30/07/2022
Published in
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
La desubicación de retablos, desde sus lugares de origen, siempre fue una opción cuando se retiraban por meras cuestiones de moda, a fortiori si en el lugar de destino el fuego, la guerra, las modas o el deterioro habían dejado su huella. Piénsese en algunos ejemplos, como el nuevo retablo del Puy de Estella, realizado en 1642, que motivó la venta del antiguo a la parroquia de Aizcorbe, o el de los jesuitas de Pamplona que pasó a la basílica de San Ignacio, para su inauguración en1694 y de esta última a la parroquia de Azoz, en 1726, en donde se encuentra actualmente.
Aquel proceso de cambios se incrementó enormemente en dos momentos: la primera mitad del siglo XIX y en las últimas décadas por distintos motivos.
Unas circunstancias propicias en la primera mitad del siglo XIX
La salida de frailes y monjes de sus seculares fundaciones propició que los ajuares de sus templos quedaran en una situación lamentable. El gobierno delegó en el obispo de Pamplona el reparto de sus vasos sagrados, ornamentos y exorno. Las peticiones de distintas piezas, desde las campanas hasta los valiosos ternos o la orfebrería se multiplicaron con más fuerza, si cabe, tras las destrucciones y rapiñas de las guerras de la Independencia y de la primera carlista. A veces, las modas o simplemente la oportunidad de hacerse con piezas que, de otro modo, hubiesen sido imposibles de adquirir por su coste, también determinaron algunos traslados. Veamos sólo algunos ejemplos.
La parroquia de Dicastillo, arrasada en su interior en la primera guerra carlista, pidió gran parte del exorno del monasterio de Irache: retablos mayor y colaterales, así como el de san Veremundo y su valiosísima arqueta renacentista. El mayor del monasterio de La Oliva, sobresaliente obra renacentista, fue comprado por el conde de Guenduláin para las Concepcionistas de Tafalla en 1858. Estas últimas lo cedieron para la parroquia de San Pedro de la ciudad, en 2005, cuando se suprimió el convento.
El de la parroquia de Navascués lo fue del antiguo convento de dominicos de Sangüesa, obra de Pedro Onofre (1723-1724). Su traslado se realizó en 1822, aprovechando la salida de los frailes durante el trienio constitucional. La causa no fue otra que la ampliación del templo parroquial de Navascués, a partir de 1807.
El de los Carmelitas Calzados de la capital navarra acabó en la capilla del Museo de Navarra. Del mismo convento salieron varios para la parroquia de San Agustín y otro para las Agustinas de San Pedro, para presidir su iglesia en 1847.
A los templos cerrados por la exclaustración, hemos de sumar aquellos que se suprimieron por efecto de los nuevos planes beneficiales, como ocurrió en Tudela. Esa fue la causa del traslado a Monteagudo del antiguo retablo de la parroquia de San Miguel de Tudela, obra de Francisco Gurrea (1697), en 1806.
Las últimas décadas: despoblación y cierres de templos
El proceso de despoblación y secularización de las últimas décadas han hecho tomar soluciones para la salvaguarda de muchos retablos que, de otro modo, hubiesen sido destrozados o robados por el abandono de distintos núcleos de población. También las restauraciones “en estilo” de algunos templos medievales, como Villamayor de Monjardín o el monasterio de Azuelo hicieron que sus retablos se retiraran, con mayor o menor suerte en sus nuevas ubicaciones
Un conjunto lo constituye el de los monasterios de clausura femeninos que se han clausurado. A la cabeza los de Carmelitas de Lesaca y de Benedictinas de Estella, cuyas comunidades dejaron por diversas causas sus primitivas construcciones. El mayor del primero se destinó a la parroquia de Elizondo, mientras que el del segundo se ubicó en el monasterio de Leire, en 1971. Los colaterales de las Salesas de Pamplona se han reubicado en Eugui, mientras que el de las Agustinas de San Pedro ha vuelto a la parroquia de la Virgen del Río. Éste último procedía de los Carmelitas Calzados de Pamplona y fue adquirido por las religiosas en 1847. En su iglesia estuvo hasta que la comunidad se mudó al nuevo monasterio de Aranzadi, en 1969. Tras su cierre en 2010, se reubicó en la parroquia de la Virgen del Río, el templo secular de las citadas religiosas en la capital navarra.
Por lo que se refiere a retablos de templos cerrados o pertenecientes a localidades en despoblación, citaremos algunos ejemplos. Uno de los más tempranos traslados fue el mayor de Uli Bajo, que se reubicó en la Residencia de El Vergel en 1974. Los de Guenduláin se trasladaron a la antigua iglesia de Capuchinos de Peralta. El de San Pedro de Lizarra de Estella se reubicó en las Concepcionistas Recoletas de la misma ciudad en 1982, los colaterales del seminario de Tudela (antes Carmelitas Descalzos) se instalaron en Murchante en 1985. En este último año se trasladó el mayor de Villamayor de Monjardín a la parroquia del Salvador de Pamplona; en 1988, el de Larrángoz a Barañáin; en 1998, el de San Nicolás de Tudela a San Blas de Burlada y, en 2009, el de San Pedro de Echano a Sarriguren. En muchas ocasiones, los traslados no se hicieron con todos los elementos, ya que titulares y sagrarios acabaron en otros lugares o pasaron al Museo Diocesano.