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Portada de libro de Peter Zeihan ‘The End of the World Is Just the Beginning. Mapping the Collapse of Globalization’ (New York: Harper Business, 2022) 497 páginas
Muchos avisan de la desglobalización que llega, pero muy pocos la imaginan al detalle. Peter Zeihan detalla en casi quinientas páginas cómo va a ser el mundo una vez colapse la globalización: no son ‘imaginaciones’, asegura, sino el resultado de un serio proceso de análisis prospectivo. Zeihan lleva tiempo dedicado a la estrategia geopolítica –estuvo en Stratfor y luego se independizó con una firma propia– y sus tres libros previos han apuntado en la misma dirección (‘The Accidental Superpower’, ‘The Absent Superpower’ y ‘Disunited Nations’).
Zeihan sustenta todas sus elaboraciones en dos pilares: (1) Estados Unidos ya no necesita al resto del mundo o a algunas de sus regiones en particular (por un lado, el frácking le da independencia energética, y por otro ya no cuenta con un enemigo militar planetario que le obligue a buscar alianzas como cuando se enfrentaba a la URSS); (2) el repliegue de EEUU dejará sin custodia los mares y eso supondrá el fin del comercio de escala global que fue extendiéndose desde 1945.
En libros previos, como indican sus títulos, Zeihan se ha ido adentrando en las consecuencias que a medio y largo plazo tendrá la nueva realidad de EEUU como ‘superpotencia ausente’ (una preeminencia mundial, por otra parte, alcanzada de modo ‘accidental’, pues se sustenta en la geografía) y cuya ausencia fracturará las relaciones entre los países y aumentará sus conflictos.
En su nueva producción, Zeihan ‘mapea’ un globo desglobalizado: examina qué consecuencias específicas –y para qué países– tendrá el colapso del transporte de largo alcance y de las cadenas de suministros intercontinentales y proyecta el impacto que esto supondrá en el acceso a la energía y a los materiales industriales. Esos aspectos, junto con la cuestión demográfica, aportan indicios de cómo será la nueva era en lo referente a la producción de manufacturas. Si a todo ello se le une el cambio climático, tenemos el dibujo de lo que ocurrirá en el campo de la agricultura y la alimentación, algo absolutamente decisivo.
Aunque mencionada en el anterior párrafo casi como de pasada, la demografía constituye uno de los vectores básicos en el análisis de Zeihan. Una demografía negativa en muchos países (notoriamente en China y Rusia, pero también en la Unión Europea; en cambio, EEUU tiene una natalidad más saludable, con un descenso menos pronunciado) anuncia que en el mundo en su conjunto se producirá una reducción del consumo y un menor crecimiento económico, así como una menor generación de capitales.
El colapso demográfico en el que se encuentra China, con una mano de obra que ya ha comenzado a contraerse, y las dificultades que tendrá ese país para abastecerse de todo lo necesario en la situación de disrupción de las rutas comerciales de la “nueva era” (necesita importar energía y alimentos en gran volumen) llevan a Zeihan a vaticinar con rotundidad el hundimiento chino en unos pocos años. Su urbanización e industrialización fueron tan rápidas, que las tasas de nacimiento se desplomaron muy rápido; más rápido aún fue su envejecimiento y lo será su colapso: “Los números nos dicen que eso debe ocurrir en esta década”.
En cambio, EEUU aparece como el país en mejor situación para afrontar la nueva era: con suficiente energía y recursos propios, sin necesidad de comercio interoceánico porque podrá abastecerse en Latinoamérica de lo que no tenga y con una demografía mejor dispuesta (los ‘baby boomers’ estadounidenses no solo fueron la mayor generación en comparación con sus pares de otros países, sino que además son los que más hijos tuvieron), que está siendo auxiliada por la inmigración.
En una situación intermedia queda Europa, que según Zeihan se dividirá en distintas áreas de influencia, capitaneadas por Reino Unido, Francia, Alemania y Suecia, además de Rusia y Turquía en sus márgenes. Japón se erigirá en la potencia principal del noreste de Asia, mientras que el sureste asiático, con la colaboración de Australia, podrá mantenerse como centro de manufacturas.
Pero la descripción que Zeihan hace del mundo que viene en lo que falta de década de 2020 y en la de 2030 no se queda en un ‘juego’ de potencias. Su predicción afecta a millones de personas: en la mayor parte del planeta faltarán productos ahora usuales y los que puedan producirse o importarse se encarecerán; algunas tecnologías ya no serán accesibles, y el hambre se extenderá a muchos lugares. Advierte que en realidad no estamos ante una ‘desglobalización’, ni siquiera una ‘desindustrialización’, sino ante una ‘descivilización’.
Zeihan se permite un tono en ocasiones jocoso (en sintonía con el rigor desenfado que utiliza en sus vídeos divulgativos), que no está claro que case con la sombría perspectiva que presenta (habla, entre otras calamidades, de varios millones de muertos por hambre), si bien asegura hacerlo para evitar caer en una depresión colectiva. Sorprende que realmente pueda ver el futuro con tanta precisión (qué ocurrirá con la carne de pollo o la producción de plomo en dos décadas, por ejemplo).
El libro puede parecer un intento de exageración para que despertemos del espejismo en el que vivimos y aceptemos que hemos llegado a un máximo de desarrollo generalizado en el mundo y que en la mayoría de los países nada volverá a ser como las milagrosas tres últimas décadas. La cuestión es que Zeihan cree en su método de estudio y en todo lo que mediante él anticipa. Hay que reconocerle que muchas de las proyecciones que hasta ahora ha hecho se han ido cumpliendo (más en las líneas generales que en el detalle, aunque no raramente también en lo específico). ¿Quién le hubiera comprado hace un par de años los problemas en las cadenas de suministros que ahora estamos padeciendo o la rápida desaceleración económica de China que mes a mes estamos comprobando?