“Hay que reconciliar utopía y democracia”
El escritor, crítico y ensayista hispano-uruguayo Fernando Aínsa visitó el ICS para impartir una conferencia en el ciclo de Seminarios sobre Latinoamérica.
El escritor, crítico y ensayista Fernando Aínsa nació en 1937 en Palma de Mallorca, de padre aragonés y madre francesa. Su familia se mudó a Uruguay tras la Guerra Civil española, donde pasó su infancia y juventud. Trabajó dos años en EE. UU. como periodista y, con el estallido de la dictadura en Uruguay en 1973, se marchó a la tierra de su madre. Vivió en Francia más de veinte años, donde trabajó en la Unesco como director literario de ediciones. Posteriormente regresó a España y en la actualidad vive entre Zaragoza y Oliete (Teruel).
Es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Letras del Uruguay y de Venezuela y miembro del Patronato Real de la Biblioteca Nacional de España. Ha recibido premios en México, Argentina, España, Francia y Uruguay. Entre sus obras hay relatos, ensayos, cuentos, novelas, críticas y una poesía desarrollada en sus años de madurez.
Recientemente ha visitado el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra para impartir la charla ‘Propuestas de identidad y utopías en América Latina’ a los doctorandos del Instituto. Mientras habla su acento va cambiando, resultado de haber vivido en tantos países y haberse casado con una chilena. Se recuesta sobre la silla y habla de lo que le apasiona: la literatura, la identidad y las utopías.
¿Es posible una utopía en la actualidad?
Reivindico las micro-utopías, formas de organización autónoma, autárquica, y no una utopía general, en un país. Siempre he hablado de utopías y en la actualidad estoy más cerca del pensamiento del filósofo italiano Claudio Magris. En su libro ‘Utopía y desencanto’ habla de la necesidad de unir el pensamiento utópico a ciertas formas del desencanto.
¿Hay una visión negativa de la utopía en la actualidad? ¿Cree que se relaciona con los totalitarismos del siglo XX?
Utopía y democracia siempre han estado divorciadas porque la primera es totalitaria por naturaleza. En mi trabajo ‘Utopizar la democracia y democratizar la utopía’ propongo reconciliarlas. La democracia necesita ‘utopizarse’ porque está muy deteriorada en la actualidad. Pero, por otra parte, la utopía necesita democratizarse porque es totalitaria por esencia.
Creo que cosas que empiezan aparentemente como utopías, derivan rápidamente en movimientos autoritarios.
¿Cómo se puede ‘utopizar’ una democracia?
Dándole contenidos desiderativos, queriendo cambiar las cosas, no resignándose.
Concretamente, ha venido al ICS a presentar propuestas de utopías en América Latina. Cuando se descubrió el Nuevo Continente se veía como el lugar donde crear las utopías. ¿Cree que esa imagen idílica ha afectado al desarrollo de los países?
No creo que hoy en día nadie hable de América como continente-utopía. Uno de los últimos que lo hizo fue Stefan Zweig, un gran escritor alemán que se exilió en Brasil por el nazismo en los años 40 y escribió un libro que se llama ‘Brasil país del futuro’.
Sí ha habido movimientos políticos que han reivindicado la utopía en algún momento. Al principio de la Revolución cubana hubo intelectuales que decían que Cuba era la isla de la Utopía de Tomás Moro. Pero fueron poco después desmentidas por la realidad. La Revolución cubana pasó a ser lo que es y perdió esa aura utópica y, hoy en día, ni la Nicaragua de Ortega ni la Venezuela de Maduro pueden reivindicar la utopía.
Además de la utopía, otro de sus grandes temas es la identidad. ¿Qué entiende por identidad de un pueblo?
La identidad hoy en día no es lo que se pretendía o se buscaba en el siglo XIX cuando se hablaba de idiosincrasia. Los valores esenciales de la identidad en el pasado –el territorio, la lengua, las costumbres…- han ido desapareciendo y en la actualidad es algo mucho más complejo. Yo me refiero a las identidades múltiples porque estamos mucho más mezclados con otros: la identidad se ha desdibujado mucho. Importa mucho más cuáles son las afinidades electivas de una persona que las características de un territorio, una raza, un país o una lengua.
¿A qué se refiere con afinidades electivas?
Que eliges con quién quieres tratar, sobre todo con las redes sociales. Puedes contactar con personas de otras culturas de otros países y no solo con los de tu barrio o pueblo. Hay mucho más intercambio y relaciones de las que había en el pasado cuando la identidad estaba predeterminada por el lugar donde nacías, donde vivías, la familia…
Considero bastante lamentable que algunos pueblos hoy en día enfaticen en un especie de regreso a la identidad del siglo XIX, incluso tergiversando la historia, cuando lo normal es la apertura y el intercambio. Me parece absurdo que se quieran levantar fronteras donde no las hay.
Si la identidad puede elegirse, al emigrar ¿es preferible aferrarse a las costumbres de su país de origen, olvidarse e integrarse en el nuevo o tratar de mezclar las dos culturas?
No puedes olvidarte. Yo, por ejemplo, no puedo olvidar mis años de formación en Uruguay y los tengo muy presentes. Siempre digo que tengo esta condición de ‘binacional’. Tengo la parte española y la parte uruguaya muy compartidas y he publicado muchos libros sobre cultura uruguaya, sobre literatura uruguaya y mantengo contacto con amigos, escribo, leo prensa… No me he despegado de mi país de adopción y he guardado íntima relación hasta el día de hoy.
Creo que las cosas deben darse naturalmente. Por ejemplo, cuando viví en Francia en los años 70, estaba en auge la inmigración política de las dictaduras de Argentina, Chile y Uruguay. Cada uno era un caso diferente. Algunos se reunían para tomar mate o cocinar comidas típicas sin ni siquiera esforzarse para hablar francés. Otros trataron simplemente de aprovecharse de las ventajas que daba Francia como país de asilo y no supieron integrarse. Hubo otros que, por el contrario, lo hicieron y luego se han quedado aunque las dictaduras del Cono Sur se acabaran.
¿Cuál ha sido su experiencia personal?
Yo viví dos años prácticamente en EE. UU. y ahí me integré muchísimo porque hice una corresponsalía y hacía muchas entrevistas para un semanario argentino y un periódico uruguayo.
Cuando fui a Francia, como mi madre era francesa, también traté de perfeccionar mi lengua y me integré en la universidad francesa, sigo estado en un centro de investigaciones de La Sorbona de París. No sé qué hubiera pasado si hubiera ido a otro país, pero, por lo menos, estos dos –EE. UU. y Francia- han sido fundamentales en mi formación y apertura de espíritu.
¿Qué supone para usted volver a su país de origen tras haber vivido en medio mundo?
Sigo vinculado a este país por los amigos que sobreviven y por los libros que publico allí de vez en cuando. Pero las vueltas no son fáciles. No volvería a vivir allí. En mis años de juventud y adolescencia, Uruguay era un país ideal. Se llamaba la Suiza de América. Desgraciadamente, hoy en día hay una inseguridad muy grande; cada vez que vuelvo veo cambios que ya no me convencen, sobre todo de deterioro de la vida cívica.
¿Comparte esa ‘binacionalidad’ con otros literatos latinoamericanos actuales?
Después de los autores de los años 60 se ha producido en América Latina una diversificación muy grande de temas y el surgimiento de autores de otras generaciones que se caracterizan, en buena parte, por no vivir en sus países de origen. Incluso los que viven en países donde han nacido no necesariamente escriben sobre sus realidades. Estos escritores son, sobre todo, los que publican en las grandes editoriales españolas o que son traducidos al francés.
Hay también muchos escritores que viven en EE. UU. y escriben en inglés. Hay una literatura latinoamericana escrita directamente en inglés. Llega un momento en que la nacionalidad desaparece. Es lo que yo he llamado ‘Las palabras nómadas’: hay una nueva cartografía de la pertenencia.
Pero, por otra parte, en los propios países hay escritores locales que siguen publicando en las editoriales nacionales y siguen teniendo una presencia. A veces no un reconocimiento como tienen los otros que, por el hecho de viajar o de vivir en otro país, tienen un eco que no habrían disfrutado en su propio país. Hay un divorcio un poco injusto porque hay excelentes obras publicadas en la mayoría de los países de América Latina.