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Portada del libro de Chris Parry ‘Super Highway. Sea Power in the 21st Century’ (London: Elliott and Thompson, 2014) 360 págs.
A menudo el componente marítimo es visto como un elemento complementario, muchas veces menor, de la geopolítica, cuando en realidad está en el centro de ella. No solo la proyección de poder e influencia, para ser global y llegar a distantes lugares del planeta, tiene que hacerse a través de los océanos –los grandes conectores entre países y continentes–, sino que la supervivencia de las naciones depende del acceso directo a recursos que sobre todo les llegan por mar. El poder marítimo es mucho más que el poder naval, aspecto militar al que a veces se ha limitado: es todo el esfuerzo que un estado (o empresa) lleva a cabo en el mar para su beneficio. Así lo define Chris Parry, profesor en Oxford y contraalmirante británico, en ‘Super Highway. Sea Power in the 21st Century’, un libro que aborda los cuatro elementos que considera propios del poder marítimo: control y práctica del comercio internacional; uso y control de los recursos del océano; la operación de las fuerzas navales en guerra, y el uso de las armadas y del poder económico (comercio a través del mar y recursos de los océanos) como instrumentos de diplomacia, disuasión e influencia en tiempos de paz.
Desde el viaje de Colón a América, en realidad todos los siglos han sido marítimos. La progresiva globalización no habría sido posible sin una constante aceleración y amplitud de la comunicación a través de los océanos. No obstante, la aglomeración de población en el litoral (tres cuartas partes de los habitantes del planeta viven a menos de 160 kilómetros de la costa) y el agotamiento de muchos recursos naturales en tierra están haciendo que las naciones pongan hoy aún más atención en el mar. Parry no discute que en la actualidad la Tierra pueda ser plana, si se atiende a la transacción de bienes virtuales, pero defiende que, en cuanto al comercio de bienes físicos, la Tierra sigue siendo tan redonda como siempre, con los mares incluso más en medio que nunca (si adoptamos el nuevo mapa de situar Asia a la izquierda y América a la derecha, el espacio lo ocupa el azul del vasto océano).
Parry vaticina en que las próximas décadas habrá una mayor actividad de cada país en su zona económica exclusiva (ZEE), dándose una “progresiva territorialización” de la misma –no ‘de iure’, pero sí ‘de facto’–, de forma que esas zonas económicas exclusivas devendrán más bien en ‘zonas exclusivas’, a secas, en las que los estados intentarán ejercer su soberanía y limitar las actividades de otros estados en ellas. Una de las actividades que presumiblemente se realizarán, según el autor, será el tendido de redes eléctricas entre países o comunicando por mar rincones distantes de un propio país, lo que obligará a su celosa custodia. Así, la libre navegación se podrá ver limitada en muchos lugares, obligando a que las rutas marítimas sean a través de ciertos corredores, como ocurre con el flujo aéreo. A eso se refiere el título del libro, ‘Super Highway’: autopistas que marcarán la navegación y cuyo dominio o control será objeto de pugna entre las superpotencias.
En su publicación hace ya diez años, el libro vislumbraba una dinámica que luego no ha hecho sino acentuarse, como las aspiraciones de Pekín en el Mar de China Meridional o de Rusia en el Ártico. Parry anticipaba que la gran cuestión de las próximas décadas en el aspecto marítimo será si el principio de libertad de los mares prevalecerá o no frente a los reclamos que realicen los estados sobre su mar próximo (o incluso sobre algún emplazamiento en alta mar en el que promuevan actividad minera). En su opinión, el siglo XXI será testigo de un continuo forcejeo entre los países debido a la necesidad –ante la presión de la población, las expectativas humanas y los desequilibrios de recursos– de explotar los recursos del mar. El mar “estará más concurrido y su uso será más rivalizado”, advierte Parry.
El autor no plantea un futuro especialmente negativo, pues considera que seguirá habiendo una gran cooperación internacional, dado que a la mayor parte de los países les interesa que siga habiendo reglas que aseguren el tránsito global (están más preocupados en preservar su propio acceso irrestricto que en negar el acceso a otros). No obstante, ve posible que, si algunas acciones de ocupación de espacios no son contestadas, estas acaben siendo legitimadas con el tiempo e incluso incorporadas en los convenios internacionales. Dados los costes que tiene una guerra de expansión en tierra, Parry ve más factible que los estados “roben tierra” en el mar.
Si desde la mitad del pasado siglo la seguridad de navegación en los océanos fue custodiada por la fuerza naval de Estados Unidos, hoy el mantenimiento de la seguridad ya no puede ser ejercido por una sola potencia. Las prácticas de China con una flota en crecimiento exigen que la libertad de tránsito sea garantizada por una coalición de voluntarios de la mano de Estados Unidos, si este país quiere seguir beneficiándose del control de la máquina de la globalización.