“La familia es el semillero de las vocaciones”
Natural de Filipinas, Roberto Marcelino es un sacerdote licenciado en Comunicación. Tiene 37 años y actualmente estudia el último curso de la Licenciatura en Derecho Canónico en la Universidad de Navarra
“La familia es el semillero de las vocaciones”. Así lo afirma el sacerdote filipino Roberto Marcelino, estudiante de tercero de la Licenciatura en Derecho Canónico de la Universidad de Navarra. Habla con la certeza de su propia experiencia, porque fue en el seno de su familia donde germinó su vocación: “El rosario es nuestro secreto. Cada familia tiene que pedir a Dios que la vocación brote en ella y tendrá que cultivarla todos los días con la oración constante”.
Marcelino tiene 37 años, es el cuarto de una familia católica de cinco hermanos, y es licenciado en Comunicación. Cuando estudiaba el segundo curso, en el año 2000, comenzó su inquietud por la vocación sacerdotal. Lo comentó en casa, pero la recomendación fue clara: “Termina primero la carrera”. Y así lo hizo. Una vez concluida, trabajó en una televisión local y después como ayudante de dirección en la ONG Save the Children.
Sus pasos se encaminaban hacia el sueño de su padre, que era formarse en Derecho y sacar adelante algunos planes laborales con él. Sin embargo, cuando se encontraba pasando unos días en la montaña, en un programa de la ONG para enseñar a leer a niños de 7 años, se dio cuenta de que su vida marchaba por otro sendero. “Mientras les enseñaba a rezar, me di cuenta de que estaba llorando”, relata. Al volver a la ciudad buscó a un amigo sacerdote con quien empezó a quedar todos los meses para discernir su vocación. Un año después, entró en el seminario. Estudió Filosofía y Teología en Filipinas y el 25 de marzo de 2014 se ordenó en la arquidiócesis de Jaro, en la provincia de Iloilo, y fue nombrado secretario del arzobispo y vice-canciller.
Asegura que ahora que es sacerdote cobran sentido las palabras que le reveló su madre unos días antes de su ordenación: “Antes de nacer yo, le pidió a la Virgen que si le daba un niño se lo devolvería en el futuro. De manera que siguió rezando todos los días el rosario en silencio, desde el corazón, para que fuese sacerdote. Pero nunca me dijo nada”.
En 2017 llegó a España para estudiar la licenciatura en Derecho Canónico. Entre semana se dedica a las clases y estudio, y los domingos colabora con la Diócesis de Navarra y Tudela celebrando misa en Elizondo, en el Monasterio de las Clarisas y en una Comunidad de Hermanas de San José. Cuando consigue sacar tiempo, juega al tenis o al ping-pong con compañeros de la Universidad. Aquí asegura sentirse feliz, aunque al principio echaba mucho de menos a su familia. “En Filipinas viajaba mucho, pero siempre volvía”, explica.
Pronto volverá a su tierra natal, si Dios quiere cuando acabe el curso, donde espera poder entregarse en la formación de los futuros sacerdotes y así poder devolver todo lo que ha aprendido. “Cada uno de los que hemos estudiado aquí ha sido gracias a las oraciones y a la generosidad de los benefactores. En la Universidad de Navarra no sólo me he formado en lo académico, sino en lo espiritual. Tengo mucho que agradecer”, concluye.