El imperio subterráneo de Estados Unidos

El imperio subterráneo de Estados Unidos

RESEÑA

18 | 12 | 2024

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Cómo Washington aprovecha la globalización: acceso a información que circula por internet, control del dólar y sanciones económicas

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Portada del libro de Henry Farrell y Abraham Newman ‘Underground Empire. How America Weaponized the World Economy’ (London: Allen Lane, 2023) 288 págs.

Este libro no es una teoría conspirativa más escrita para paranoicos de la conspiración. ‘Underground Empire’ es una constatación, redactada con rigor: la economía mundial se ha globalizado sobre sistemas de circulación de datos y de transacciones financieras impulsados por Estados Unidos –aceptados por el resto del mundo debido a su eficiencia– y cuyos cabos sueltos han permitido a Washington prolongar su influencia mundial en lo que va de siglo a pesar de que su peso relativo ha disminuido.

La revolución de las comunicaciones, con el gran salto que ha supuesto internet, o la agilización de la circulación de envíos monetarios a través de SWIFT son fruto de la iniciativa privada y de su empuje tecnológico. La creación de esas redes no responde a un propósito oculto del gobierno de Estados Unidos de tender una tela de araña que acabe atrapando la economía mundial. La ausencia de esa ‘mente maestra’ es el más claro desmentido de una conspiración ideada desde la Casa Blanca o la CIA en connivencia con Silicon Valley o Wall Street. Lo que ocurre es que en el combate frente a sus enemigos –el yihadismo a partir del 11-S, el Irán del programa nuclear o la China que avanza en semiconductores– el gobierno estadounidense ha ido encontrando las trampillas que le daban acceso a ese entramado de túneles que se extienden por el subsuelo del planeta y que le permiten prolongar su amplio dominio.

Esta última imagen es la que utilizan Henry Farrell y Abraham Newman, profesores en dos centros universitarios de prestigio de Washington (SAIS y Georgetown, respectivamente) para dar título a su libro ­–“imperio subterráneo”– e iniciar su relato. La idea se completa con otra imagen: la del imperio romano donde todos los caminos llevan a Roma, pues esas redes de interconexión están expuestas, en un momento u otro, al potencial control por parte del gobierno estadounidense: físicamente, ‘pinchando’ el cable de fibra óptica por donde circulan conversaciones, mensajes y datos, o imponiendo decisiones que reclaman jurisdicción sobre las transacciones hechas en dólares en virtud de ser el emisor de esa moneda.

Los túneles se fueron construyendo aleatoriamente a medida que se extendía la globalización, y el gobierno de Estados Unidos ha ido tomando las riendas de ese imperio subterráneo progresivamente, saliendo al paso de retos que se le presentaban. Los atentados del 11-S de 2001 obligaron a un gran esfuerzo de monitoreo de las comunicaciones electrónicas entre sospechosos de terrorismo, lo que pronto creó un enorme aparato burocrático de escuchas y alentó el exceso de celo. El volumen que esto estaba alcanzando fue desvelado con las filtraciones de Snowden en 2013 acerca de las actividades de escucha de la NSA estadounidense.

Pero los instrumentos han sido varios y han estado utilizados por todos los presidentes, de Bush a Biden. Además de las agencias de seguridad, en ese ejercicio extendido del poder norteamericano igualmente se ha implicado el Departamento del Tesoro, excluyendo del SWIFT a bancos de países objeto de sanciones o impidiendo a empresas extranjeras realizar operaciones en dólares. También el Departamento de Comercio, entrando en guerras de aranceles, o los organismos de patentes tecnológicas para impedir que Huawei pudiera utilizar semiconductores diseñados total o parcialmente por compañías estadounidenses.

De hecho, ha sido el pulso con China lo que está poniendo de manifiesto el alcance del esfuerzo de Washington por usar la economía como un arma. “Cuando Estados Unidos comenzó a confrontar a China, la lucha imperial se hizo evidente. El conflicto subterráneo pasó a la superficie a medida que la antigua potencia y el nuevo retador luchaban por el dominio”, escriben los autores. Con sus avances tecnológicos en el ámbito digital y su creciente influencia económica y comercial, China intenta poner en marcha sistemas que no solo se escapen del control de Estados Unidos, sino que por su parte al final acaben llevando irremediablemente a Pekín.

Farrell y Newman escapan de una visión pesimista o de tonos demagógicos sobre el imperialismo estadounidense. Defienden las redes de conexiones internacionales que ha permitido la globalización y simplemente apelan a la necesidad de que no haya un uso oculto por parte de ninguna gran potencia, sino que la comunidad internacional funcione como una ‘commonwealth´ en la gestión de esos servicios. Los autores creen que la única manera de hacer frente a un intento de China de ejercer su propio imperialismo es con la concertada colaboración de un Occidente donde no se desconfíe de Estados Unidos.