Péndulo
Alcanzadas la democracia en las dos últimas décadas del siglo XX, Latinoamérica conoció una primera ola de izquierda a partir de finales de los años 90, conocida también como “marea rosa”. Hugo Chávez comenzó a gobernar en Venezuela en 1999. En 2003, Lula da Silva alcanzó el poder en Brasil y Néstor Kirchner lo hizo en Argentina. Michelle Bachelet ganó las elecciones presidenciales en Chile en 2006, al igual que Evo Morales en Bolivia. Un año después resultaron victoriosos Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua, mientras José Mujica accedió a la presidencia de Uruguay en 2010. Esa ola política, que algunos politólogos han denominado «ciclo bolivariano» por el peso de la figura de Chávez y el tono populista que se extendió a otros gobiernos afines (entre los antes mencionados hubo alguna excepción), respondía en parte al descontento social por las medidas económicas, tachadas de neoliberalismo, que las crisis económicas del momento habían obligado a tomar. Esos gobiernos se beneficiaron de la “década de oro” del precio de las materias primas (2003-2013), que generó un “boom” económico en la mayoría de los países. Acabado ese momento, a partir de 2015 el péndulo comenzó a girar hacia la derecha, con la victoria de Mauricio Macri en Argentina y Jair Bolsonaro en Brasil.
Ese nuevo giro, no obstante, no fue tan amplio como el que había venido marcado por la llegada al poder de Chávez. Así, si bien algún otro país pasó a tener un presidente de derecha –Sebastián Piñera regresó a La Moneda en 2018 y Guillermo Lasso venció en Ecuador en 2021– hubo triunfos para la izquierda en otros lugares, como el 2019 de Andrés Manuel López Obrador en México y el de 2021 de Xiomara Castro en Honduras y Pedro Castillo en Perú, en una tendencia que ha seguido con las últimas elecciones antes referidas. Los gobiernos de derechas no pudieron resolver los graves problemas que llegaban –la gestión del Covid y el subsiguiente frente inflacionario agravado por la guerra en Ucrania– y es probable que tampoco los de izquierda salgan especialmente victoriosos de la actual difícil coyuntura. En última instancia, los vaivenes políticos que se ven en la región obedecen más a un voto de castigo al mandatario en cada momento que a una disputa ideológica. “La población no vota a la izquierda por razones ideológicas, vota porque quiere castigar y quiere ensayar algo distinto”, sugieren algunos analistas.
De cualquier forma, es importante hacer una distinción entre las dos olas de izquierda. 1) Primero que nada, puede decirse que los dirigentes del “ciclo bolivariano” tuvieron algunos de ellos un talante más autoritario, forzando la legalidad para su permanencia en el poder más allá de los mandatos inicialmente permitidos, y extendieron su control a otras instituciones del Estado; aunque algunos no tuvieron del todo este perfil, en general participaron en las alianzas impulsadas por Chávez. 2) La agenda también era diferente, ya que anteriormente la explotación petrolera y otras economías de extracción eran una prioridad, mientras que la agenda sobre todo de Boric y Petro pone el acento en el medio ambiente y la equidad de género. 3) Por otro lado, estos nuevos gobiernos han intentado distanciarse de las hoy dictaduras de Venezuela y Nicaragua (Nicolas Maduro ha llamado “cobarde” al presidente chileno). Así, pues, estamos viviendo una nueva generación de izquierda, distanciada de la “marea rosa” de la primera década del siglo (se le llama rosa, porque no era comunista-roja). Y aun cabría añadir otros dos elementos, relacionadas con las mayores dificultades que encuentran los nuevos mandatarios: 4) los actuales gobernantes ya no se benefician de una época de bonanza económica, sino que su gestión tiene que hacer frente a la espiral inflacionaria, y 5) parten con mayorías muy exiguas, o incluso en una situación de minoría, en sus respectivas asambleas nacionales.
Unasur
La coincidencia en el tiempo de gobiernos de una orientación política similar en teoría debería facilitar un mejor desempeño de la integración regional y de las organizaciones regionales. El problema en Latinoamérica es que es muy difícil lograr unir en un propósito cooperativo a los gobiernos de derecha y de izquierda: la realidad habla de distintos bloques regionales que han ido variando a través del tiempo. Esa división ideológica ha perjudicado la marcha de procesos como los de la Comunidad Andina o Mercosur y ha quedado especialmente patente en lo ocurrido en los últimos veinte años.
La Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) nació en 2008 y entró en funcionamiento en 2011 por impulso del Brasil de Lula, a partir de un germen previo promovido por Chávez, quien por su parte, de la mano de Fidel Castro, lanzó la alianza política bolivariana del ALBA. Unasur tenía como objetivo avanzar en la cooperación en diferentes ámbitos (económico, social, cultural y de defensa, principalmente) y logró sentar de modo habitual en la misma mesa a los 12 países de América del Sur. Pero el apoyo que se prestaba en muchos casos a la agenda chavista, llevó a que cuando hacia 2015 empezó a agotarse el “ciclo bolivariano” y aumentó el número de gobiernos de derecha, varios de ellos decidieron salir de la organización. Hoy en día, tan solo 5 países forman oficialmente parte de ella (Venezuela, Uruguay, Bolivia, Guyana y Surinam).
La ola de derecha alumbró una organización sustitutiva, con el mismo propósito de cooperación sudamericana. Fue ProSur, “un mecanismo y espacio de diálogo y cooperación de todos los países de América del Sur, para avanzar hacia una integración más efectiva, que permita el crecimiento, progreso y desarrollo de los países suramericanos”, según proclamaba formalmente el foro impulsado por el colombiano Iván Duque y el chileno Piñera, con la colaboración del argentino Macri. Sintiéndose en minoría, la izquierda reaccionó suscitando el Foro de Puebla, una iniciativa de López Obrador, apoyada por el sucesor de Macri, el peronista Alberto Fernández.
Ahora que cambian las tornas de nuevo, ¿qué pasará con organizaciones regionales de integración como ProSur? ¿Habrá una resurrección de Unasur?
El pasado 15 de noviembre, 7 expresidentes de izquierda enviaron una carta a los actuales mandatarios de todos los países sudamericanos en la que pedían la reactivación Unasur. “Se requiere una intervención urgente de los organismos multilaterales, que hoy día están desgraciadamente debilitados y son a menudo impotentes”, decía el texto, cuya lectura atenta en realidad evidenciaba una politización que aseguraba querer superar.
No faltan los análisis que consideran que el retorno de Lula permitirá articular de nuevo un proyecto como el de Unasur (sin Brasil una organización regional sudamericana queda coja), al tiempo que en el ámbito latinoamericano más amplio también puede impulsar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), cuya llama ha estado reavivando López Obrador. Para el éxito de Unasur, o de una organización similar si se decide generar algo nuevo, deberán cambiarse algunas cosas de su antiguo funcionamiento y no caer en la tentación de la politización y la opresión del pluralismo.
Pero la confrontación demostrada en la designación del nuevo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) –Lula apoyó la elección del brasileño Ilan Goldfajn, propuesto por Bolsonaro, contra el candidato lanzado por López Obrador y el impulsado por Boric– sugiere que la integración regional, si avanza, lo hará con lentitud y contratiempos.