In the image
Portada del libro de Gwynne Dyer ‘Breve historia de la guerra’ (Barcelona: Antoni Bosch, 2021) 247 páginas
Desde al menos el año 1274 a.C., fecha de la batalla de Qadesh, primera documentada en la Historia, son incontables los títulos que la literatura ha dedicado a la guerra, vista desde todos los puntos de vista imaginables. La lista de autores que han escrito sobre ella es larga, y después de contribuciones como las de Sun-Tzu, Vegecio, Maquiavelo, Clausewitz, o Jomini, se hace difícil encontrar aportaciones que añadan algo sustancial y novedoso.
No puede decirse que ‘Breve historia de la guerra’ sea un título revolucionario. Sin embargo, sí que es un atractivo compendio de algunas de las cuestiones clave en la evolución histórica del fenómeno bélico que, huyendo de cualquier tipo de pretensión de profundidad académica, ayuda a entenderlo a cualquier lector. Y lo hace de una manera atractiva y sencilla, apoyándose hábilmente en gráficos y cuadros con los que complementa un texto cuidadosamente escogido.
El esfuerzo de síntesis, quizás uno de los méritos más notables de este libro, denota el profundo y amplio conocimiento que atesora el autor sobre la materia, que le permite destilar lo esencial de lo accesorio para trazar un cuadro de la evolución de la guerra que no se detiene en hacer una mera cronología, sino que se adentra en las ideas que subyacen al fenómeno y a su transformación histórica.
Los capítulos iniciales, conceptuales, resultan particularmente interesantes. En ellos, Dyer aborda cuestiones recurrentes en el estudio de la guerra, como la de su carácter innato o aprendido, que resuelve apoyándose en los estudios de Chagnon sobre los Yanomami de Brasil, o en los de Jane Goodall sobre los chimpancés, concluyendo que nuestra naturaleza humana lleva en sí el germen de la guerra; o como la del origen de la agresividad humana en tanto que especie depredadora y organizada en grupos de entidad variable, y en la que ve, sin ser categórico, una posible estrategia evolutiva puesta en práctica por ciertos grupos humanos para sobrevivir en épocas de insuficiencia de recursos alimentarios y para, por tanto, transmitir sus genes a generaciones posteriores; o, finalmente, como la de la naturaleza del combate como plasmación última de esa agresividad.
En la parte dedicada a la evolución histórica de la guerra –obviamente, la más extensa– el libro adopta un esquema cronológico en bloques históricos muy ampliamente definidos, en los que identifica elementos de continuidad y, sobre todo, diferenciadores, que justifican hablar de épocas diferentes.
Del período preclásico –dominado por las sociedades hidráulicas–, por ejemplo, destaca cómo la organización social favorecida por la producción agrícola evolucionó para dar lugar al amurallamiento de ciudades, o a la organización de la falange como forma más eficaz de combatir.
Es la falange, precisamente, el elemento que hace de puente entre las formas preclásica y clásica de hacer la guerra, pues este tipo de formación se mantuvo durante siglos como la forma preferente, y casi única, de combatir; adoptada por los griegos y también por los romanos, quienes aplicaron adaptaciones para hacerla más flexible, manteniendo esencialmente la misma técnica, de modo que, como apunta el autor, “un ejército de 500 a.C., bien preparado con comandantes aptos, podría hablar de tú a tú a un ejército de tamaño parecido de 1400 d.C.”.
Tras el hiato de la Edad Media, basado en la predominancia de la caballería, el autor hace una transición hacia el período comprendido entre el siglo XV y la Revolución Francesa, caracterizado por el retorno de la infantería al rango de elemento principal en el combate; por la introducción de las armas de fuego; y por el empleo extensivo de mercenarios. En ese momento también hubo el recurso a guerras limitadas que evitaran masacres como la de la Guerra de los Treinta Años pero que, a pesar de todo, acabaron derivando, de forma natural, en conflictos cada vez más amplios que alcanzaron su máxima expresión en la época napoleónica, propiciados por los ejércitos de masas que posibilitó la Revolución Francesa.
Este largo período da entrada en la obra a otro dominado por la irrupción de la tecnología moderna, que tuvo su preludio en la Guerra Civil Americana, su eclosión en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, y su total desarrollo en la Segunda; y que culminó con el advenimiento del arma que transformó para siempre la guerra moderna: la bomba atómica. Es el período de la “guerra total” en la que las naciones-estado movilizaron todas sus potencias para ponerlas al servicio de los objetivos bélicos.
Con la llegada de las armas nucleares, la Humanidad entra en un período en el que conviven tres formas de guerra –nuclear, convencional altamente tecnologizada, e irregular–, y en el que aquélla debe enfrentarse a retos nuevos como el calentamiento global, el ascenso de nuevos actores al rango de poder global, o la proliferación de armas de destrucción masiva; desafíos que, en opinión del autor, deben ser confrontados de una forma cooperativa, apoyada en organizaciones internacionales, que elimine de una vez por todas la vieja institución de la guerra.
Pese a lo reciente de su publicación, el libro no da cuenta de los acontecimientos que Rusia desencadenó en febrero de 2022, y que ponen en tela de juicio la afirmación que hace de que, en los albores del siglo XXI, “la guerra tradicional ‘convencional’ parece estar decayendo, mientras que ha habido una edad de oro de la guerra de guerrillas y del terrorismo”. Abierta a una posterior edición queda, por tanto, la cuestión de si esta guerra es una excepción que confirma la regla de esa anunciada decadencia o si, por el contrario, estamos asistiendo a un retorno a formas de guerra pretéritas que se creían superadas.