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Portada del libro de Robert Kagan ‘Rebellion. How Antiliberalism Is Tearing America Apart’ (New York: Alfred A. Knopf, 2024) 243 págs.
Antiliberalismo ha existido siempre en Estados Unidos, a pesar de ser un país que gusta presentarse a sí mismo como la luminosa ciudad sobre la colina que irradia libertad. Pensar que las ideas racistas o xenófobas de los votantes más radicales de Donald Trump han salido de la nada impide hacer un buen diagnóstico de la situación. El rastreo que Robert Kagan hace de ese antiliberalismo, que ha convivido en la sociedad y la política norteamericana hasta hoy desde los mismos tiempos de la redacción de la Constitución –la cual amparaba tanto lo liberal como lo iliberal, pues protegía la esclavitud–, es lo más interesante del nuevo libro de este politólogo e internacionalista estadounidense.
El seguimiento que hace Kagan permite entender el proceso ideológico de la mutación del sistema de partidos de Estados Unidos. En los tiempos de la Guerra Civil, a mediados del siglo XIX, el Partido Republicano nació como defensor de las libertades y los derechos individuales, mientras que en el Partido Demócrata pesaban mucho los intereses de los estados, entre ellos, los esclavistas; así, en las décadas siguientes, en el Sur los negros votaron mayoritariamente a los republicanos y los blancos a los demócratas. La masiva inmigración fue transformando las filiaciones, y con el tiempo la defensa de las minorías ha quedado para el Partido Demócrata y el voto blanco se ha concentrado en el Republicano, ahora fuerte en el Sur y débil en el Norte, a diferencia de lo que aquellas décadas ocurría.
Kagan advierte que las fuerzas antiliberales han tenido un especial auge en dos momentos de la historia de Estados Unidos, uno en la década de 1920 (al segregacionismo negro se unió el desprecio hacia católicos y judíos y hacia los inmigrantes en general; la primera ley contra la inmigración es de 1924) y otro ahora (cuando lo que se rechaza, además, es el sistema democrático mismo). Ese sector electoral apoyó a Reagan en los años 1980, pero la actitud liberal estaba tan asentada que su presidencia se apoyó en personalidades conservadoras liberales, y esa misma etiqueta ideológica tuvieron todos los candidatos republicanos hasta 2016.
Pero desde George W. Bush –según Kagan, uno de los presientes republicamos más a la ‘izquierda’ del último siglo; le describe como un “genuino multiculturalista”–, en el seno del partido el sector antiliberal ha ido ganando terreno. Este obtuvo ya un 44% de los votos en las primarias de 2012, con varios candidatos, y en 2016 alcanzó el 69% (44% para Trump y 25% para Ted Cruz).
De las derrotas presidenciales de 2008 y 2012 los republicanos sacaron dos posibles estrategias: los más centrados creyeron que había que ampliar la base apelando al voto latino que Bush había logrado especialmente en 2004; los más radicales apostaron por centrarse en el ‘voto blanco’ que no acudía a las urnas, que fue precisamente la estrategia seguida en 2016 y ahora Trump está reeditando en 2024. La consecuencia es que cada vez la población blanca, reducida en número, concentra más su voto en el Partido Republicano. Como estrategia, esto tiene fecha de caducidad debido a razones demográficas.
“Hoy las fuerzas del antiliberalismo pueden ver que los tiempos demográficos y el sistema juegan en su contra (...) Su única opción es derrocar el sistema, ahora, en las elecciones de 2024; (...) puede ser su última oportunidad”, dice Kagan. “Estos días los antiliberales hablan abiertamente de derrocar el sistema o de socavarlo desde dentro (...) Por primera vez desde la Guerra Civil tienen los medios para hacerlo”. El autor descarta una guerra, pero cree que “cierto grado de violencia es inevitable”.
A pesar de este tono sombrío, el autor termina el libro con un decidido optimismo. “La trágica ironía”, dice, “es que si los americanos pasan esta crisis que viene con su democracia intacta, entonces el mayor de los peligros puede haber pasado. El movimiento de Trump no es excepcional, pero Trump probablemente lo sea”.
‘Rebellion’ es sugerente y aporta interesantes claves interpretativas, pero tiene un problema de partida. Con su obra, Kagan intenta hacer frente a la polarización que vive Estados Unidos –la política del trazo grueso–, sin embargo él mismo peca de simplificación y también de cierto sesgo ideológico. Parece no entender que haya personas en absoluto sospechosas de antidemocráticas que voten a Trump, como si todos sus votantes fueran supremacistas blancos. Algo que lo complica todo aún más es la falta de precisión terminológica: cuando Kagan habla de ‘liberal’ entiende progresista, como es habitual en EEUU, pero cuando se refiere al ‘antiliberalismo’ se refiere sobre todo al concepto tradicional (o europeo) de liberal, lo que hace que sus razonamientos parezcan querer decir que si una persona no es progresista es antidemocrática, lo cual evidentemente no es cierto.
Kagan proviene del progresismo (en política exterior se acercó al Partido Republicano por defender planteamientos más asertivos –de ahí la etiqueta que se le dio de ‘neoconservador’–, si bien marcó distancias tras el ascenso del aislacionista Trump) y en sus páginas evidencia incapacidad para entender la plena legitimidad de un pensamiento conservador en cuestiones sociales. Por supuesto que es condenable el racismo y la intolerancia de muchos trumpistas radicales, pero también hay mucha intolerancia en el movimiento ‘woke’ que el radicalismo progresista ampara y que el propio Kagan, aun discrepando, viene a disculpar a pesar de poder llegar a ser tan antiliberal como el peor Trump.
Es cierto que sin Obama no habría habido Trump, como dice el autor, pero no solo porque su presidencia exacerbó el odio de quienes no admitían un negro en la Casa Blanca, sino porque el propio Obama fomentó la polarización al no esforzarse por alcanzar el consenso en el Congreso; al menos fue un proceso en doble dirección, no una sola.
Cuando Kagan augura un brillante porvenir al liberalismo en Estados Unidos, dada la creciente complejidad racial y cultural del país que solo puede gestionarse desde el pluralismo, parece estar predicando el mismo porvenir para el Partido Demócrata. Sin embargo, conviene advertir que radicalismos en el seno de este, como la ideología de género y otros planteamientos ‘woke’ están ahuyentando un electorado moderado que puede dirigirse al Partido Republicano en cuanto Trump deje de ser un referente, incluso no sería descartable una nueva mutación entre ambos partidos.