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Portada del libro de Jeffrey A. Friedman ‘War and Chance. Assessing Uncertainty in International Politics’ (New York: Oxford University Press, 2019), 228 páginas
La toma de decisiones de un mandatario o de un gobierno requiere despejar incertidumbres acerca de los riesgos que se corren con esas actuaciones. Los servicios de inteligencia tienen una larga tradición a la hora de cifrar la probabilidad de que una información recibida sea cierta o de que acabe sucediendo aquello que los analistas piensan que puede ocurrir. Una escena de la película ‘La noche más oscura’ (Zero-Dark-Thirty), sobre la operación de los Navy Seals estadounidenses contra Obama bin Laden, refleja una situación típica: en torno a una mesa, las diferentes agencias de seguridad van diciendo al presidente Barack Obama el porcentaje en que cada una de ellas cifra la probabilidad de que el líder de Al Qaeda efectivamente resida en la casa de Abbottabad que se ha sometido a vigilancia. Obama dijo luego haber considerado poco útil, por su dispersión, el amplio abanico de estimaciones que le habían trasladado las distintas agencias; no obstante, acabó ordenando el ataque basado en las seguridades de éxito que le daban los militares, también en un intento de despejar incertidumbres, en el caso de que Bin Laden ciertamente estuviera en ese escondrijo paquistaní.
Ese episodio aparece en varios pasajes de ‘War and Chance. Assessing Uncertainty in International Politics’. El propósito del libro es plantear la conveniencia de que el “razonamiento probabilístico”, frecuente en los análisis de inteligencia, trascienda ese reducido campo y se aplique también a la toma de decisiones en el área más amplia de las relaciones internacionales. Jeffrey A. Friedman, investigador especializado en el arte de la predicción ('forcasting’) e impulsor de varios experimentos llevados a cabo con Philip Tetlock (autor de ‘Superforcasting’), lamenta que los analistas de política internacional se queden la mayoría de las veces en un estadio de mera descripción de las fuerzas en curso o que, incluso cuando intentan asomarse al futuro, se limiten a la presentación de varios posibles escenarios, poniendo normalmente la atención en la peor de las opciones, en lugar de determinar las probabilidades de que cada escenario ocurra. En otras ocasiones, los analistas defienden la aplicación de políticas basados, no en la realidad que más probablemente acabará produciéndose, sino en el escenario que sería deseable.
‘War and Chance’, que a pesar del título no va propiamente sobre la guerra (esta se toma como epítome de las relaciones exteriores), es una obra de carácter muy técnico, dirigida a un público habituado al análisis cuantitativo en ciencias sociales. Ante esa audiencia, el autor trata de justificar la aplicación del razonamiento probabilístico aun a cuestiones en las que no cabe una medición científica.
Friedman está de acuerdo con la frase de Isaiah Berlin de que “pedir o predicar precisión mecánica, incluso en principio, en un campo incapaz de ella es estar ciego y engañar a otros”. Por eso lo que defiende es la percepción de “probabilidad subjetiva”: valorando los hechos comprobados y examinando los factores que determinan posibles desarrollos de los acontecimientos el analista experto puede ser capaz de estimar la probabilidad de que estos sucedan. Incluso aunque el razonamiento se base en análisis estadísticos o modelos matemáticos, al final el juicio del analista reflejará convicciones personales más que verdades objetivas.
En sus experimentos, Friedman constató que “cuando una amplia gama de analistas se tomó tiempo y esfuerzo para evaluar la incertidumbre de modo claro y estructural, entonces mejoró consistentemente la exactitud de sus juicios”. No es que el mandatario o cualquier otro decisor cualificado deba recibir esa precisa valoración del analista como un oráculo certero, pero sería absurdo no tenerlo en cuenta, entre otros elementos, cuando de lo que se trata es de limitar la sorpresa de lo desconocido. “Evaluar la incertidumbre no es suficiente para tomar decisiones fiables en política exterior, pero es un componente necesario para ello”, dice el autor.
Friedman rebate diversas críticas que recibe esta apuesta por el razonamiento probabilístico, entre ellas la advertencia de que determinar la probabilidad de un suceso utilizando una escala que va de lo ‘remoto’ a lo ‘casi cierto’, pasando por lo ‘improbable’ o lo ‘altamente probable’ –sobre todo si se aplica su traducción a porcentajes de probabilidad– puede dar “ilusión de rigor” científico cuando en realidad se trata, por más fundamentado que esté, de una apreciación subjetiva. Friedman responde que en la medida en que analista y decisor son conscientes de las limitaciones de conocimiento en las que se mueven y del significado de los niveles de la gradación probabilística utilizada, una precisión tal a la hora de comunicar la prospectiva resulta beneficiosa. Esto es mucho más útil, según el autor, que la vaguedad en la que muchos analistas incurren cuando miran hacia adelante, dejando al destinatario de sus análisis sin guía en sus decisiones.
Friedman resume en cuatro puntos lo que constituiría el estándar básico del trabajo del analista de prospectiva para evaluar la incertidumbre:
1) Los analistas de política exterior deberían describir la incertidumbre que rodea cualquier predicción o recomendación de políticas que hacen. Es especialmente importante que se describan las posibilidades de que las políticas que se recomiendan consigan los pretendidos objetivos. Habría que ver esto como algo requerido por el rigor propio de un analista.
2) Los analistas nunca deberían basar sus predicciones o recomendación de políticas usando “probabilidad relativa” o “condicionante” (el Pentágono basó su recomendación a Obama de aumento de tropas en Afganistán en que la situación mejoraría claramente respecto a la que había en ese momento, pero sin cuantificar qué posibilidades había de éxito final).
3) Las estimaciones deberían ser suficientemente claras para que el receptor entienda la precisión que se quiere transmitir. La mejor forma de hacerlo es ofreciendo porcentajes numéricos; no obstante, si un analista prefiriera el lenguaje cualitativo, para garantizar la precisión deberían utilizarse al menos diez niveles de probabilidad.
4) Distinguir claramente entre estimación de probabilidad y de confianza: más allá de indicar cuán probable puede ser un determinado desarrollo conviene describir cómo se ha llegado a esa conclusión, evidenciando cuánta confianza se tiene en esa prospectiva.
Aunque el autor presenta esto como un estándar, en realidad habría que recibirlo como un planteamiento de máximos, un horizonte al que convendría tender. En el campo de la inteligencia existe una larga práctica de razonamientos probabilísticos, quizás facilitado por la necesidad de estimar la validez de cada una de las informaciones que se obtienen y manejan. En otros campos de análisis no es tan sencillo; no lo es, por ejemplo, estimar el grado de éxito que puede alcanzar una decisión determinada, pues resulta menos posible reducir la validez de los eventuales escenarios a probabilidades de ocurrencia. No obstante, sí es recomendable que los analistas incluyan más prospectiva en sus análisis y que esta se realice con mayor rigor.