Colombia se ha quejado muchas veces de que su conflicto armado domine perpetuamente la imagen internacional del país. El acuerdo de 2016 que llevó a la desmovilización de las FARC debiera dar paso a otras conversaciones sobre Colombia, distintas de la que gira alrededor de la violencia. No obstante, antes de cerrar ese capítulo histórico, si es que se clausura de modo definitivo, conviene hacer inventario detallado de lo ocurrido a lo largo de esas décadas de plomo.
Jerónimo Ríos lleva tiempo investigando este y otros episodios de guerrillas en Latinoamérica y sobre ellos ha enseñado en diversas universidades, a ambos lados del Atlántico, ahora en la Complutense de Madrid. En Historia de la violencia en Colombia, 1946-2020, Ríos ha acometido esa labor documental: analiza el origen y la evolución del conflicto armado, las respuestas dadas por el Estado, las dinámicas territoriales de las FARC, el ELN y los paramilitares, y finalmente aborda el acuerdo de paz alcanzado en 2016. De la implementación del proceso de paz se ocupa Ríos en una secuela de 160 páginas, publicada con apenas unos meses de intervalo: Colombia (2016-2021): de la paz territorial a la violencia no resuelta. Si en este segundo volumen hay más claves sobre el futuro –su título ya indica la convicción de que este está abierto–, el largo estudio previo de Ríos aporta sin duda elementos para la comprensión del fenómeno.
El autor parte de la “paradoja colombiana” de que siendo una de las naciones de Latinoamérica con mayor tradición de gobiernos electos (en su historia solo tuvo siete años de gobiernos militares), a la vez ha sufrido uno de los conflictos armados más prolongados. De hecho, antes del triunfo de la revolución cubana, solo había habido una experiencia de guerrilla de inspiración marxista en la región, y fue en Colombia en el periodo de La Violencia, a mitad del siglo XX. La violencia política ya había aparecido en la Guerra de los Mil Días (1899-1902); sin embargo, Ríos discrepa de la afirmación de que Colombia estaba abocada a la violencia endémica desde la época colonial. Escribe que hasta 1930 “puede afirmarse que el país no presenta niveles de violencia exacerbados o fuera de los propios de la región. Más bien, lo que ocurre es un paulatino derrumbe del Estado, que empieza a degradarse a partir de las confrontaciones que tienen lugar entre 1930 y 1946 (...) Debilidad de un Estado que no es capaz de dotarse de los medios suficientes para ejercer su autoridad en buena parte de su territorio”.
Ríos habla de dos ciclos guerrilleros en el país: el surgido tras el triunfo revolucionario en La Habana en 1959, con la creación de las FARC, el ELN y el EPL, y el que impulsó la revolución nicaragüense en 1979, con el surgimiento del M19, el MAQL y el PRT. Las diferentes siglas buscaron integrarse en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, pero no superaron una fragmentación que les impidió una actuación unitaria como la llevada a cabo en El Salvador por el FMLN y en Guatemala por la UNRG y que les permitió negociar la paz en esos dos países.
La paz tardó en abordarse en firme quizás por dos motivos, según cabría deducir de las argumentaciones de Ríos. Uno es esa falta de unidad guerrillera, y el otro es la droga: avanzada la década de 1990, las FARC comenzaron a financiarse con el negocio de la coca, que las llevaría a obtener unos ingresos anuales de más de 1.000 millones de dólares. Eso les permitió una adquisición de armamento que les confundió acerca de su verdadera fortaleza. En ese momento, las FARC creyeron posible ganar el poder por las armas, e incluso la CIA, como recoge Ríos, empezó “a concebir como plausible una posible victoria guerrillera sobre el Ejército en el plazo máximo de cinco años”, si se mantenían constantes los ataques y la precariedad de la Fuerza Pública. Pero el Estado acabó reforzándose con el Plan Colombia pactado con Washington, que finalmente llevó a las FARC a comprender que su única salida era negociar su desmovilización…
Del proceso de desmovilización de los paramilitares, en el marco del acuerdo de 2005 con las Autodefensas Unidas de Colombia, Ríos constata que solo el 10% de quienes dejaron las armas volvieron a la criminalidad, por lo que no parece estimar excesivo el volumen de los actuales disidentes de las FARC. Piensa que también el Estado ha dado pie para que siga habiendo un margen para esos grupos, pues se ha “incumplido parcialmente” el punto 3 del acuerdo de 2016, que preveía que las Fuerzas Armadas y la Policía recuperaran el territorio dejado por las FARC: en Colombia, concluye, “hay menos soberanía que territorio”. En cuanto al ELN, la única guerrilla histórica de Colombia que sigue en armas, el autor cree que por ahora ni el Gobierno ni esa organización están en condiciones de negociar la paz.
La obra de Jerónimo Ríos, profusa en mapas que detallan el despliegue en el territorio de los distintos grupos armados a lo largo del tiempo, es un notable esfuerzo de documentación, elaborado con la ayuda de una treintena de entrevistas en profundidad con protagonistas del conflicto. Está redactado desde el intento de objetividad de quien, en cualquier caso, valora la convivencia y la institucionalidad democráticas.