"El arte desaparece cuando el artista obedece a la sociedad"
FOTO: Manuel Castells
Anochece. Una finísima lluvia empieza a calar en los muros del claustro mientras una conversación rompe la monotonía con la que las gotas chocan contra las piedras. Las voces de unos artistas retumban detrás de una puerta. Están en el refectorio y hablan del amor. Discuten sobre los pintores. Uno de ellos irradia experiencia. "Los pintores –dice- soñamos más amplio, aunque sepamos que no tendremos tiempo para realizar nuestros sueños…". Otro le interrumpe. Dice que pasa lo mismo con el amor: "Poco sabemos, haría falta mucho más tiempo para comprenderlo mejor. Pero conocemos cuáles son sus cimientos: el amor es vida vivida. Cuando amamos, vivimos".
Con motivo de la Semana de la Arquitectura, y con el Taller de Pintura "Maestros de la Figuración" como telón de fondo, la Universidad ha organizado un encuentro en la Catedral con Antonio López, Pedro Juan Viladrich y Juan José Aquerreta.
De repente, surge una duda: ¿dónde está la línea entre la verdad y la mentira, entre el arte y la farsa? Desde la experiencia de los pinceles, Antonio López se lanza a responder. La escisión entre la verdad y las pasiones humanas bajas como la vanidad o la soberbia, dice, se da a partir del Renacimiento. La mentira, continúa, surge cuando el artista es obediente a la sociedad, cuando la sociedad busca razones espurias, falsas, para su propio placer y disfrute, y el artista las fabrica. En ese sentido, concluye que las modestas obras del siglo XX son más verdaderas que muchas de las grandes obras que están en los grandes museos.
Fuera ha dejado de llover. En la oscuridad de la tarde la conversación coge temperatura conforme se desciende del mundo de las ideas al mundo sensible, el de cada día y el de cada exposición. Cientos de ojos escuchan atentos.
"¿Es el dinero una manera de detectar que la intención del artista no es verdadera sino que busca un provecho?" Pedro Juan Viladrich es vicepresidente de Intereconomía y la segunda voz de este coro. Recibe una respuesta unánime: el artista siempre ha necesitado sobrevivir.
Un tercer actor entra en escena. Es Juan José Aquerreta. Para él el arte ha degenerado en la medida en la que el hombre se contempla a sí mismo: "Así como la sociedad que no da servicio a sus ciudadanos es una sociedad enferma, lo mismo ocurre con el arte". Hasta el siglo XIII o XIV, recuerda que había un fenómeno comunitario en las obras. Pero desde el Renacimiento hasta los -ismos del siglo XX el arte ha sufrido las consecuencias del centrismo del hombre.
"Me encantaría trabajar desde un dictado superior a mí -le reprocha Antonio López- pero indagar en uno mismo es la única salida. Porque visiones colectivas como el nazismo o el comunismo, para el arte al menos, son lo peor que hay".
Desde que él, Antonio López, nació (seis meses antes de que estallara la Guerra Civil), el mundo no ha dejado de tropezarse. "¿Habrá algo que nos saque de esta oscuridad?", se pregunta. Recuerda cómo el hombre apareció en el mundo mucho después de que especies más grandes perecieran. "Puede que la oscuridad tome también posesión del hombre y acabe por destruirlo –dice-. O puede que no".
Poco a poco el refectorio de la Catedral se va apagando. Los últimos curiosos se adentran en una noche que se cierra por minutos. Se apagan las luces y se hace el silencio, solo interrumpido por el viento que choca contra las copas de los árboles. Termina así una tarde de filosofía, propia de la Edad Media y enmarcada en el siglo XXI. Cosas del arte… o de los artistas.