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Vladimir Putin y su ministro de Defensa, Serguéi Shoigú [Kremlin]
A quienes le acusan de invocar la amenaza nuclear, Vladimir Putin respondió en su discurso sobre política exterior del pasado 2 de noviembre que cuando él menciona un “ataque nuclear” no hace sino hacerse eco de las amenazas previamente lanzadas por sus homólogos occidentales, y añadió que una guerra de esa naturaleza no tendría “ningún sentido político, ni militar”. Sin embargo, el presidente ruso continúa intensificando las acusaciones de Moscú, responsabilizando a Ucrania y a sus aliados de preparar armas, ataques y amenazas con la intención de romper la integridad y esencia de Rusia. De hecho, desde el comienzo de la invasión rusa en Ucrania el 24 de febrero de 2022, el Kremlin ha señalado falsamente a Occidente varias ocasiones por este tipo de situaciones, encendiendo las alarmas, especialmente entre los miembros OTAN, quienes comprenden que la incertidumbre de la estrategia de ‘falsa bandera’ que parece barajar Putin puede ser el detonante de la temida guerra nuclear.
Las operaciones de ‘falsa bandera’, de acuerdo con Scott Radnitz, profesor de Estudios Rusos y Euroasiáticos en la Universidad de Washington, son “ataques de un gobierno contra sus propias fuerzas para crear la apariencia de una acción hostil por parte de un adversario”. La primera de ellas ocurrió el pasado 24 de octubre, cuando las tensiones causadas por el intento ruso de detener el avance de Ucrania en el sur del país estaban en su punto más caliente. Fue entonces cuando el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, culpó a Ucrania de planear un ataque con una ‘bomba sucia’ para después echar la culpa al Kremlin. Este tipo de armas emplea explosivos para esparcir residuos radiactivos y, aunque no tiene el efecto devastador de una explosión nuclear, podría contaminar los alrededores más inmediatos de la zona de explosión.
Lo cierto es que, aún sin presentar ningún tipo de pruebas al respecto, Shoigú trasladó estas acusaciones a sus homólogos de Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Turquía por vía telefónica. Estos las rechazaron de inmediato, afirmando que se trataba de un plan de Putin para justificar una escalada del conflicto. En este sentido, Adrienne Watson, la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, recalcó que, “el mundo vería cualquier intento de utilizar esta alegación como un pretexto para la escalada”. La incertidumbre en torno a la acción rusa aumenta, y el mundo no puede sino preguntarse, ¿está Putin buscando una escalada de tensiones para demostrar el poder que tanto ha llegado a cuestionarse incluso en su propio país?
La Organización de Naciones Unidas, junto con los expertos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), informaron el pasado 3 de noviembre que, después de una investigación en diferentes partes de Ucrania, como Kiev, Zhovti y Dnipro, no se había encontrado prueba alguna que vincule a Ucrania con un supuesto intento de fabricación de una bomba atómica ‘sucia’. En palabras del director general del OIEA, Rafael Mariano Grossi, “nuestra evaluación técnica y científica de los resultados que tenemos hasta ahora no mostró ningún signo de actividades y materiales nucleares no declarados en estos tres lugares”.
Las repentinas declaraciones, los cambios de juego sorpresivos y la falta de un sistema de filtros en cuanto a las decisiones tomadas por el más alto mandatario ruso, hacen que la carpeta que lee “ataque nuclear” no se retire de ninguna mesa. El presidente de Rusia determina la dirección básica de la política exterior e interior de Rusia y representa al Estado ruso dentro del país y en asuntos exteriores. Es cierto, no obstante, que aunque Putin fuera el encargado de tomar la decisión de utilizar el arma nuclear sería también necesaria la cooperación de su ejército para hacer efectivo el lanzamiento.
Cabe recordar que este tipo de operaciones de ‘falsa bandera’ no son nada nuevas para Putin. Ya en 1999, culpó a los “terroristas” chechenos de los mortíferos atentados contra unos apartamentos de Moscú que, según sospechas muy fundadas, habrían sido organizados por la policía secreta rusa. Además se ha podido confirmar, a pesar de la negativa del Kremlin, el uso de gases químicos en la guerra en Siria o el envenenamiento de opositores al régimen ruso mediante agentes nerviosos novichoks.
No sería descabellado, pues, pensar que las operaciones de ‘falsa bandera’ son la herramienta perfecta que necesita Putin para cumplir dos objetivos primordiales: el primero, demostrar nuevamente que maneja los hilos en su país y que puede ejercer una influencia relevante en el futuro de Europa; el segundo, encontrar los límites de las represalias de Occidente ante los incesables ataques y amenazas de Rusia.
La constante búsqueda de una escalada de tensiones por parte de Rusia es el disfraz perfecto para Putin, y para ocultar su necesidad de encontrar un blanco perfecto al cual apuntar y hacer desaparecer las dudas en torno a su estrategia de “liberación” del pueblo ucraniano de un régimen opresor. El presidente ruso necesita una victoria urgentemente, pero la destrucción mutua que garantiza el uso del arma nuclear es algo improbable. No obstante, Occidente no puede confiar sin más en el sentido común del líder ruso.