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Un par de ejemplares en Navarra de la edición ilustrada de la Vida de San Bernardo de 1587


Photo /Detalle del grabado de san Bernardo con las arma Christi, perteneciente a la vida ilustrada editada en Roma en 1587

A fines del siglo XVI y comienzos de la siguiente centuria, cuando las grandes imprentas europeas llevaron adelante proyectos editoriales con excelentes ilustraciones calcográficas, su elegancia deslumbró a personas e instituciones. Aquel lujo no llegaría a las prensas españolas y navarras hasta el siglo siguiente, en pleno reinado de Carlos III, por lo que los ejemplares ilustrados fueron codiciados a lo largo del Seiscientos desde distintos ámbitos. Nobles y altos eclesiásticos, con alto poder adquisitivo, pudieron conseguir aquellas piezas con imágenes, en un contexto en el que el tiempo era abundante, y quienes se acercaban a las mismas “hacían de la contemplación algo útil, terapéutico, que elevaba su espíritu, les brindaba consuelo y les inspiraba miedo” (D. Freedberg).

Las órdenes religiosas, en Roma o Amberes, encargaron vidas ilustradas de sus fundadores que corrieron por Europa y América, copiándose sus composiciones en pinturas y relieves escultóricos. Las inscripciones manuscritas de algunos libros nos permiten conocer la particular historia de su adquisición y la llegada a sus destinos.


Portada de la Vita et miracula divi Bernardi Clarevalensis abbatis (Roma, 1587)

La correspondiente a san Bernardo, editada en Roma en 1587, con el título de Vita et miracula divi Bernardi Clarevalensis abbatis, fue posible gracias a la Congregación Cisterciense de la Corona de Castilla y el patrocinio del cardenal Jerónimo Rusticucio, protector de los bernardos españoles. Se concibió, en buena medida, como una ilustración de la Vita Prima de san Bernardo, el texto hagiográfico más importante referente al santo, del que fray Juan Álvaro Zapata, monje y futuro abad del monasterio de Veruela, publicó una versión en castellano en 1597. Los modelos de sus estampas se deben a la invención del célebre Antonio Tempesta y su ejecución a Querubino Alberti, Filippo Galle y otros destacados grabadores.

Actualmente, existen en Navarra dos ejemplares de aquella edición, uno en Tulebras y otro en La Oliva, este último con delicadas anotaciones caligráficas en los reversos de las estampas. En el caso de haber pertenecido este último al citado monasterio antes de la Desamortización, aquellos textos los debió hacer el padre Compaño, monje de Poblet, escritor de libros, al que hizo venir el abad Esteban Guerra (1585-1588) para realizar unos bellísimos cantorales destinados al Oficio Divino.



Nota manuscrita en el ejemplar de Tulebras, que da cuenta sobre sus poseedores desde que fue adquirido en Roma en 1636, hasta llegar al monasterio navarro

Del ejemplar de Tulebras, conocemos todo lo relativo a su particular historia, gracias a una larga inscripción manuscrita en el reverso de una de sus estampas. Fue adquirido en Roma, en 1633, por el canónigo de la catedral de Pamplona y arcediano de Santa Gema, Bernardo Ladrón de Cegama, advirtiendo que contenía “cinquenta y seis foxas con estampas finas”. A su muerte, pasó a su sobrino Juan Luis Ladrón de Cegama, que ocupó la misma dignidad desde 1646. Al fallecer este último, fue a parar al canónigo calagurritano Laurencio Ladrón de Cegama que lo entregó en 1663 a la monja de Tulebras doña Ángela Díez de Ulzurrun y Berrozpe, “y después de sus días que si sucediere aver en dicho convento alguna sobrina mía se haya de dejar y caso que no la aya, aya de quedar para el dicho convento de Tulebras”. Una anotación posterior de 1683, recoge esta apostilla: “Por la razón sobredicha, y en cumplimiento de la cláusula y voluntad del canónigo Cegama, pasó este libro a poder de la señora doña Ángela Ysabel Díez de Ulzurrun y Vea, religiosa asimismo del Real Monasterio de Tulebras, sobrina de todos los sobredichos, la qual tomó el santo hábito en el noviembre de 1683” y fue abadesa, excepcionalmente, durante cuatro cuadrienios.

Otro ejemplar también debió llegar, con toda seguridad, al monasterio cisterciense de Fitero, como atestiguan pinturas de diferentes retablos de su iglesia abacial, especialmente sendas tablas del retablo mayor, obra de Rolan Mois (1590), que copian las estampas del mencionado libro.