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Portada del libro de Francis Fukuyama ‘El liberalismo y sus desencantados. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales’ (Barcelona: Deusto, 2022) 176 páginas
En su libro más reciente, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama se ocupa de nuevo de la democracia liberal, de la que hace treinta años proclamó el triunfo incontestable y de la que hoy debe preocuparse por su supervivencia. Justamente el éxito de la democracia ha hecho en las últimas décadas que dirigentes con propósito autoritario hayan tenido que aceptar las formas democráticas, pero su gobierno, en realidad poco liberal, ha acabado por provocar un descontento social que, equivocadamente, se dirige contra un sistema de valores políticos que más bien estaban siendo violentados. Así, Fukuyama advierte que si bien Trump, Bolsonaro y Erdogan, entre otros, han invocado el nombre del liberalismo desde el poder, su actuación debe calificarse de otro modo.
Los diez capítulos de ‘El liberalismo y sus desencantados’ arrancan con una definición de los términos propios de la corriente liberal, diferenciándolos de las interpretaciones que hacen algunos líderes políticos que se presentan como si estuvieran movidos por esa inspiración política y económica.
La constatación de esos malentendidos acerca del liberalismo y de su mal uso, aleja esta obra del especial optimismo que Fukuyama mostraba en ‘El fin de la historia y el último hombre’, libro emblemático de 1992, escrito con el fin de la Guerra Fría. No obstante, el autor adopta un tono positivo y esperanzado: piensa que el desencanto que destapan las encuestas en relación con la democracia en muchos países occidentales se debe, junto al autoritarismo y corrupción encarnado por políticos y mandatarios, a algunos fallos evidenciados en la aplicación del sistema. Haber detectado los problemas, según se mire, constituye un progreso, pues así se pueden intentar resolver.
El elemento quizá más frustrante en muchas sociedades sea la brecha entre las bondades que el sistema capitalista predica (asegura que el libre acomodo del mercado lo lubricará todo y generará ‘per se’ crecimiento económico– y el desigual reparto de la riqueza. Si bien hay voces que apuntan a esta disparidad para atacar la conexión o dependencia entre el liberalismo político y el capitalismo económico, Fukuyama insiste en que ambos parámetros van en paralelo: su aplicación conjunta ha supuesto cambios positivos y constantes a lo largo de la historia. El reconocimiento, defensa y generalización de los derechos humanos y el progreso económico de amplísimas capas sociales, en multitud de países, dan fe de los beneficios de la institucionalización del liberalismo, en su doble vertiente, política y económica.
No obstante, el capitalismo ha tenido algunos excesos que conviene corregir, como también hoy el espíritu democrático lleva a una apreciación de la diversidad mayor de la que existía tiempo atrás, lo que demanda algunos ajustes prácticos. Es aquí cuando Fukuyama plantea lo que llama un liberalismo «humano», es decir, un liberalismo que pueda equilibrar la dimensión económica con la social, aspectos que en ocasiones se han visto como contradictorios pero que no lo son.
A lo largo del libro, Fukuyama parece atrapado entre las incongruencias que en ocasiones plantean ciertas situaciones de la democracia y del liberalismo en general. Aunque trata de explicar lo que sería ese liberalismo «humano» –que no hay que confundir con lo que propiamente sería una ‘tercera vía’ ni pretende emular, simétricamente, lo que dio en llamarse ‘socialismo de rostro humano’– al final quedan imprecisos los nuevos contornos que la democracia liberal debiera adoptar para pervivir en un mundo cambiante y no defraudar a la mayor parte de los ciudadanos.