José Benigno Freire Pérez,, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Una posible clave del éxito escolar
Yo también fui joven, pero eso ocurrió hace ya algunos años. El tiempo que medió entre la mocedad y las canas lo llené, profesionalmente, en tareas y funciones educativas. He manejado, con gusto y soltura, términos y conceptos al uso en la jerga psicológica y pedagógica: motivación, autoestima, evaluación, aprendizaje significativo, estrategias, siete inteligencias, objetivos trasversales, inteligencia emocional, tic´s… Incluso pequé de arrogante y se los expliqué a los padres de alumnos, y a otros colegas.
Nada tengo en contra de tales modernidades pedagógicas, por supuesto. Sin embargo, con la mesura de los años, uno adquiere serenidad y sosiego; contempla la realidad desde ángulos insospechados e inadvertidos en el ajetreo del quehacer cotidiano. De forma y manera que, en un día de especial lucidez, se me iluminó un hecho conocido y comprobado; aunque sin digerirlo, a pesar de mi larga experiencia. Los antiguos, a esos alumbramientos repentinos les llamaban inspiración. Ahora está mal vista; ahora se prefiere una investigación, o una encuesta.
Mi descubrimiento es sencillo y sustancioso, al menos eso pienso yo; y de simple observación común. Lo diré…: los alumnos con calificaciones excelentes suelen obtenerlas en todas las materias, con cualquier tipo de profesor y con todos los sistemas de evaluación… Y, ¡paradójicamente!, también sucede al revés: los alumnos muy poco aficionados al estudio acostumbran a suspender bastantes asignaturas, con cualquier profesor o sistema de evaluación…
Con esa iluminación intuí que el estudio, el esfuerzo personal, tal vez represente un factor anterior y previo, y más sólido, en el éxito escolar. Bien está ajustar la evaluación, adecuar los contenidos a sus capacidades, enseñarle destrezas instrumentales, mantenerlos motivaditos… Pero, ¿y si estudiaran más, con mayor constancia?, ¿y si estudiaran incluso desmotivados? Aun así, ¿mejorarían las calificaciones escolares?
Me pareció una hipótesis sugestiva, que merecía la pena considerar. Es decir, sin menoscabo o desdoro del ingente arsenal pedagógico y los actuales avances psicológicos, el estudio, el esfuerzo personal, seguramente constituye un factor primordial, en ocasiones determinante, del aprendizaje, especialmente del aprendizaje significativo; hasta podría convertirse en un elemento fundamental para rentabilizar la eficacia de las estrategias y las armas manejadas por los profesionales de la enseñanza.
Ahora bien, una vez superada la turbación inicial que acompaña a todo deslumbramiento, comenzó a sonarme a sonsonete conocido. En efecto, multitud de docentes, con más entusiasmo que éxito, reclaman con énfasis el esfuerzo de los alumnos como vector principal –¡aunque no exclusivo!- del rendimiento escolar. Pero me temo que los padres no suelen escuchar este consejo juicioso y se dejan embaucar por cantos de sirena que rebajan o distraen la responsabilidad de sus hijos en las calificaciones escolares.
De todos modos no me desalenté con mi hipótesis, pues el problema ya viene de antiguo. Fíjense: ¡Sócrates! Sócrates no escribía en su muro de Facebook, ni apoyaba sus clases con PowerPoint, pero tenía… ¡ideas! Afirmaba que los profesores debemos actuar a la manera de las parteras. Las parteras ayudan a dar a luz a las señoras, pero el niño, ¡obviamente!, anida en el seno materno. Si la comadrona le entregara a la madre un niño que no está en su seno, no asistiría a un parto, sino a un proceso de adopción. Lo mismo sucede en el aprendizaje. El maestro puede y debe ayudar al discípulo a comprender los conceptos o a asimilar los contenidos; sin embargo, es preciso que la bombilla del conocimiento (el aprendizaje) se encienda en la mente del alumno. Una ley inexorable: hasta que el discípulo no interioriza los contenidos no se concibe el saber. Al alumno no se le puede ahorrar el esfuerzo inherente a cualquier proceso de aprendizaje.
Aquí bien se merece un parón. He de recordar que saber no es sinónimo de información, aunque el saber precisa información. Saber no es rapidez al navegar en internet, ni recurrir al rincón del vago, ni sucumbir al síndrome Wikipedia, o componer ejercicios con la herramienta corta/pega, o un simple aprobar (aun a costa del empleo de malas mañas); tampoco las respuestas de simple memorieta. Por eso las calificaciones escolares no siempre garantizan el saber, pero el saber sí garantiza buenas calificaciones escolares.
No los liaré ahora con el concepto de saber, o conocimiento. Únicamente señalar que el saber precisa, inevitablemente, pensar; analizar, reflexionar. Y pensar supone someter los pensamientos a las leyes de la lógica, y manejar los datos y acontecimientos con el rigor de los protocolos científicos; es decir, disciplina. Y a la disciplina siempre le acompaña el esfuerzo. Así es…
Pienso que mi intuición se encamina bien. Esperaré a otro día de lucidez para argumentarla con una investigación o una encuesta. En esa espera, tal vez algún padre quiera fiarse de la experiencia y se ocupe principalmente de atender al estudio de sus hijos…: ¡mal no les hará!