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Los sistemas culturales: diferencias, prejuicios y convivencia social

“La economía tiene más peso en la convivencia que el color de piel o las creencias culturales”, afirmó en la Universidad de Navarra la socióloga Margaret Archer, miembro fundador de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales

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Margaret Archer, profesora de la Universidad de Warwick, durante una visita al Instituto Cultura y Sociedad.
FOTO: Manuel Castells
02/03/18 15:35 Natalia Rouzaut

La diferencia es un rasgo común en las sociedades actuales. Lo primero que viene a la cabeza es que la globalización ha propiciado la mezcla de procedencias en las ciudades y países. Pero también hay que tener en cuenta que los individuos que han nacido en ellas no comparten ideas y creencias de forma homogénea y, por tanto, no resulta tan sencillo justificar un enfrentamiento entre “ellos” y “nosotros”.

¿Es posible la convivencia en contextos tan complejos? Margaret Archer ha ofrecido unas claves con motivo de su visita al Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra. Allí ha ofrecido la asignatura ‘Social ontology and epistemology of Social Sciences’ en el Máster en Investigación en Ciencias Sociales.

Margaret Archer es profesora de Sociología de la Universidad de Warwick (Reino Unido) y miembro fundador de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Asimismo, fue la primera mujer que presidió la Asociación Internacional de Sociología.

¿Por qué no podemos hablar de ‘la Cultura’ de un lugar como algo homogéneo?
Cuando se habla de ‘la Cultura’ de un lugar, parece que todas las personas que provienen de él tienen las mismas creencias, conocimientos, identidad, los mismos recursos literarios y los mismos recursos en términos de ideas, ya sean políticos, religiosos, étnicos…

Desde un punto de vista metodológico, si esto fuera verdad, las culturas no funcionarían. No creo que exista algo como ‘la Cultura’ de un lugar y no solo por la multiculturalidad actual. ¿Por qué deberíamos pensar que aquella es homogénea, que todos la absorbemos del mismo modo y la mostramos en nuestros actos, creencias…?

No verás una sola civilización en ningún momento de la humanidad en la que todos estuvieran en perfecto acuerdo y en el que ‘la Cultura’ –como sistema de creencias teorías y explicaciones– funcionara para todos por igual. De hecho, es más bien al contrario, siempre hemos visto diferencias y tecnicismos basados en ideas porque las ideas en sí no son consistentes.

Entonces, ¿estamos abocados a la confrontación?
Sí, casi siempre. Algunas cosas han necesitado siglos para ser aceptadas. Nos hemos puesto de acuerdo en que existe la gravedad, por ejemplo, pero otras ideas han rondado durante más tiempo hasta alcanzar un consenso. Por ejemplo, la enfermedad de la tuberculosis. En inglés, al principio se llamó ‘wasting disease’ (enfermedad de desgaste) porque el cuerpo se iba desgastando y adelgazaba mucho. Más adelante, se conoció como ‘consumption’ (consumo) porque el cuerpo era consumido por ‘algo’. No se llegó a un acuerdo hasta el descubrimiento de la bacteria. Lo que pretendían ser explicaciones opuestas resultaron ser descripciones falsas. Esto ejemplifica que siempre parece haber conflictos de ideas en cualquier tema.

¿Existen sistemas culturales más abiertos al otro, no tan desafiantes?
Cuando se ponen en común ideas distintas pueden pasar varias cosas: que las dos ideas sean perfectamente compatibles; que sean irrelevantes la una para la otra, por lo que tampoco habría confrontación; y que estén en conflicto directo, por lo que lógicamente no se pueden mantener las dos.

Cuando estamos en conflicto, no podemos hablar de algo como ‘la Cultura’, al haber muchas culturas y estar reflejadas en prácticas distintas. El uso opcional del velo para los musulmanes devotos, por ejemplo, se convierte en fuente de una gran división social.

¿La globalización mitiga o favorece la confrontación?
Teóricamente, cuanto más nos mezclamos, mejor nos conocemos y conocemos a personas de otros lugares. Esto debería mitigar las contraposiciones. Personalmente, creo que la mayoría de las hostilidades no se producen por ideas, no es por formas culturales de vivir, si llevas burka, velo o lo que sea… Es por razones económicas.

¿Cómo se concreta esto en el caso de los inmigrantes?
En ocasiones se ve a los inmigrantes y refugiados como personas que no aportan nada económicamente, aunque esto no sea cierto. En este caso, las diferencias se producen por cuestiones económicas y no siempre objetivas. Pensamos que las personas que solicitan asilo no aportan nada al país de acogida y se benefician de los servicios sociales del mismo modo que la población local. Muchos se plantean: “¿Por qué debemos mantener a estas personas?”, como si ellos dejaran de recibir beneficios.

¿Ha ocurrido así en Europa?
Angela Merkel planeó que cada región absorbiera un número de refugiados según su densidad de población y capacidades. Esta propuesta le ha hecho sufrir políticamente en las elecciones. La idea de absorber personas económicamente y garantizarles beneficios sociales, vivienda, servicios de salud… Estas cuestiones económicas generan rechazo. Así, la economía es más poderosa que el color de piel o las creencias culturales.

Sin embargo, es difícil convertir estas objeciones en factores objetivos. No es cierto que los solicitantes de asilo no aporten nada. El mejor ejemplo es el cuidado de las personas mayores. La población europea envejece demográficamente ya que cada vez vivimos más tiempo y gran parte de esta población necesitará más cuidados y mucha gente no está dispuesta a ello, mientras que muchos inmigrantes, sí.

¿Cuál es la clave para superar los posibles conflictos que surjan?
No todos los individuos son productos idénticos de un sistema en el que han nacido, ni siquiera dentro de un colegio, de un barrio o, incluso, de una misma familia. Por lo que tampoco debería sorprendernos encontrar a una persona de otra procedencia diferente y ver que nos preocupan las mismas cosas, como la justicia o la igualdad.

Este tipo de ideas más elevadas que subyacen a los sistemas culturales pueden ser la base sobre la que construir a convivencia. Pongamos el caso de las religiones. Para distintas personas, Dios puede ser uno u otro, pero en la mayoría de los casos es un Dios benevolente. Ahí subyacen virtudes comunes como la tolerancia: ellos tienen sus costumbres, nosotros las nuestras, pero eso no implica que deba haber animadversión entre nosotros.

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