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Una vida entre la poesía, la vanguardia y la búsqueda de la verdad

Perteneciente a la Generación del 27, Ernestina de Champourcin fue una poeta comprometida con la renovación literaria y el pensamiento de su tiempo. En esta entrevista, Mª Dolores Esteban nos acerca a su figura, explorando su trayectoria intelectual, su exilio y la dimensión espiritual que marcó su vida y su obra.

10 | 02 | 2025

 

Ernestina de Champourcin fue una de las voces más singulares de la poesía española del siglo XX. Criada en un entorno aristocrático, encontró en la literatura y la vanguardia una vía para explorar nuevas ideas y, con ellas, un compromiso con la transformación social y cultural de su tiempo. Su evolución, desde sus primeros años hasta su exilio, estuvo marcada por una búsqueda constante.

Sobre esta fascinante trayectoria trata el libro Ernestina de Champourcin: una intelectual de vanguardia, publicado por EUNSA y escrito por la historiadora Mª Dolores Esteban. La autora examina el periodo formativo de Champourcin, desde 1905 hasta 1940, explorando su entorno familiar, su adhesión al pensamiento republicano y su rol activo en la redefinición del papel de la mujer en las décadas de 1920 y 1930. Asimismo, el libro muestra cómo su exilio y su acercamiento a Dios marcaron un punto de inflexión en su vida y en su obra poética. Para la Champourcin la poesía era una vocación y Dios se convirtió en su aliento, inspiración y fuente de su libertad. Fruto de esa vuelta a Cristo y de la amistad con Guadalupe Ortiz de Landázuri, Ernestina pidió la admisión a la Obra.

M. Dolores Esteban, licenciada en Historia del Arte y doctora en Artes y Humanidades, ha centrado sus investigaciones en las mujeres intelectuales de los años 20 del siglo pasado, con especial énfasis en la figura de Champourcin. Actualmente, es profesora en la Universidad Villanueva de Madrid.

En esta entrevista, realizada por el Centro de Estudios Josemaría Escrivá, conversamos con Dolores Esteban sobre la vida y obra de Ernestina de Champourcin, su espíritu vanguardista, su compromiso con la poesía y la libertad de expresión, así como su evolución personal y espiritual.

¿Cómo descubrió Ernestina de Champourcin su vocación por la poesía? ¿Qué elementos o experiencias crees que fueron decisivos en ese despertar creativo?

Ernestina es un personaje fascinante, una mujer valiente que, a principios del siglo XX, supo lo que quería y luchó por ello. Muchas mujeres de su época podían tener aspiraciones, pero a menudo estaban sujetas a ciertas convenciones sociales. En cambio, ella no solo tenía claridad sobre su camino, sino que también fue capaz de superar cualquier obstáculo para alcanzarlo.

En cuanto a su vocación poética, es difícil señalar un momento exacto, pero creo que su entorno familiar fue clave. Creció en una estética aristocrática y refinada, con una fuerte influencia francesa. En su casa se hablaba francés, se leían los clásicos en varios idiomas y se fomentaba el contacto con personalidades del mundo cultural. Ese ambiente, sumado a una sensibilidad extraordinaria, le proporcionó un sustrato esencial para desarrollar su creatividad.

Descubrió su vocación en la lectura y en las conversaciones con sus padres. Desde pequeña, sintió una necesidad innata de escribir y compartir sus poemas con sus amigas. Es curioso que no se conserven esos primeros versos infantiles, pero sin duda, desde muy temprano, la lectura y la escritura fueron una parte fundamental de su vida.

En tu libro mencionas el amor de Ernestina de Champourcin por la vanguardia y su compromiso con la libertad de expresión. ¿Cómo se reflejaron estas dos influencias en su poesía y en su vida?

En cuanto a su poesía, no me atrevería a hacer un análisis profundo, ya que mi campo es la historia y no la literatura. Para eso, recomendaría a especialistas como Rosa Fernández Urtasun. Sin embargo, Arturo del Villar, su albacea literario, afirmaba que su poesía está vivida, que forma parte de su vida. Así que hablar de su trayectoria personal nos puede dar pistas sobre cómo se reflejan en sus versos estos dos aspectos.

Uno de los rasgos más significativos de su compromiso con la libertad de expresión fue su independencia frente a las editoriales. Por ejemplo, cuando le propusieron dirigir una sección femenina en la que describiera el papel de la mujer, ella se negó. Sin embargo, cuando le pidieron escribir sobre la poesía contemporánea, no dudó en destacar a autoras como Concha Méndez o Carmen Conde, en un tiempo en el que era más habitual centrar la atención en escritores hombres. Esa decisión, que puede parecer sutil, en realidad era un gesto de vanguardia y una forma de dar visibilidad a otras mujeres, algo que muchas de sus contemporáneas no hicieron.

Su espíritu transgresor, su amor a la vanguardia, también se reflejó en su vida personal. Por ejemplo, cuando quiso ir a la universidad, su familia le impuso la condición de asistir acompañada de una dama de compañía, lo que ella rechazó. Para ella, aceptar esa tutela era inconcebible. También fue una de las pocas mujeres que se atrevió a participar en tertulias literarias dominadas por hombres, algo poco común en su época.

Creo que Ernestina no solo defendió la libertad de expresión en su obra, sino que la vivió con coherencia en cada decisión de su vida.

El Lyceum Club Femenino fue un espacio muy importante para las intelectuales de la época. Para Ernestina de Champourcin, ¿qué significó este lugar y cómo influyó en su desarrollo profesional?

Para Ernestina, el Lyceum fue fundamental. Curiosamente, en sus escritos personales se refería a sí misma como fundadora, aunque en realidad no tenía permiso en su casa para participar en su creación. Sin embargo, su vinculación con el club fue intensa y significativa.

Allí encontró apoyo en otras mujeres que, como ella, compartían una gran pasión por la literatura. Desde el principio, quiso involucrarse activamente y ocupó varios cargos: secretaria de la sección de literatura, de la sección hispanoamericana y también en el área social. Pero, sobre todo, mostró un gran interés en fomentar la lectura entre las mujeres. Solía decirle a María Luz Morales: "Mujeres, leed poesía", reflejando su convicción de que la lectura debía ir más allá de las tareas tradicionalmente asignadas a las mujeres.

El Lyceum le brindó una red de apoyo, la posibilidad de visibilizar y conectar a otras escritoras con editores. Sin embargo, también fue un espacio de desencuentros. Su espíritu vanguardista no siempre fue comprendido por algunas de sus compañeras, lo que le generó frustraciones y sufrimiento. Aunque nunca lo plasmó por escrito, en el ámbito familiar expresó el dolor que le causó sentirse incomprendida. Llegó incluso a enfrentarse a un voto de censura, algo difícil de asimilar para alguien con una defensa tan firme de la libertad de expresión.

A pesar de esos momentos difíciles, su paso por el Lyceum tuvo más luces que sombras. Un ejemplo de ello es el homenaje que recibió en junio de 1936, poco antes de la Guerra Civil Española. Treinta personalidades del mundo literario acudieron al evento, lo que demuestra el reconocimiento que ya tenía en ese momento. María de Maeztu, en su discurso, la describió como una mujer vanguardista, rompedora y un modelo para otras mujeres, algo que, sin duda, define su legado.

 

Al explicar momentos claves de su vida afirmas que las amistades y lecturas la inclinaban hacia la revolución. ¿De qué manera se canalizó esta rebeldía en su expresión artística y personal?

Es importante precisar que la palabra revolución no se refiere a la lucha armada, ya que Ernestina era pacifista, sino a una revolución entendida como la negativa a someterse, a seguir el camino impuesto sin cuestionarlo.

En cuanto a sus amistades, una figura clave fue Huberto Pérez de la Osa, su primer amor y poeta de una familia aristocrática. Esa relación le hizo ver que era posible ser distinta dentro de un entorno conservador, pero que para ello había que luchar. También fue fundamental su amistad con Juan Ramón Jiménez, cuyas conversaciones y enseñanzas la marcaron profundamente. Él la impulsó a leer, a reflexionar y, sobre todo, a elegir su propio camino, aunque eso significara alejarse del de su familia. Ernestina llegó a decir que vivía exiliada dentro de su propia casa, porque sentía que era muy distinta a los suyos.

En el ámbito literario, también le influyeron las poetisas hispanoamericanas, como Alfonsina Storni, así como las obras de Salinas, Lorca o Alberti, figuras con ideales republicanos. Todo esto la llevó a identificarse con el Frente Popular y a adoptar un republicanismo más ideológico que político. No era tanto una militancia activa, sino una adhesión a ideas que promovían la educación, el acceso de la mujer a la cultura y la lucha contra el analfabetismo.

Más que una revolucionaria en el sentido estricto, Ernestina fue una mujer con una fuerte rebeldía artística y personal. Afrontó dificultades con las editoriales con las que publicó y no dudó en defender su voz poética. A nivel personal, tuvo el coraje de seguir su propio camino, aunque no siempre fuera comprendida. Su determinación y autonomía son, quizá, los rasgos más significativos de su carácter.

A lo largo de su vida, Ernestina de Champourcin mostró una profunda sensibilidad social ¿Qué causas sociales defendió? ¿Cómo se manifestó esta sensibilidad en su obra?

Sin duda, Ernestina tenía una gran sensibilidad social y la volcó en varias causas. Una de sus principales preocupaciones fue la infancia, especialmente el analfabetismo infantil. Su compromiso en este ámbito fue muy concreto: mientras otras personas de su entorno acudían a bailes en el Ritz, ella prefería ir a barrios pobres de Madrid a contar cuentos y enseñar a leer. Según Arturo del Villar, uno de los mayores conocedores de su vida, su implicación social fue siempre discreta, lejos de los círculos de beneficencia de la alta sociedad donde se recaudaban fondos y se buscaba visibilidad.

Otro tema que le preocupaba profundamente era el aborto, al que se oponía no tanto desde una perspectiva moral, sino porque lo veía como un reflejo de una sociedad enferma que atenta contra el más indefenso. Escribió una poesía sobre la cobardía que refleja muy bien esa sensibilidad y su manera de abordar esta cuestión.

Durante la Guerra Civil, su compromiso social se hizo aún más evidente. A pesar de no ser una mujer físicamente fuerte, trabajó como enfermera voluntaria, eligiendo el turno de noche, que era el más duro. Nunca buscó reconocimiento por ello, no aparece en listas oficiales ni recibió homenajes, pero su labor fue intensa y silenciosa. Además, durante esas noches en el hospital escribió un libro, reflejando en su obra literaria la experiencia y el impacto que tuvo en ella esa etapa.

Durante su exilio en México la poeta relata que vivió una "crisis religiosa" ¿Qué significó esta crisis en su vida y cómo afectó su obra poética?

Es difícil dar una respuesta definitiva. Ernestina siempre decía que solo le importaban tres cosas: Dios, la poesía y la belleza. Fue una mujer creyente, aunque no siempre practicante. En su juventud se rebeló contra una religión impuesta, pero, a pesar de ello, admiraba profundamente la vida religiosa porque veía que es gente capaz de vivir solo del amor. 

A medida que fue creciendo, atravesó momentos de mayor rebeldía hacia el ambiente en el que se movía su familia y comenzó a frecuentar otros espacios en los que descubrió una vida diferente, otras lecturas, otras ideas de carácter más laicista y poco a poco fue abandonando su práctica religiosa. 

 

Años más tarde, en su exilio en México algo la hizo replantearse su fe. Tal vez el exilio mismo, la pérdida de la guerra, la depresión de su marido y sus propios cuestionamientos personales la llevaron a buscar respuestas. Todo eso desembocó en la lectura de Thomas Merton, y comenzó una vuelta a Dios.

En México conoció al sacerdote Ernesto Santillán, con quien compartió conversaciones sobre literatura y fe. A través de este sacerdote, y su trabajo social con mujeres en dificultades, Ernestina se acercó a Dios, lo que la llevó incluso a casarse por la iglesia. 

Su encuentro con el Opus Dei también fue parte de esta nueva etapa espiritual. Sin embargo, nunca habló abiertamente de su crisis religiosa, ni de cómo la resolvió; en su carta a José María Escrivá, simplemente expresaba su agradecimiento por la posibilidad de pertenecer a la institución.

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