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Humanitarismo: comprender y combatir el sufrimiento en la sociedad

Iain Wilkinson, profesor de la Universidad de Kent, profundizó en esta cuestión en el marco de un curso que impartió en el Máster en Investigación en Ciencias Sociales

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Iain Wilkinson (Universidad de Kent) es uno de los profesores internacionales que imparte clases en el MICS
FOTO: Natalia Rouzaut
03/11/17 16:03 Natalia Rouzaut

Iain Wilkinson, profesor de sociología en la Universidad de Kent (Reino Unido), ha visitado la Universidad de Navarra para impartir docencia en el Máster en Investigación en Ciencias Sociales, que coordina el Instituto Cultura y Sociedad (ICS). Wilkinson es experto en temas relacionados con los problemas del sufrimiento social y la sociología del humanitarismo. En sus investigaciones trata de entender las condiciones culturales y sociales que han supuesto el alza del humanitarismo, los sentimientos morales y el papel de las políticas de compasión.

¿El concepto de humanitarismo es universal o cambia entre culturas y países?
Claro, aunque sí hay ciertos temas comunes en el humanitarismo moderno. Uno es que el dolor y el sufrimiento son inaceptables y deben ser combatidos. Por supuesto, este entendimiento se interpreta dentro de una cultura concreta. Otro aspecto en común es la conexión entre las protestas contra el sufrimiento y las reformas sociales. Ahora, varía el modo de llevarlas a cabo. 

Un ejemplo es cuando Harriet Beecher Stowe, activista antiesclavitud y autora de La cabaña del Tío Tom, viajó a Inglaterra para presentar su libro. Ella se negó a reconocer a los obreros ingleses como dignos de preocupación humanitaria, solo reconocía a los niños y a los esclavos negros.

¿Podríamos definir en cada país la labor humanitaria que más preocupa actualmente?
No estoy seguro de cómo podríamos dibujar un mapa de preocupaciones. En Reino Unido hay un humanitarismo más internacional por el legado del Imperio Británico y la Segunda Guerra Mundial. Oxfam comenzó como una protesta contra la hambruna en Grecia tras este conflicto. Mientras, las actividades de Save the Children se realizan principalmente en el este de África, la India y Bangladés, es decir, han seguido la sombra de lo que fue el Imperio Británico.

Por otro lado, también se puede argumentar que la forma en que los gobiernos se han hecho responsables de las preocupaciones humanitarias ha forjado la forma en la que la población ve sus responsabilidades hacia los demás. Donde hay una gran tradición de democracia moral, como en los países escandinavos o Francia, se espera que el Estado se encargue. Donde hay organizaciones humanitarias independientes, como EE. UU., hay una tradición de localismo, donde comunidades individuales se responsabilizan de la salud, la educación y demás.

¿Y el caso de España?
En un país como España, con diferentes políticas regionales y culturas, se anticipa que las preocupaciones humanitarias varían según la región y su experiencia del Gobierno.
Pero todo esto también varía. Por ejemplo, las nuevas formas de comunicación están remodelando las preocupaciones morales y políticas actuales. Jeremy Rifkin se interesa en cómo las tecnologías digitales permiten nuevos tipos de empatía global. Un ejemplo es la rápida respuesta que se dio ante el terremoto de Haití en 2010 y fue, además, a través de los teléfonos móviles.

¿Qué otros cambios ha experimentado el humanitarismo en el siglo XXI? Más allá de la rapidez de reacción
En primer lugar, –y me parece muy interesante– hemos empezado a modelar instituciones capaces de ayudarnos a ordenar y canalizar las reacciones.
En mi investigación, intento descubrir las formas en las que somos conscientes de que estamos inevitablemente involucrados en estos conflictos para aprender a manejarlos pragmáticamente. Por ejemplo, no creo que haya soluciones fáciles, pero creo que la sabiduría está en el pragmatismo de personas como Jane Addams, quien pensaba que debíamos involucrarnos a nosotros mismos en los cambios sociales para crear las condiciones sociales que esperamos ver.

Para adquirir este pragmatismo, abogo por la educación moral. Así, la gente sabrá qué es la moral. Debemos enseñar a la gente a manejar esa experiencia emocional como parte de una educación para ser buenos ciudadanos.

¿Esto no puede acabar derivando en que el gobierno trate de impartir su ideología a través del currículo escolar?
Ese es un problema típico de la posverdad: ¿podemos confiar en los demás? ¿Nos la están jugando? Lo que necesitamos es volver al pragmatismo que abogan Jane Addams y John Dewey. Debemos trabajar en cómo lograr una participación democrática y este es un problema al que se enfrentan constantemente las democracias modernas. Aunque hoy en día hay más facilidades para una participación activa.

¿Por ejemplo, los movimientos ‘grassroots’?
Creo que vamos hacia una dirección en la que es necesario reconocer la necesidad del localismo, en términos de educación, sufragio… En la actualidad hay muchos problemas con la democracia en Reino Unido por la gran brecha entre ricos y pobres. Hay grandes diferencias entre regiones, como en España. Así que, la solución a estos problemas debe pasar por la participación democrática. Cómo conseguirla es complicado porque las condiciones sociales en las que nos encontramos entienden los derechos como una demanda.

¿Qué ocurre si lo gobiernos no tienen los mismos intereses de ayuda que la sociedad a la que representan?
Los gobiernos tienen un problema real práctico: cómo hacer funcionar una sociedad cuando tiene todos los intereses compitiendo entre ellos. Inevitablemente, los gobiernos se encuentran ante un problema pragmático que los grupos de protesta no tienen. Y estos problemas varían si volvemos a la pregunta anterior: ¿qué tipo de democracia deberíamos fomentar?

También me gustaría recalcar la importancia del humanitarismo como entendimiento social: entender a las personas como seres sociales. Aunque desde la sociología se haya criticado mucho este movimiento, a mí me interesa cómo la controversia creada por el humanitarismo establece lo social y nuestras relaciones con el otro. Añadiría que nuestra capacidad de cuestionar qué es tratamiento moralmente bueno del ser humano ha sido posible gracias a la controversia.

El origen del humanitarismo

¿En qué momento surge el humanitarismo moderno?
Existe una historia convencional sobre su inicio, que comienza con la fundación de Cruz Roja. A finales del siglo XIX, con la Convención de Ginebra (1860), hubo un discurso compartido sobre el significado del humanitarismo: un esfuerzo por mantener la paz o por velar por las víctimas de desastres sin tener en cuenta qué lado estaba equivocado.

Yo soy crítico con esto porque considero que hay una historia más larga. En mi trabajo expongo que hay muchas cosas que aún no conocemos. Originalmente, la palabra ‘humanitario’ se utilizó de forma negativa por los teólogos ortodoxos para denominar a la teología unitaria (que ponía el acento en la humanidad de Jesucristo). Creo que el siglo XVIII también es muy importante. Aparece lo que se podría llamar un ‘proto-humanitarismo’ en actividades como las de Bartolomé de las Casas.

Entonces, ¿podemos concluir que el humanitarismo nació como reacción ante el sufrimiento ajeno?
En el caso de Bartolomé de las Casas sí. Para él, el sufrimiento de los indígenas significaba que existía un problema moral que necesitaba ser solucionado con una reforma social. Eso sí, la idea de sufrimiento injusto fue algo totalmente radical en la época, ya que el dolor se entendía como una intervención divina. En el siglo XVIII esto empieza a ser más común y surgen protestas contra el sufrimiento ligadas a movimientos de reforma.

Sin duda, personas como Bartolomé de las Casas han contribuido a este cambio de entendimiento. Hay un despertar en el siglo XVII, en parte emocional, gracias al surgimiento de las novelas y la cultivación del sentimiento moral: los sentimientos hacia el dolor debían llevarnos a organizaciones sociales de reforma. Hay una explosión de panfletos de protesta y se originan los derechos de las mujeres, de los niños, de los animales y, por supuesto, de los esclavos.

 

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