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Portada del libro de Antonio Caño ‘El monstruo español. Francisco Macías y el fin de la aventura colonial en Guinea’ (Madrid: La esfera de los libros, 2025) 405 págs.
El corte histórico con España que Guinea Ecuatorial quiso establecer desde su independencia en 1968 y la política de silencio de los sucesivos gobiernos de la antigua metrópoli en relación a ese territorio han borrado de la memoria colectiva de los españoles el único episodio colonial que protagonizamos en África subsahariana. Los españoles ciertamente vivimos de espaldas a nuestra historia; no somos un pueblo con la objetividad de historiadores, sino con la pasión de ‘politicones’, por eso todo debate sobre el pasado gira en torno a algo reciente, próximo e ideológico como la Guerra Civil. Sin embargo, en los últimos años se ha hecho un esfuerzo por adquirir conciencia de lo que supusieron los siglos de presencia en Hispanoamérica, y ahora el libro del periodista Antonio Caño exhuma la actuación española, más breve, en el África ecuatorial.
Sin necesidad de combatir ninguna leyenda negra previa, contra la que han nacido los nuevos relatos que reivindican la acción y el legado del imperio americano español (por lo que en ocasiones tienen un tono nacionalista), el libro de Caño realiza una aproximación recurriendo a todos los matices: blancos, negros y, por supuesto, grises. Así, la colonización española de Fernando Poo y Río Muni, provincias que se independizaron como Guinea Ecuatorial, no fue en absoluto ejemplar, pero fue menos dramática que la llevada a cabo en naciones vecinas; las autoridades franquistas no supieron alumbrar una descolonización exitosa, aunque tampoco los gobiernos de la democracia manejaron acertadamente los vínculos con la excolonia; Macías fue ‘nuestro’ monstruo –las atrocidades que cometió están a la altura de Amin o Bokassa–, pero la responsabilidad no recae sobre España sino sobre el propio personaje (en todo caso, únicamente se apunta a la connivencia del abogado y político Antonio García-Trevijano, asesor del dictador guineano y único español que queda especialmente mal en esta historia).
En 1979 Caño cubrió informativamente para ‘El País’, diario del que luego ha sido director, el juicio y fusilamiento de Francisco Macías, primer presidente de Guinea Ecuatorial, quien tras una década en el puesto fue derrocado por su sobrino Teodoro Obiang, aún hoy en la presidencia. Al cabo de los años Caño ha querido investigar sobre la figura de Macías, no especialmente por la impresión que entonces este le causó como por el deseo de documentar un periodo histórico tan vinculado a España como completamente olvidado por los españoles, como si nada hubiéramos tenido nunca que ver como nación con el África negra o el colonialismo europeo del siglo XIX y parte del XX.
‘El monstruo español’ no se ocupa propiamente del proceso de colonización de Guinea, sino que parte de este como contexto para centrarse en la figura de Macías: su formación juvenil como chico para todo de los finqueros blancos, su progreso en la burocracia local por el buen manejo del idioma español, su entrada en política con gran admiración hacia Franco y la casual oportunidad que supo aprovechar cuando llegó el momento de redactar una Constitución, proclamar la independencia y celebrar las únicas elecciones libres que ha tenido el país. Sobre un trasfondo de forcejeos internos del franquismo, entre Carrero Blanco y Castiella, en torno a la política con la que había que encarar la indepeneencia de Guinea el perfil de Macías crece en complejidad para pronto revolverse contra España, la herencia española –incluida la Iglesia Católica– y su propio pueblo.
Al escribir el libro, quizás a Caño le ha motivado más intelectulamente el hecho de indagar en el misterio de la maldad humana, acercándola a nuestra experiencia española: hablar de la banalidad del mal de Hitler o del Bokassa centroafricano nos pilla lejos, pero podemos sentirnos más interpelados por el caso de un monstruo de las mismas características pero que hablaba castellano y que tuvo a España como universo político. Pero además de eso, el libro viene a llenar una laguna sobre nuestra historia y sobre la acción exterior española; no es que pase cuentas a los gobiernos de turno sobre la falta de visión geopolítica y su fracaso en aprovechar el hecho de contar en África con un país para el que Madrid era la referencia –al igual que París o Londres para el África Occidental u Oriental–, pero constata que algo mal se ha hecho en todo este tiempo cuando el idioma español se ha ido perdiendo en ese país.
La obra se lee con la facilidad de un relato. Constituye un acierto el escoger la primera persona, utilizando en parte el contenido del diario escrito en su día por Ramón García Domínguez, quien logró vivir un par de años en el país de Macías dando clases a un hijo de este y otros niños guineanos. Esto permite a Caño ir más lejos que los pocos hechos documentados en los anales, matizando convenientemente cada vez lo que constituyen testimonios directos, suposiciones muy fundamentadas o conjeturas especialmente plausibles.