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Trasporte de un misil estratégico ruso, en julio de 2021 [Ministerio de Defensa de Rusia]
El pasado 27 de febrero, Putin puso a las fuerzas de disuasión rusas en “alerta especial”. Aunque no existían signos de una adhesión inmediata de Ucrania a la OTAN ni muestra de capacidad nuclear real, ordenó a los máximos responsables de Defensa rusos disponer de las fuerzas nucleares “en un modo especial de servicio de combate”.
Ucrania no posee armas nucleares desde la firma del Memorándum de Budapest en 1994, mediante el cual se comprometió a ratificar el Tratado de No Proliferación Nuclear y a devolver a Moscú alrededor de 3.000 ojivas nucleares heredadas tras la disolución de la Unión Soviética. A cambio, Ucrania se convirtió en un Estado independiente, y el resto de Partes firmantes –Bielorrusia, Estados Unidos, Kazajstán, Reino Unido y Rusia– se comprometieron a “respetar la independencia, la soberanía y las fronteras existentes de Ucrania” y “abstenerse de la amenaza o el uso de la fuerza” contra el país.
Ante la situación actual, cabe preguntarse si la firma de aquel acuerdo no fue una acción “romántica y prematura”, tal y como la describió por entonces un excomandante militar ucraniano, Volodymyr Tolubko, pues, de poseer ojivas nucleares, la invasión actual quizás no se hubiera producido o, de producirse, quizás se estaría dando en otros términos.
Para entender mejor el porqué de este remordimiento, tenemos que remontarnos a la segunda mitad del siglo pasado, en plena Guerra Fría. La relativa estabilidad de esta época estuvo en buena medida protagonizada por la denominada teoría de la Destrucción Mutua Asegurada, que mantenía a los Estados nucleares en una situación de tensión constante. En un mundo bipolar caracterizado por la confrontación entre las dos grandes potencias, el lanzamiento de un arma nuclear hubiera derivado, casi con total seguridad, en una respuesta nuclear de magnitud similar, con un resultado desastroso para ambas partes. De ahí que las partes enfrentadas convivieran –y sigan conviviendo– en un estado de disuasión nuclear.
Como se ha puntualizado, actualmente Ucrania no es un Estado nuclear. Rusia, por el contrario, es considerado el Estado con más ojivas nucleares del planeta, con una cifra estimada de 6.400 entre las desplegadas, las que están en reserva y las que están en proceso de ser desmanteladas. Ante tan dispar relación de fuerzas, los detractores de las armas nucleares afirman que la mera existencia de este tipo de armamento no garantiza, ni mucho menos, la ausencia de conflicto o la percepción de paz. Al mismo tiempo, ante tal desequilibrio de poderes, la disuasión nuclear podría no estar garantizada. ¿Existe entonces la posibilidad real de que el líder ruso ordene el lanzamiento de un arma nuclear sobre Ucrania como medida de último recurso para garantizar el éxito de su cometido?
La realidad es que, si esta posibilidad no estuviera sobre el tapete, no estaríamos siquiera planteándola, ni haciéndonos esta pregunta, ni escuchando hablar de una “amenaza nuclear” en los medios de comunicación. Sin embargo, la respuesta está abierta a multitud de matices, dudas, opiniones, e incluso detalles difícilmente predecibles para un posible pronóstico. Por eso, ante una incertidumbre tan aterradora, no nos queda otra que optar por un desalentador “depende”.
Depende, en primer lugar, de la imprevisible personalidad del líder ruso, que dificulta conocer con exactitud hasta dónde está dispuesto a llegar. La Historia demuestra que a Putin no le asustan los riesgos y que está dispuesto a cumplir sus amenazas para satisfacer sus intereses. No obstante, las circunstancias actuales son realmente complejas, y la presión política, económica y militar puede jugar en su contra.
En este punto, resulta familiar la denominada “estrategia del hombre loco” –en inglés, madman theory–, con la que el presidente estadounidense, Richard Nixon, atemorizó a la Unión Soviética durante la Guerra de Vietnam. Aunque la estrategia no resultó demasiado efectiva en aquel entonces, el propósito fue lanzar amenazas intimidantes que influyeran en el rumbo de las negociaciones. Es posible que Putin se crea sus propias palabras, o que esté jugando un papel de actor, pero la imagen de líder sin escrúpulos que proyecta refuerza la idea de esta estrategia, que a la postre impediría a Putin cruzar la línea roja del uso del arma nuclear.
Desde la invasión rusa el pasado 24 de febrero, Moscú ha interpretado el papel de víctima para justificar su acción, alegando una amenaza para Rusia a todas luces inexistente. Su discurso político ha tratado de poner a Europa y a los Estados Miembros de la OTAN entre la espada y la pared para mantenerlos, en la medida de lo posible, al margen de la intervención rusa en Ucrania. El elemento nuclear arroja un eventual elemento de confrontación que podría romper la unidad de Occidente en negociaciones sobre la decisión de amenazar o utilizar el arma nuclear. Y esta retórica es, a su vez, un factor determinante de la disuasión, que existe gracias a la credibilidad de las capacidades e intenciones del adversario.
Cabe recordar de nuevo que Ucrania no es un Estado nuclear, y este desequilibrio de poderes debilita el potencial de la teoría de la disuasión. En este punto, la respuesta a nuestra pregunta inicial depende igualmente del papel que el resto de Estados nucleares y la OTAN estén dispuestos a jugar. Lo cierto es que las fuerzas militares ucranianas están mostrando más capacidad de la esperada, o, al menos, no existe un desequilibrio tan desproporcionado como inicialmente se vaticinaba. La estrategia rusa se ha ido adaptando a estas circunstancias atacando objetivos de peso como zonas residenciales, gasolineras, accesos, y ha mostrado cierta urgencia en frenar la resistencia ucraniana. Prueba de ello es la toma de la central nuclear de Zaporizhzhia, la mayor central nuclear de Europa.
Escalar para desescalar
El aumento de las hostilidades, sumado a la amenaza nuclear, nos hace recordar también la antigua doctrina de “escalar para desescalar”, que supondría recurrir a un ataque nuclear para acabar una guerra convencional. En 2020, el Kremlin publicó por primera vez un decreto presidencial que concreta la doctrina nuclear rusa y establece una serie de supuestos en los que estaría dispuesto a utilizar el arma nuclear. Ante la invasión rusa de Ucrania y la retórica de Putin, resulta especialmente relevante la referencia al posible uso del arma nuclear frente a una agresión convencional cuando la existencia misma del Estado ruso esté en peligro. Ahora bien, depende de lo que el Kremlin considere una “agresión” y un “peligro”, de lo que perciba como un riesgo.
En este contexto, es difícil olvidar, ahora más que nunca, el impacto que las bombas nucleares estadounidenses tuvieron sobre Hiroshima y Nagasaki aquellos fatídicos 6 y 9 de agosto de 1945. Más aún sabiendo que la potencia de las armas nucleares actuales es mucho mayor. Por eso, la autorización del uso del arma nuclear por parte de Putin también depende del objetivo político y militar que el Kremlin haya establecido.
El interés de Rusia en destruir Ucrania es realmente cuestionable, mientras que la ocupación del territorio parece un fin más realista. El uso de la bomba nuclear supondría un peligro para el propio Estado ruso, que sufriría las consecuencias de la radioactividad derivada de la explosión, y dificultaría la incorporación del territorio ucraniano a Rusia. Cabría entonces el recurso a una guerra nuclear limitada con armas nucleares tácticas de menor potencia para forzar a la resistencia ucraniana a rendirse y negociar un acuerdo favorable a Rusia. En cualquier caso, una demostración limitada de la fuerza nuclear rusa no impediría la posible escalada del conflicto a una guerra nuclear global.
Desconocemos qué supone exactamente para Putin “ganar” y hasta dónde está dispuesto a llegar para alcanzar su insistente objetivo de “desnazificar” Ucrania. Sin embargo, a pesar de este escenario tan pesimista, la amenaza nuclear es todavía hipotética.
La retórica del Kremlin responde, más bien, a un discurso político de intimidación para forzar a Ucrania –y a Occidente– a ceder en la mesa de negociación. Sin embargo, la unidad de Occidente frente a la invasión rusa de Ucrania se muestra más fuerte que nunca. Por eso, aunque no hay consuelo frente a la catástrofe humanitaria que estamos presenciando, un escenario nuclear parece una opción remota. O eso queremos creer.