Cuando era niño quería ser sacerdote. Jugaba a celebrar misa y repetía, una y otra vez, “por Cristo, con él y en él”, incluso con el mismo tono con el que lo pronuncian los sacerdotes. Carlos Alberto Juárez (35), natural de Dolores Hidalgo (México), recuerda que fue perdiendo esa inquietud a medida que iba creciendo. Aunque siempre tuvo “cautivación” por el sacerdocio. Hoy es sacerdote y estudiante de Teología Bíblica en la Universidad de Navarra.

En ese impasse en el que, a pesar de seguir acudiendo a las eucaristías de los domingos, había perdido el interés por el ministerio sacerdotal, estudió la Carrera Técnica en Contabilidad en la Universidad del Norte de Guanajuato. E incluso hizo su primera incursión en el mundo laboral.

Un domingo que fue a la parroquia, leyó un folleto con información de un taller de oración. Empezó a asistir y fue cuando tomó la decisión de transformar en proyecto de vida aquel “juego” al que tanto tiempo había dedicado de niño: “Mis hermanos se casaron y yo tuve un encuentro fuerte con Dios. Le dije: ‘¿Qué es lo que quieres de mí?’ Lo tuve claro entonces”.

Es consciente de que en su vida, al igual que en la de Abrahán, es Dios quien provee. Y recuerda cuánto le ayudó conocer las vidas de San Pablo y San Agustín en su aprendizaje: “Ellos también tenían un plan hecho de vida, según sus cálculos y criterios, hasta que entró Dios y les dio un giro de 180 grados”.

Forma parte de una familia católica. De sus cinco hermanos, sólo uno no llegó a entender al principio su decisión. Cuando se lo contó a su madre, ésta le dijo: “Si es tu decisión, tómatelo en serio”. Así lo hizo: a los 23 años ingresó en el Seminario de Celaya donde permaneció hasta los 28 años cursando los estudios de Filosofía. Y fue en marzo de 2011 cuando el rector del Seminario le ofreció venir a estudiar a la Universidad de Navarra el Bachillerato en Teología. Durante su estancia en España vivió en el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa. Se ordenó diácono en la parroquia de San Nicolás de Pamplona en abril de 2015 y, a los pocos meses, regresó a su país de origen.

Ahora, ha vuelto a la Facultad. Asegura que los dos años que ha sido vicario en la diócesis de Celaya (México) le han permitido ver que la vida del sacerdote es exigente. Sin embargo, “la formación que recibí en Bidasoa, me ha ayudado mucho en mi ministerio. Ha puesto en mí las bases que ahora estoy puliendo”.

Muestra un enorme agradecimiento hacia los benefactores que hicieron posible su formación sacerdotal, porque gracias a ellos ha podido formarse: “Siempre he estudiado con beca. El sacrificio de otras personas me movió a hacer un esfuerzo grande. La entrega y generosidad de la gente me invitan a seguir creciendo”.