra comunidad.