In the image
Yevgueni Prigozhin, el 24 de junio en la ciudad rusa de Rostov del Don, en un vídeo grabado por su organización [Wagner]
De una forma quizás sorprendente, aunque no del todo inesperada para quien haya seguido de cerca la saga de las relaciones del grupo Wagner con el Ministerio de Defensa ruso, la guerra de Ucrania acaba de dar un giro que la sitúa en una nueva fase, incierta, que puede precipitar su desenlace y poner en juego nada menos que el liderazgo del propio presidente Vladimir Putin.
A lo largo del día 24 de junio, la Compañía Militar Privada (PMC) Wagner culminó un largo período de fricción con los principales mandos del Ministerio de Defensa de Rusia con un motín en el que su líder, Yevgueni Prigozhin, marchó con sus fuerzas a las localidades rusas de Rostov del Don y Voronezh, en las que ocupó algunos objetivos militares, y desde las que inició una amenazadora progresión hacia Moscú, haciendo presagiar incluso una guerra civil.
El levantamiento se produjo después de meses de desencuentro con la cadena de mando militar rusa en Ucrania, con la que Wagner coordina su acción, pero en la que no está plenamente integrada, a cuenta de cuestiones como la distribución de recursos, que la PMC considera le perjudica; el comportamiento de las unidades regulares en la toma de Bajmut, o la atribución del protagonismo en su conquista final.
El comportamiento de los mercenarios de Wagner ha ido generando recelo entre muchos generales rusos, que cada vez ven con más desconfianza al grupo, al que han tratado de embridar buscando su plena subordinación entre protestas cada vez más indisimuladas. La gota que habría colmado el vaso y movido a Prigozhin a la rebelión podría haber sido la decisión de sacar a la PMC del frente de Bajmut y, sobre todo, el bombardeo de la posición que ocupaba en retaguardia y que, según el propio Prigozhin clama, habría sido responsabilidad de unidades regulares rusas.
La decisión de Wagner ha desestabilizado seriamente el dispositivo militar ruso en Ucrania. La ocupación por la PMC de objetivos militares clave en Rostov del Don pudo tener consecuencias fatales para Moscú, dado que la ciudad es sede del Cuartel General del Distrito Militar Sur, cuyo 58º Ejército de Armas Combinadas está embebido en operaciones defensivas en Ucrania en un momento tan delicado como el actual, en el que Rusia trata de contener los recientemente iniciados esfuerzos ofensivos de Ucrania en la región del Donbás. Además de esto, la rebelión, de haber sido secundada masivamente por la población civil rusa, habría podido sumir al país en un conflicto civil y, eventualmente, hacer caer el régimen de Putin.
Es pronto para hacer una evaluación exhaustiva de lo que está sucediendo en Rusia ante nuestros ojos. Pueden, empero, hacerse algunas afirmaciones. En primer lugar, si nos atenemos a las primeras declaraciones de Prigozhin, el paso dado por Wagner, pese a su potencial para hacerlo, no buscaba derrocar al presidente Putin; ni siquiera trataba de cuestionar su legitimidad. Apuntaba específicamente hacia la jerarquía militar que asesora a Putin y dirige el esfuerzo de guerra; en particular hacia el ministro de Defensa Shoigu, y el general Gerasimov, jefe de las fuerzas armadas rusas, acusados de los males que aquejan a Wagner y de haber embarcado a Putin en una guerra nada beneficiosa para Rusia. Es decir, técnicamente no se trataría de un intento de golpe de estado sino, más bien, de un nuevo ejemplo de un grupo mercenario reclamando por la fuerza sus fueros profesionales, como tantas veces ha sucedido a lo largo de la Historia. ‘Nihil novum sub solem’.
La cuestión es que, pese a no ser el destinatario de la ira de Wagner (muy en línea con la idea histórica rusa según la cual el zar –en otras palabras, quien gobierna– es un elemento benéfico –el mito del “padrecito” zar, del ‘tsar-batiushka’– que imparte justicia y vela por su pueblo, pero que está a veces mal asesorado y apoyado), el presidente Putin se ha visto enfrentado al dilema de apoyar a su cadena de mando o a un grupo que tanto está haciendo por el esfuerzo de guerra ruso, y a quien tanto debe en otros continentes (África, por ejemplo). Y en esa tesitura ha decidido alinearse con su Ministerio de Defensa, abandonando a Prigozhin, declarando su actuación como una traición y una “puñalada por la espalda”, y declarando su inequívoca intención de aplastar el movimiento. De esta manera, lo que comenzó como un motín se ha transformado, por tanto, en lo que puede ser un jaque mate al presidente Putin; en algo que se asemeja a un golpe capaz de sacudir los cimientos sobre los que se sustenta el poder del actual inquilino del Kremlin, que podría, incluso, caer arrastrado por los acontecimientos.
Por sí solo, no parece que Wagner pueda ser capaz de operar un cambio de régimen: el grupo depende de las fuerzas armadas rusas, más potentes y con más medios, para su sostenimiento; la lealtad de los mercenarios hacia Prigozhin no es absoluta y está condicionada por diferentes factores que Putin puede manipular a su favor; además, el motín no ha sido secundado masivamente por la población rusa, que puede percibir que Wagner sigue los intereses corporativos, no los de esa población.
En lo puramente militar, el divorcio abierto entre Putin y Wagner ilustra una de las grandes debilidades a las que se expone quien decide externalizar su seguridad mediante el recurso a compañías privadas cediendo, de paso, parte del monopolio en el uso de la fuerza que, legítimamente, corresponde al estado. Por mucho que se presenten como grupos imbuidos de un profundo sentimiento patriótico, las PMC quedan fuera de la cadena de mando militar, no dejan de estar movidas por el ánimo de lucro, y obedecen a agendas que no necesariamente coinciden con las de aquellos que los contratan. Necesitan resultados que mejoren su reputación y les aseguren futuros contratos lo que, tarde o temprano, los aboca a la confrontación con sus contratadores, cuyos objetivos no son comerciales, sino políticos.
Lo que está también claro es que Ucrania, y quienes le apoyan, se apresta a aprovechar y alentar para sus fines la vulnerabilidad que, voluntariamente, Rusia ha decidido abrir en el momento en que Kiev lanza una ofensiva que, si bien no está teniendo, de momento, los resultados fulminantes que algunos auguraban, sí ha puesto a las fuerzas rusas en una situación comprometida. No es extraño que Putin haya tildado esta rebelión como una traición a la causa rusa.
La situación es fluida e incierta en estos momentos. Gracias a la mediación del presidente Lukashenko, Prigozhin ha accedido a detener su avance a doscientos kilómetros de Moscú, y a retornar las unidades a sus bases mientras él se retira impune a Bielorrusia para evitar “un derramamiento de sangre”, eufemismo que ocultaría el reconocimiento de que su pulso al ‘establishment’ ha escalado a un nivel que él mismo no deseaba, de que no contaba con el apoyo de la población rusa –si es que lo ha buscado en algún momento, lo que es dudoso–, y de que el órdago al gobierno le ha salido mal.
A pesar de este estrambote, el incidente dista de haber finalizado; más bien, abre o deja abiertas algunas cuestiones que pueden tener un significativo impacto en el devenir y en el desenlace de la guerra. En primer lugar, muestra la existencia de grietas en el frente doméstico que, convenientemente explotadas, pueden inclinar la balanza de la guerra en favor de Ucrania. La autoridad de Putin es puesta en cuestión, lo que induce a pensar que el incidente se ha cerrado en falso y que el presidente tratará de reforzar en diferido su dañada autoridad por alguna vía, directa o indirecta. Con independencia de otras medidas, y visto el ‘modus operandi’ ruso en otros casos de disidencia, Prigozhin haría bien en preocuparse por su integridad física.
Abierto en canal está, desde luego, el futuro de Wagner y, para el caso, de cualquier otra PMC, cuyas relaciones con el Ministerio de Defensa, si es que continúa contando con ellas serán, sin duda, diferentes y mucho más restrictivas. Rusia ha hecho descansar en Wagner una parte importante de su esfuerzo internacional en África, de modo que la disolución inmediata del grupo no parece una opción realista, al menos en el corto plazo. Más bien podría pensarse en una redefinición bajo un nuevo liderazgo que acepte del gobierno condiciones más draconianas para operar, o en una integración directa de sus unidades en las fuerzas armadas rusas.
Para terminar, no está claro aún el impacto directo que la rebelión ha tenido sobre el mando y control ruso sobre las operaciones, cómo altera sus planes defensivos, y cómo explotará Ucrania la vulnerabilidad que, gratuitamente, le ha ofrecido su enemigo. De lo que no cabe duda es de que Kiev ha contemplado el motín con delectación, y de que tratará de agrandar la grieta en su beneficio.