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Portada del libro de Bleddyn E. Bowen ‘War in Space. Strategy, Spacepower, Geopolitics’ (Edinburgh: Edinburgh University Press, 2020) 316 páginas
La geopolítica habla de potencias continentales y de potencias marítimas: aquellos países preeminentes, respectivamente, cuyo poder se basa en el Ejército de Tierra, por estar insertos en un continente e históricamente rivalizar con vecinos, o en la Marina, por estar aislados y proyectar influencia sobre otros a través del océano. El galés Bleddyn Bowen, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Leicester, desarrolla el concepto de potencia espacial (‘space power’), compatible con las anteriores categorías, pues se trata de la “entidad que usa el espacio exterior para sus objetivos políticos”, y eso lo puede hacer tanto Rusia como Estados Unidos, por mencionar los dos países que son paradigma de las ambas modalidades clásicas del ‘hard power’.
A diferencia de otros investigadores que se han ocupado de la ‘astropolítica’ —Bowen se refiere varias veces a Dolman, autor del seminal libro ‘Astropolitik. Classical Geopolitics in the Space Age’ (2002)— ‘War in Space’ huye de lo que considera ciencia ficción. Puede llegar un día en que el género humano colonice otros planetas y la civilización se extienda por el universo; entonces nacerá esa ‘astropolítica’: los intereses imperativos de las grandes potencias tendrán en cuenta el espacio sideral, por el que se moverán. Mientras tanto, defiende Bowen, lo que ha comenzado es el tiempo del poder espacial, magnitud que se integra en el actual cuadro de mando de las potencias: el espacio ciertamente adquiere una importancia capital, en tanto que hoy los sistemas militares dependen de los satélites, pero los objetivos de las guerras van a seguir vinculados a la Tierra, que es donde viven los hombres.
Bowen construye una teoría de ese poder espacial (‘spacepower’, ahora escrito en una sola palabra), el cual consiste en “las capacidades designadas para controlar, denegar, explotar y regular el uso del espacio”; dicho de otro modo, en “el uso de las ventajas militares y económicas del espacio exterior para fines estratégicos”. El libro es sugerente (por más que excesivamente prolijo), y su tesis principal es de utilidad para el pensamiento estratégico práctico: hoy por hoy, y también a medio plazo, el espacio exterior de interés operacional es el de la órbita terrestre, y esta funciona a efectos de estrategia militar como otra línea de costa, pues es alcanzable desde la superficie de la Tierra con las armas antisatélite (el espacio profundo, en cambio, sería asimilable al océano). Este paralelismo con la dinámica en los mares lo establece Bowen al examinar la teoría de Mahan y de Corbett sobre el poder marítimo; acude a las reflexiones de esos estrategas navales para dilucidar los principios propios del poder espacial.
En ese ejercicio, Bowen presenta siete proposiciones: I) la guerra espacial se libra por dominio el espacio; II) el poder espacial es exclusivamente infraestructural y está conectado a la Tierra; III) el domino del espacio no equivale al domino de la Tierra; IV) el dominio del espacio manipula las líneas de comunicación celestes; V) la órbita terrestre es una línea costera cósmica adecuada para maniobras estratégicas; VI) el poder espacial existe dentro de una mentalidad geocéntrica, y VII) el poder espacial está disperso e impone dispersión en la Tierra.
Interesante en este planteamiento es que por más trascendente y decisiva que sea —y cada vez lo será más— la tecnología satelital, su ubicación fuera del espacio terrestre o marítimo no la sitúa en un dominio al margen. “El espacio no puede verse de forma aislada, ya que la órbita terrestre es simplemente la costa de la Tierra y no un océano vasto y separado”, escribe Bowen. “Como zona litoral adecuada para maniobras estratégicas, el poder espacial en la órbita de la Tierra se parece al uso del poder marítimo por estados continentales, más que por potencias marítimas”.
Frente a autores que miran mucho más allá en el tiempo y piensan en una era de viajes espaciales y colonias en otros planetas, Bowen admite que tal vez algún día pueda darse un ‘astrodeterminismo’, pero advierte que de momento —y por mucho tiempo– seguirá persistiendo el geocentrismo. “El poder espacial seguirá siendo geocéntrico mientras la Tierra siga siendo el único centro de vida y civilización de la humanidad. Lo que suceda en el espacio, en última instancia, solo importará en cómo afecta la vida y las estrategias en la Tierra”, defiende.
La lucidez en el planteamiento de Bowen se sirve, sin embargo, con una narración que resulta poco accesible. El libro recoge su tesis doctoral; debía haberlo aligerado de muchas especificidades, que quizás eran de interés para las instancias académicas a las que debía convencer, pero en realidad resultan redundantes a la hora de validar la teoría expuesta. Por otro lado, si bien es cierto que para las guerras de nuestra era el espacio más allá de la órbita terrestre no cuenta, los viajes a la Luna y Marte y los esfuerzos para un futuro aprovechamiento de los minerales de los asteroides constituyen ya hoy elementos de disputa estratégica entre las potencias (llámese ‘astropolítica’ o como se quiera), que no conviene dejar completaamente de lado a la hora de una teoría sobre ‘spacepower’.