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San Sebastián, abogado contra la peste


PhotoJ. L. Larrión/Tabla de san Miguel y san Sebastián del retablo de Burlada -hoy en el Museo de Navarra-, por Juan del Bosque, 1540-1546.

San Sebastián fue un militar cristiano de la guardia imperial del siglo III. Uno de sus compañeros delató por sus creencias al joven a un oficial, que no se atrevió a arrestarle dado su alto rango, aunque lo puso en conocimiento del emperador. Éste -identificado tradicionalmente con Diocleciano- mandó llamar a Sebastián y le recriminó su ingratitud por introducir una religión que juzgaba perniciosa para el imperio. Sebastián no se arredró y le contestó que no se podía hacer mejor servicio que convertir a sus súbditos a la religión de Cristo. Irritado ante esa respuesta, ordenó que fuese amarrado a un tronco y asaeteado. Dado por muerto, una santa mujer, llamada Irene, fue a enterrarle y lo encontró vivo, llevándole a su casa para curarle las heridas. Al enterarse, el emperador ordenó que lo llevasen al circo y lo apalearan hasta la muerte.

Abogado contra la peste

Las creencias en la protección de los santos en momentos trascendentales de enfermedad y de muerte, desarrollaron su papel como intercesores y taumaturgos y se plasmaron en textos hagiográficos y representaciones visuales. El caso de san Sebastián, como abogado contra la peste, es bien ilustrativo, al igual que ocurriría con san Roque a partir del siglo XV.

El origen de la protección de san Sebastián sobre la peste data del año 680, cuando libró a Roma de una gran epidemia, hecho divulgado por Pablo Diácono en su Historia Longobardorum. A la sazón, hay que recordar que la peste concordaba con una lluvia de saetas, tanto en las fuentes clásicas -pasaje de la Ilíada en que Apolo desencadena la peste con el disparo de su flecha- como en las bíblicas (Salmos 7 y 64). La Leyenda Dorada colaboró decisivamente a la difusión de su culto e iconografía. En su texto se afirma que el santo quedó cual erizo tras su asaeteamiento. Desde mediados del siglo XIV, con motivo de la peste negra, su popularidad creció muchísimo.

A fines de la Edad Media, se había convertido en el santo mártir, por excelencia, con gran notoriedad en toda Europa. Se glosaron los paralelismos con Cristo, no sólo por su relación con el pasaje de Cristo atado a la columna o con el Ecce Homo -en el caso de aparecer con los brazos hacia adelante-, sino por el árbol al que fue atado en analogía con el madero de la cruz y por el número simbólico de sus flechas. Si éstas eran tres evocaban a los clavos de Cristo y en número de cinco a sus llagas. 


Imagen de san Sebastián del monasterio de Fitero, obra de filiación aragonesa de mediados del siglo XVI. Foto J. L. Larrión

Las autoridades municipales de ciudades y pueblos hicieron, desde el Medioevo, votos a los santos que se traducían en promesas para guardar sus fiestas, en agradecimiento por los favores recibidos. Fueron frecuentísimos y algunas localidades tenían varios, como ocurrió en Pamplona o Sangüesa, con ocho y seis respectivamente.

Uno de los primeros votos a san Sebastián documentado en Navarra es el de Olite, en 1413, a raíz de la peste de aquel año. Algunos de aquellos votos terminaron en el patronazgo de algunas localidades. En Tafalla, el legendario milagro de la boina de 1426 hizo crecer su culto, llegando a través de su cofradía numerosos donativos. Su célebre imagen pétrea se atribuye al escultor Johan Lome y para su realización dejó una manda, en 1422, el secretario real Sancho de Navaz. 

Un extenso y documentado estudio sobre el patrono de Sangüesa se debe a Juan Cruz Labeaga. En 1543 ya se celebraba el voto, con anterioridad a las grandes pestes de 1566 y 1599. El ayuntamiento nombraba al predicador de la fiesta y a la procesión anual asistían todos los gremios.

Iconografía: predominio de la figura del mártir

Las representaciones artísticas de san Sebastián son abundantísimas en Navarra, siendo las más usuales las que le presentan como un joven imberbe, desnudo y atado a al tronco de un árbol o una columna. La propia colocación del mártir permitió a los artistas estudiar el cuerpo humano tensionado por una posición forzada, así como expresar todo lo relacionado con el dolor, la agonía y el éxtasis.

Del periodo gótico o con impronta de su estética se conservan algunas esculturas. A la cabeza, la imagen en alabastro policromado de la catedral de Tudela, obra atribuida por C. Lacarra y S. Janke al maestre Hans Piet d´Anso o Hans de Suabia, escultor del retablo de la Seo de Zaragoza y residente en aquella ciudad entre 1467 y 1478. Herederas de la estética gótica encontramos algunas imágenes en la Navarra de hacia 1500, entre las que destacan las de Muniáin de la Solana, Asarta y Villafranca. 

Las esculturas y relieves del santo en la Comunidad Foral se multiplicaron a lo largo del siglo XVI. No cabe duda de que el modelo del joven desnudo se prestaba para recrear el cuerpo humano, aunque fuese doliente, en el contexto del humanismo renacentista. Su representación fue una excelente excusa para muchos maestros, con el fin de mostrar una anatomía masculina desnuda, sin temer a la censura eclesiástica, en tiempos en que el decoro era una norma y principio artístico.

En algunas ocasiones, la figura aislada se acompaña de los verdugos con arcos, e incluso ballestas.


Preparativos para el asaeteamiento de san Sebastián por Pedro Ibiricu, 1687. Parroquia de San Pedro de la Rúa de Estella. Foto J. L. Larrión

Para saber más

FERNÁNDEZ GRACIA, R., “San Sebastián, protector contra la peste, en el patrimonio navarro”. Diario de Navarra, 13 de enero de 2017, pp. 64-65