Peter McCormick es miembro de la  Royal Society of Canada; miembro permanente del Institut International de Philosophie de París; y profesor emérito de la Cátedra de Ética "Fürst Franz-Josef und Fürstin Gina" de la Internationale Akademie für Philosophie del Principado de Liechtenstein.

Entre los reconocimientos que ha recibido cabe destacar la Medalla del Rector de la Universidad de Helsinki y la investidura como Doctor Honoris Causa en Filosofía por la Universidad de Atenas.

El profesor McCormick fue uno de los ponentes principales del congreso internacional ‘Emotions and Moral Values', organizado por el proyecto ‘Cultura emocional e identidad' del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, que financia Seguros Zurich.

Con motivo de su estancia en Pamplona, analizó algunos de los principales retos políticos y sociales de la Europa actual.

En uno de sus libros, Poverty Among Immigrant Children in Europe (Palgrave, 2009), trata el problema de los niños inmigrantes en Europa. ¿Es un problema realmente serio en nuestras sociedades?

Si, lo es.

Cuando me jubilé de la enseñanza hace 12 años, me instalé en Francia, uno de los países más ricos del mundo. De repente, me encontré con una situación completamente diferente. Lo que más me perturbaba no era ver tanta gente pobre en las calles, sino la gran cantidad de niños que había entre esa gente pobre.

Alrededor de la Gare du Nord, una de las estaciones de tren más importantes de París, a primera hora de la mañana, solía ver niños de entre 5 y 10 años saliendo de debajo de los vagones, donde habían pasado la noche durmiendo. Sacaban unas bolsas de papel, las llenaban de pegamento y esnifaban los olores para evitar el dolor del hambre.

Esta situación me abrió los ojos y empecé a ver más y más niños indigentes en las calles de París. Duermen debajo de los vagones porque saben que si lo hacen en las calles, es posible que sean recogidos por grupos sociales que tratan de ayudarles. Los niños ven esos grupos como limitadores de sus libertades y, por ello, prefieren dormir debajo de coches y robar en la estación o  prostituirse durante el día.

¿Es posible ayudarles?

Es difícil, pero no imposible. La gente reacciona de manera diferente ante el problema de los niños indigentes que viven en la calle. Una persona con una fuerte conciencia social, por ejemplo un periodista, puede ayudar contactando con estos grupos y escribiendo sobre su situación, haciendo lo que los franceses llaman ‘reportage'.  Estar en la escena y escribir sobre lo que sería para ellos un ‘día normal' atrae la atención de mucha gente, alguna de ella con poder y muchos recursos. El relato del periodista les recuerda semana tras semana que la situación es intolerable y que hay que hacer algo.

¿Cómo contribuir desde la academia?

Puedes reflexionar sobre el problema y escribir sobre ello de una manera más profesional. La audiencia a la que te diriges ya no sea solo aquella que lee normalmente el periódico, tu público son otros miembros de comunidades reflexivas que tienen intereses filantrópicos y que quieren ayudar. Incluye también a gente influyente del mundo de las universidades.

En Europa tenemos muchas especialidades universitarias que estudian el tema y muchos investigadores que deberían ser animados para continuar sus estudios, y para ello, tenemos que ponerlos en contacto con ‘mecenas'. Nunca hay dinero suficiente en las ciencias sociales para hacer todo el trabajo que desearían hacer y, por ello, la financiación privada es muy importante. Son los periodistas, otra vez, los que pueden ayudar a conseguir esa financiación privada a través de sus artículos.

Europa se enfrenta ahora a un reto añadido: la crisis de los refugiados. ¿Cómo se le puede hacer frente?

En la Unión Europea, solo podemos solidarizarnos con la experiencia de incapacidad de manejar las terribles necesidades detectadas y con la frustración de que 28 naciones con diferentes lenguas, culturas, historia e intereses, experimenten las 24 horas del día con el objetivo de tomar decisiones enriquecedoras que, aparentemente, resultan no ser enriquecedoras. No se puede conseguir una política coherente y totalmente efectiva juntando a 28 comunidades tan diferentes.

¿Europa puede aprender algo de su propia historia, especialmente de la II Guerra Mundial, para solucionar esta crisis?

Los historiadores dicen hoy que al menos 12 millones de personas fueron expulsadas del norte y de territorios alemanes. Dejaron su casa y se vieron obligadas, en un momento determinado, a tomar la decisión de abandonar la tierra a la que pertenecían. 

Una lección que los historiadores contemporáneos pueden proponer a los políticos para afrontar sus problemas es, en primer lugar, reconocer que el gran volumen de población procedente de Siria, Líbano o Jordania que llega ahora a Europa recuerda a los europeos lo que vivieron tras el final de la II Guerra Mundial. 

¿Cuál es el mejor modelo para la integración de los inmigrantes en Europa?

Vengo de una parte del mundo en la que la inmigración ha tenido históricamente una gran importancia: EE.UU.  y Canadá. 

El modelo de integración canadiense es diferente del americano, donde todos se adaptan y entran a formar parte del ‘gran sueño americano'. En Canadá, en cambio, el propio gobierno reconoce la diversidad que provoca la inmigración: "Queremos que seas ciudadano canadiense, pero además, queremos mantener toda tu riqueza cultural por lo que vamos a darte dinero para asegurarnos que los sábados por la mañana llevas a tus hijos a estudiar su idioma materno". De esta forma, los niños no olvidan el idioma de sus padres.

Es un modelo particular de sociedad y creo que es lo que la inmigración necesita: todos somos canadienses y, al mismo tiempo, cada uno puede contribuir con la riqueza de sus tradiciones individuales. Quizá deberíamos aprender de ello en Europa y sería interesante que todos pudiésemos compartir la riqueza de nuestro patrimonio con los otros.

Europa también se enfrenta a otro reto social: el aumento de la brecha entre ricos y pobres en Europa. ¿Qué consecuencias puede traer?

El aumento de la separación entre ricos y pobres está teniendo lugar a expensas de la clase media. La clase media está disminuyendo, la mayor parte se mueve hacia la parte baja (clase media-baja o clase baja) y son muy pocos los que suben a un estrato más alto.

La brecha entre el 1% de la gente más rica y el resto de la población se está extendiendo. Sin embargo, pienso que esto no tiene que ser visto como una autentica fatalidad. La razón es que en la sociedad actual de Europa occidental, la riqueza que van amasando algunas personas les permite cambiar su actitud y cada vez más, las personas ricas se vuelven más generosas. Está pasando, por ejemplo, en EE.UU. con Bill Gates y otra gente rica con intereses filantrópicos que quiere ayudar.

¿Cómo es posible convencerles para que se impliquen en la sociedad?

Es muy difícil cambiar una mentalidad, pero es posible. 

En un estudio realizado en la Universidad de Princeton, se  preguntaba a los alumnos de ‘Management' por qué habían elegido esa carrera y más de la mitad respondían que ‘porque querían ser ricos y hacer algo bueno con ese dinero'. Necesitamos gente así, estudiantes que quieran ser ricos para cambiar el mundo. Hasta hace poco los jóvenes querían acumular riqueza para comprarse un barco, tener siete casas o casarse muchas veces. Ahora hay gente que quiere ser rica para ayudar a los demás; hasta ahora no había oído algo así y es una señal brillante.

Todo ello sugiere que los propósitos de cambio de las diferentes clases de la sociedad no están fijados sino que seguirán desarrollándose y que, por el momento, hay muy buenas razones para pensar de forma un poco más positiva acerca del futuro.