“El apoyo que recibimos de los benefactores es parte de las sorpresas de Dios y las alegrías que vivimos son también suyas”
Rolvin Capistrano tiene 41 años y es de Filipinas. Mientras estudia la Licenciatura en Derecho Canónico en la Universidad de Navarra, ayuda en la Archidiócesis de Pamplona y Tudela celebrando misa en Caparroso.
03 | 05 | 1921
Rolvin Capistrano es de Viga Catanduanes (Filipinas). Tiene 41 años y actualmente está cursando segundo de la Licenciatura en Derecho Canónico. Pamplona no le pilla de nuevas, pues es la segunda vez que viene a estudiar a la Universidad de Navarra. Entre los años 2000 a 2004 cursó el Bachiller en Teología mientras se formaba en el Seminario Internacional Bidasoa.
Aquí llegó, enviado por el obispo de su diócesis para estudiar con una beca de la Fundación CARF. No venía solo. Tuvo la suerte de coincidir con un compañero del seminario menor donde había estudiado y a quien conocía desde niño, cuando ambos eran monaguillos en la misma parroquia. Él iba allí con sus abuelos cuando era pequeño. De ellos conoció la fe. “Era el mayor de cuatro hermanos y todos los fines de semana iba a pasarlos con ellos”, relata.
Cuenta que su vocación no fue muy bien acogida por su padre, aunque con la ayuda de su madre, supo mostrarle cuál era su camino. “El Señor me cautivó con lo atractivo de la vida de un sacerdote. Tenía doce años cuando entré en el seminario. Allí encontré la felicidad: estaba donde debía estar y haciendo lo que debía hacer. He tenido ocasiones para declinar, pero no lo hice”.
Aunque reconoce que volver a estudiar le ha costado, “amar lo que uno hace” le ha ayudado mucho a coger el ritmo. Asegura que venir de nuevo a esta tierra ha sido como volver a su segunda casa: “La ciudad ha cambiado mucho, pero en el fondo sigue siendo mi Pamplona de antes”.
Además de formarse académicamente en la Universidad, Rolvin practica deporte en su tiempo libre (tenis y footing), “sobre todo cuando me siento agobiado por los estudios”, recalca. Actualmente también colabora con el Arzobispado de Pamplona celebrando misa en Caparroso, porque el párroco está enfermo. Y en otras ocasiones ha ayudado en algunas parroquias de Artajona, Ulzama y en el Valle del Baztán. “Los filipinos hemos heredado muchas cosas de la religiosidad popular de los españoles. Navarra es tierra misionera. Estoy aprendiendo mucho y ahora entiendo muchas cosas al adentrarme en los pueblos: sus costumbres, las fiestas patronales, las procesiones…”, explica.
Preguntado por su labor pastoral, afirma sentirse muy contento: “Para mí no es algo extraño. Los sacerdotes no nos ordenamos para nosotros mismos, sino para ayudar a las personas y estar con ellas. Hay pueblos que tan sólo tienen 5 o 6 personas en misa y podemos pensar que no estamos haciendo nada. Sin embargo, debemos sembrar con alegría, igual que nosotros fuimos fruto de la semilla que sembraron nuestros antepasados. Así hemos ido creciendo”.
Agradece mucho la ayuda recibida de los benefactores para poder sacar adelante sus estudios, sin la cual no hubiera sido posible: “Hay mucha gente que nos ayuda y aunque no lo ven, están haciendo muchas cosas buenas por la Iglesia. El apoyo que recibimos de ellos es parte de las sorpresas de Dios y las alegrías que vivimos son también suyas”.