La transformación del paisaje a través del barrio de San Pedro
Iñaki Arbilla, periodista y escritor premiado en varios certámenes internacionales, creador del documental SANdEDRO sobre este barrio pamplonés, impartió una sesión de Entorno al Paisaje
El pasado 1 de marzo tuvo lugar la octava jornada de Entorno al Paisaje, organizada en el marco de un proyecto de innovación educativa que lideran Juan José Pons y Miriam Serrano, profesores del departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía.
“La transformación del paisaje narrada por el barrio de San Pedro de Pamplona” fue el título de la sesión que impartió Iñaki Arbilla, artífice del incipiente documental SANdEDRO, en el que se narra la historia de este grupo de viviendas de propiedad municipal ubicado en el barrio de la Rochapea de Pamplona.
Con el apoyo de materiales audiovisuales, Arbilla expuso cómo este lugar ha sido testigo de la transformación paisajística de su entorno desde los años cincuenta del pasado siglo, “cuando era casi más que un barrio, todo un pueblo”. San Pedro se construyó en un espacio ganado al campo, que albergó a una generación de jóvenes empleados municipales, la mayoría procedente del éxodo rural que, arrendados, formaron sus familias “Esta promoción de 235 viviendas fue la respuesta que el Ayuntamiento de Pamplona dio a la necesidad de crear nuevas viviendas para gente de los pueblos que iba a trabajar a la ciudad y no tenían dónde vivir”. La inauguración del barrio se produjo el 7 de julio de 1950, “para que nos hagamos cargo de la importancia que aquello tuvo, Diario de Navarra primó en su portada esta información, relegando los sanfermines a un segundo plano”, afirmó el documentalista.
Pasado el tiempo, en los sesenta, los cultivos y huertas de alrededor dieron paso a industrias como Copeleche o Ingranasa, que se fueron implantando en San Pedro y zonas limítrofes, creando un paisaje donde la huerta tradicional convivía con humos, olores fabriles y vertidos.
Los setenta y ochenta no fueron años fáciles para el barrio ni sus gentes, que comenzaron a convivir con el paro y la droga. Sin embargo, la identidad y el sentimiento de pertenencia habían arraigado entre sus habitantes, que vivían su plaza y calles como una prolongación de unas viviendas que paradójicamente, y a pesar de sus intentos por negociar la propiedad con el Ayuntamiento de Pamplona, nunca llegaron a ser suyas. A la par que el vecindario envejecía, ya que sus hijos habían abandonado el barrio, los comercios cerraban.
En los 90, el declive del paisaje urbano era evidente, en contraste con la Rochapea, que vivía un boom inmobiliario que subrayaba más aún la decadencia de lo que una vez fue un pujante San Pedro. En 2000, tras la última y definitiva negativa del Ayuntamiento de Pamplona a vender las viviendas a los vecinos en una subasta restringida, muchas de ellas acabaron vaciándose al fallecer sus inquilinos originales. Algunas de ellas fueron “ocupadas” y otras, se cedieron a personas con necesidades especiales o entidades sin ánimo de lucro.
Arbilla, nieto de vecinos originales de San Pedro, propuso aprender de esta experiencia: “entiendo que el Ayuntamiento no hizo nada ilegal, pero considero que tampoco tomó las mejores medidas para beneficiar a unos vecinos que, además, eran en su mayoría empleados del mismo”.