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Portada del libro de Mireya Solís ‘Japan’s Quiet Leadership. Reshaping the Indo-Pacific’ (Washington: Brookings Institution Press, 2023) 245 págs.
El estancamiento económico y la contracción demográfica no ayudan a las posibilidades de liderazgo internacional de Japón, pero en la medida en que esas características amenazan con generalizarse entre las grandes potencias –crecimientos mínimos del PIB y tasas de fecundidad por debajo del reemplazo poblacional– se revalorizan otros elementos de los rasgos geopolíticos de la nación del sol naciente.
Mireya Solís, directora del Center for East Asia Policy Studies de Brookings Institution, ‘think-tank’ de referencia en Washington, considera que la capacidad de Japón de establecer una relación relevante con todos los principales actores del Indo-Pacífico le confiere una posición especial en la región. Califica al país de “network power per excellence”, pues “en el corazón de la influencia económica y diplomática de Japón se encuentra una estrategia de conectividad”. Así, Japón es la primera economía del acuerdo comercial transpacífico (CPTPP), participa con China en la asociación económica regional (RCEP), mantiene estrechas relaciones con India y Australia (Quad) y ha ido acercando su visión de un Indo-Pacífico Libre y Abierto (FOIP) a los países de la ASEAN; además coopera con Estados Unidos en alguna de estas iniciativas y es el mayor aliado de Washington en la zona. Solís discrepa de que propiamente estemos en un proceso de desglobalización, pero aunque las redes internacionales puedan ser recalibradas, “seguirán siendo un formidable activo” para los japoneses. “Esto hace que Japón sea más, no menos, relevante para lo que está por venir”, concluye.
Para refrendar esa idea la autora no echa mano de la geografía, pero si cogemos un mapa mundi observamos que Japón está en medio del arco del Pacífico que va de Nueva Zelanda y Australia a México, o también –igualmente como clave de bóveda– en el centro del arco aún más amplio del Indo-Pacífico, de África oriental e India hasta Centroamérica. Esa posición invita a participar en cuantas redes se formen en la región, especialmente en una época en la que Japón expresa el deseo de ‘normalizar’ su proyección en el mundo.
La obra de Solís analiza tanto las condiciones económicas como el marco político interno y la política exterior de Japón en las últimas décadas. Como destaca la autora, las ‘décadas perdidas’ que pusieron fin a una expansión industrial japonesa que en los años 1980 hacía temer a Estados Unidos por su supremacía constituyen hoy objeto de aprendizaje para otros países acerca de cómo gestionar crecimientos económicos poco perceptibles y deflación. Las medidas puestas en marcha por Shinzo Abe entre 2012 y 2020 –‘abenomics’– sentaron algunas bases para salir parcialmente del atolladero, si bien el enorme volumen de deuda y un crecimiento modesto siguen reteniendo un despegue del país que sea más evidente.
Menos conocido para los no especialistas en Japón son las coordenadas de su política nacional, y Solís hace una presentación detallada del sistema de partidos y sus principios de actuación. Por ejemplo, explica la sucesión de primeros ministros con mandatos de pocos años por la existencia de facciones en el seno del Partido Liberal Democrático, que ha gobernado casi ininterrumpidamente el país, y por las menores atribuciones del cargo, comparado con otros países.
En cuanto a política internacional, la obra repasa las distintas ‘doctrinas’, como la de Shigeru Yoshida, que en la era de posguerra se sujetó estrictamente a las limitaciones constitucionales en materia de seguridad y defensa; la de Takeo Fukuda, que en los años 1970 propició la asistencia económica y los lazos comerciales con el vecindario asiático para apaciguar temores ante el gran desarrollo del país; o la de Shinzo Abe, que buscó maneras de superar las constricciones en materia de ‘autodefensa’ y propuso la visión regional del Indo-Pacífico Libre y Abierto como modo de abordar con otros países el ascenso de China. La ‘diplomacia del nuevo realismo’ de Fumio Kishida, actual primer ministro, empuja para que Japón adopte un papel militar más tradicional, con un incremento del gasto en defensa que dobla el antiguo límite del 1% del PIB.
Solís considera que Japón se mantendrá en ese rumbo de ‘normalización’, aunque los pasos serán graduales. Por un lado, la alianza con Estados Unidos continuará siendo la base de la seguridad del país; por otro, la evolución de la percepción social será lo que permita avanzar hacia una mayor autonomía de defensa. “El sentimiento público japonés no se ha transformado abruptamente del pacifismo al realismo”, advierte la autora, pero cabría hablar de un “pragmatismo endurecido” a la hora de describir el estado de ánimo nacional, pues la población también entiende que el contexto mundial es de un creciente antagonismo.