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La herencia de Francisco

22/04/2025

Published in

Diario de Navarra

Tomás Trigo |

profesor emérito de la Facultad de Teología

Mientras elevo mis oraciones a Dios para que reciba en sus brazos a su siervo Francisco, vienen a mi memoria muchos momentos de su vida, muchas ideas de sus enseñanzas; y pienso en el significado de sus años al timón de la barca de Pedro, y en sus valiosas aportaciones a la vida de la Iglesia y del mundo. Con cierta rapidez resumo algunas de esas contribuciones:

Lo primero que me viene a la cabeza es su primer documento, la exhortación apostólica Evangelii gaudium, el documento programático del pontificado, que quería poner su centro en Cristo; en él se encuentran también las prioridades de Francisco. “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría –dice al comienzo–. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años”.

Desde otro punto de vista, hay que destacar el conjunto de reformas que Francisco ha promovido en la Iglesia; en primer lugar, la renovación de la Curia, a partir de la Constitución Praedicate Evangelium; y, en segundo, la reforma de las finanzas del Vaticano (algo realmente difícil), a fin de poner orden y mejorar la transparencia.

Siguiendo los esfuerzos de los papas anteriores, fomentó de diversos modos el diálogo con otras religiones: un diálogo al que Francisco consideraba un antídoto contra el extremismo y un signo providencial para la paz y la fraternidad.

Con la palabra y el ejemplo, el Papa ha insistido en la opción preferencial por los más necesitados, impulsando iniciativas de ayuda a migrantes y refugiados. “Los seguidores de Jesús –enseñaba en una ocasión– se reconocen por su cercanía a los pobres, a los pequeños, a los enfermos y a los presos, a los excluidos, a los olvidados, a quien está privado de alimento y ropa”.

Otra de sus preocupaciones fue una realidad que ocupa poco espacio en los medios, pero que no podemos ignorar: los cristianos perseguidos, los nuevos mártires del siglo XXI.

Además, Francisco ha hecho todo lo posible para mostrar la santidad como una vocación a la que todos los hombres y mujeres estamos llamados por Dios. Una santidad que es un camino hacia Dios, que comienza en el Bautismo, que consiste en seguir a Cristo, y se recorre con la fuerza del Espíritu Santo que nos santifica.

Francisco nos ha mostrado la relación de nuestra fe con el cuidado de la naturaleza, como puede verse en la encíclica Laudato si’. Siguiendo el camino abierto por los pontífices precedentes, su predicación y sus escritos nos han ayudado a ver en el cuidado de la Creación una tarea que pertenece a nuestra fe, desde el momento en el que, como leemos en el libro del Génesis, Dios puso a sus primeros hijos en el Edén para que lo cultivaran y cuidaran.

Deseo destacar también su insistencia en que la enseñanza de la fe se centre en el Evangelio, en el anuncio de la buena noticia de nuestra redención, algo que debe expresarse también en las obras, las palabras y la alegría de los cristianos. Y advertía que la educación moral debe comenzar siempre con el mensaje de la gracia de Cristo, sin el cual no podemos nada, para que nadie piense que todo depende de su propio esfuerzo. 

La juventud ha sido una de sus preferencias, como se pudo ver en las JMJ, sobre todo en Río y en Cracovia, y en la Exhortación Apostólica Christus vivit, fruto de un sínodo sobre los jóvenes, en la que propone a Jesucristo como modelo a imitar. De diversos modos, el Papa ha subrayado la necesidad que la Iglesia tiene de los jóvenes, y los ha impulsado a ser de verdad testigos de Cristo en el mundo actual.

Una expresión que quedará de este pontificado es “la cultura del descarte”: “Una cultura de exclusión –enseña el Papa–, de todo aquel y aquello que no esté en capacidad de producir según los términos que el liberalismo económico exagerado ha instaurado”. Una cultura en la que se busca sobre todo el placer inmediato y el bienestar, y que considera a las personas como bienes de consumo, que pueden ser excluidas de la sociedad, si no cumplen los requisitos que impone la nueva cultura: ancianos, no nacidos, pobres, discapacitados…  

Quedará también patente su defensa de la vida, y, en primer lugar, de los no nacidos, “que son –como afirma él mismo– los más indefensos e inocentes de todos, a los que hoy se quiere negar su dignidad humana para poder hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo una legislación para que nadie pueda impedirlo"

Por último, entre las muchas enseñanzas de Francisco sobre nuestra vida espiritual, me gustaría hacer hincapié en una que ha ayudado a muchas personas a vivir más y mejor la intimidad con Dios. Me refiero a su insistencia paternal en que nos dejemos envolver por la ternura de Dios. 

La “revolución de la ternura”, que el Papa ha impulsado, no es un plan pastoral coyuntural, interesante en las actuales circunstancias de la vida de la Iglesia y del mundo, sino algo que hunde sus raíces en el núcleo de la fe cristiana: la encarnación del Verbo.