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El abrazo de Bernini. Un pontificado en cuatro encíclicas

22/04/2025

Published in

ABC

Ramiro Pellitero |

profesor de la Facultad de Teología

El magisterio de Francisco es “revolucionario” porque va al centro del Evangelio, del mensaje cristiano. Y cuando alguien se acerca a ese centro descubre algo insólito: “Dios –señala el papa– es un maestro de las sorpresas. Siempre nos sorprende, siempre nos espera. Llegamos, y Él está esperando. Siempre. El Evangelio va acompañado de un sentido de asombro y novedad que tiene un nombre: Jesús” (Audiencia general, 25-I-2023). 

El magisterio de Francisco recorre ese camino que es verdad profunda y vida plena (cf. Jn 14, 6). La vida cristiana consiste en acoger el amor de Dios manifestado en Cristo, y ese es el centro del mensaje cristiano.

El camino evangelizador de Francisco es un camino de alegría (exhortación Evangelii gaudium). Arranca de la fe (Lumen fidei), a hombros del gigante teológico que ha sido Benedicto XVI. 

Como la columnata que construyó Bernini en la plaza de san Pedro del Vaticano, el mensaje del papa Bergoglio abre los brazos a todo lo creado y propone el cuidado de la tierra, junto con la atención a los más pobres (Laudato si’). 

Su abrazo se concentra luego sobre los hombres y mujeres que pueblan el mundo, para recordarles que todos somos hermanos (Fratelli tutti). Y culmina invitando a participar de la caridad que brota del Corazón de Jesús (Dilexit nos). Vuelve así de nuevo a mostrar la fuente y la fuerza del camino cristiano. Veamos los jalones principales de este camino. 

Ante todo, un mensaje de alegría. El “programa” del pontificado se expone en la exhortación Evangelii gaudium (“La alegría del Evangelio”, 2013). Fue publicada al final del Año de la Fe y como fruto del sínodo sobre la nueva evangelización. 

Apuesta con fuerza por una renovación eclesial centrada en la conversión evangelizadora de todos los cristianos, comenzando por los pastores (“Iglesia en salida”), y con atención especial a los más pobres y necesitados de la sociedad. 

Presenta los principales temas y opciones del pontificado como son: el anuncio de la fe y de la belleza del Evangelio, la misericordia y la esperanza, la paz y el diálogo social, el valor de la piedad popular y de la inculturación del mensaje cristiano. Señala las motivaciones espirituales de la tarea evangelizadora y proporciona otros criterios pastorales.

En segundo lugar (aunque se publicó meses antes), consideramos la encíclica Lumen fidei. Expone la fe como luz que se abre al amor. Fue realizada “a cuatro manos”, sobre un texto de Benedicto XVI –que completaba una trilogía de encíclicas sobre las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad–, enriquecido y firmado por el papa Francisco. 

Entre sus temas de fondo está la conexión entre el conocimiento y el amor. La fe otorga el conocimiento de la verdad porque es “ver con los ojos de Cristo”.

“La fe transforma toda la persona –y a través de ella de la vida familiar y social–, precisamente porque la fe se abre al amor” (n. 26). Cuando se vive realmente, la fe cristiana llega a transformar también la relación con la naturaleza y el sentido tanto de la alegría como del sufrimiento. 

A continuación vio la luz la Laudato si’ (“Alabado seas”, 2015), encíclica que propone una mirada nueva a la ecología. La fe ayuda a descubrir el valor del mundo creado y el deber de cuidar la tierra. Se trata de la primera encíclica que presenta la visión cristiana de la ecología. Critica tanto una visión del hombre como dueño y señor del mundo (sin barreras), como la opinión de que todo lo que existe tiene igual valor (sin ninguna jerarquía).

Propone una “ecología integral” que rechace el individualismo y descarte a los pobres. Fustiga el consumismo, la injusta explotación de los recursos y la indiferencia ante el cambio climático. 

Defiende un estilo de vida basado en la solidaridad, la contemplación, el respeto de la creación y el desarrollo sostenible. 

Para todo ello pide una “conversión ecológica” que nada tiene de superficial ni coyuntural. 

Luego vino la Fratelli tutti (“Todos hermanos”, 2020). En el centro de la creación, que es como una casa de familia, se sitúa la familia humana. Y en esta familia se desarrolla la persona, abierta a la sociedad por medio de la amistad y en el horizonte grande de la fraternidad universal 

Carecen de sentido los indidualismos personales y grupales, y los nacionalismos cerrados. Hay que rechazar la “cultura del descarte” y la globalización de la indiferencia ante los más frágiles. Es preciso reconducir la política y la economía para el bien “real” de todos. Hemos de recorrer las vías del diálogo, de la paz y del servicio esforzado y generoso, para lograr una sociedad mas fraterna, como Jesús enseña con la parábola del buen samaritano. 

Finalmente, el mensaje cristiano, hecho camino para todos, reencuentra su centro: el amor de Dios manifestado en Aquél que “nos amó” (encíclica Dilexit nos, 2024). El Corazón de Cristo es el centro de la vida personal y social, capaz de renovar un mundo acechado por el individualismo y el consumismo. 

Desde ahí podemos despertar a la compasión, a la solidaridad y a la justicia. Pero este redescubrimiento reclama una conversión de nuestro corazón, que nos lleve a aportar en el día a día la pequeña semilla (cf. Jn 12, 24) de una civilización del amor. Si no creyéramos en esto, ¿en qué quedaría la luz y la fuerza de nuestro abrazo?