2014_02_25_ICS_En el debate sobre el aborto no está en juego un conflicto de opiniones privadas, sino un fenómeno público: la vida de un ser humano
"El debate sobre el aborto no aborda opiniones privadas, sino un fenómeno público: una vida humana"
Cuatro investigadores del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra conversaron acerca del aborto durante un encuentro en la Biblioteca de Humanidades del campus pamplonés. Con el objetivo de contribuir a desentrañar la complejidad de este fenómeno, arrojaron luz sobre él desde diversas perspectivas del conocimiento: la filosofía, la educación, el lenguaje y la ética en la vida pública.
En la reunión participaron David Thunder, del proyecto "Religión y sociedad civil"; Carlos Beltramo, de "Educación de la afectividad y de la sexualidad humana", Inés Olza, de "Discurso público"; y Mariano Crespo, de "Ley natural y racionalidad práctica".
¿En qué estado se encuentra el debate acerca del aborto?
Mariano Crespo (MC): El aborto implica la decisión sobre una vida nueva que se encuentra en un estado de inocencia absoluta. Cuando en los años 80 se empezó a hablar en España de su despenalización en tres casos concretos, Julián Marías publicó una serie de artículos en los que lamentaba la falta de un debate estrictamente racional acerca de esta cuestión. Este diagnóstico sigue vigente en la actualidad. No es infrecuente que las discusiones acaben en descalificaciones de las posturas de los otros, acusando de querer imponer determinadas convicciones subjetivas válidas solo individualmente o para un determinado grupo.
¿Qué papel desempeñan las convicciones morales en este debate?
David Thunder (DT): No hablamos de la defensa de una postura privada o religiosa, sino de un fenómeno público: la vida de un ser humano y cómo este interactúa con la vida de la mujer que lo lleva dentro. Para mejorar la calidad del debate público se requiere más honestidad, reconocer que esta cuestión tiene una base de evidencia pública. Hay que superar los eslóganes y las frases hechas. Muchos consideran que está en juego un conflicto de opiniones personales que no se pueden arbitrar públicamente. Cuando esto es así, el debate se politiza: quien participa en él tiene un proyecto o un programa y quiere imponer su voluntad a cualquier coste. En Irlanda -mi país- se ha legalizado recientemente el aborto y ha ocurrido eso: algunos han tomado una postura y no han querido prestar atención a la evidencias biológicas y referentes a la salud de la mujer para buscar posibles soluciones cuando hay un aparente conflicto entre las dos vidas.
MC: Se piensa que quienes nos oponemos al aborto lo hacemos en virtud de determinadas convicciones religiosas, las cuales se consideran falsamente como expresiones de preferencias emocionales. De este modo, decir que el aborto es malo equivaldría a expresar una suerte de repugnancia moral a esa acción. Así, lo que a uno le causa un disgusto emocional no tiene por qué disgustar a otros. Planteado en estos términos, el diálogo se trunca de raíz. Es cierto que muchos tenemos argumentos en contra del aborto basados en nuestra fe o muy vinculados a ella, pero eso no significa que se trate de preferencias emocionales radicalmente subjetivas que intentamos imponer. Antes de plantear la discusión en torno a los aspectos jurídicos y éticos relacionados con el aborto, sería imprescindible "descontaminar" la discusión en torno a esos temas tan candentes. En España esto está aún por hacer.
Entonces, ¿se está manipulando el lenguaje en torno al aborto para lograr su aceptación social?
Inés Olza (IO): Muchas veces gana quien hace un mejor uso del lenguaje. Resulta preocupante que abunden expresiones eufemísticas como "interrupción voluntaria del embarazo", presentes en el lenguaje técnico jurídico, los diccionarios académicos, las obras lingüísticas... Efectivamente, estamos hablando de embarazo y su cese es voluntario en el aborto. Pero la palabra "interrupción" alude a algo que para momentáneamente y luego tiene visos de seguir, cuando no es esto lo que ocurre. En lugar "finalización voluntaria del embarazo" se propone "interrupción" porque el vocablo se aproxima a lo que queremos decir pero evita la connotación de acabar definitivamente con algo. El eufemismo cunde porque se extiende rápidamente y se "digiere" con facilidad. Detrás hay una postura ideológica.
Carlos Beltramo: Cualquier palabra o expresión que rebaje el impacto social y personal del aborto se expande velozmente porque endulza la realidad. Probablemente, los más inmunes a esa palabra son quienes defienden la nueva vida. Con todo, el discurso provida también tiene cosas que aprender. Un especialista americano afirmó que nos habíamos equivocado durante años al centrarnos poco en la mujer y casi en exclusiva en el nasciturus, cuando ambos son víctimas. Es importante destacar que en ciertos embarazos –como por ejemplo el que es fruto de una violación– no hay una solución sin dolor, aunque pretendan hacernos creer que el aborto no conlleva sufrimiento. Debido a esto, los prochoice se han posicionado como los defensores de los derechos femeninos. Es frecuente que busquen justificar su posición con casos dramáticos y atípicos, sacados de contexto. Frente a esto, tendríamos que presentar historias de personas que decidieron seguir con su embarazo y son felices, así como fortalecer las investigaciones que poco a poco van revelando los efectos nocivos de lo que ya algunos denominan "síndrome post-aborto".
MC: La cuestión de la conquista ideológica del lenguaje no es novedosa. Tiene que ver con la sofística clásica. Hay dos formas de entender el lenguaje: al servicio de la realidad, para describir lo que sucede, o al servicio de una perspectiva ideológica que pretende influir en la conducta del otro. Por otra parte, el modo en el que los partidarios del aborto conciben la libertad procede de una determinada concepción de la autonomía moral, como si esta no tuviera ninguna referencia a criterios morales objetivos. Pero cabe preguntarse si esto es realmente así, si existen tales criterios que regulen la autonomía de la conciencia: algunos de ellos pueden ser valores como la vida humana propia y ajena.
Con respecto a la cuestión de la libertad de decidir, ¿se debe considerar el aborto como un derecho?
IO: Las dos grandes palabras que se utilizan para defenderlo son "libertad" y "derechos" de la mujer. En España se ha asociado el avance de los progresivos supuestos del aborto a una consecución de libertades, a algo de lo que antes se nos privaba. Se ha expandido la idea de que en los años 80, en los inicios de la democracia, se empezó a conquistar un derecho que poco a poco se ha consolidado, y se considera que limitarlo es antidemocrático. Se pone el foco en esto y se ocultan los derechos que tiene el nonato.
DT: Mary Ann Glendon, catedrática de la Universidad de Harvard y colaboradora del ICS, ha comentado más de una vez que el concepto de derecho domina el debate en la vida pública en el mundo anglosajón. Pero tal y como señala, cuando se plantea una cuestión en términos de derechos, el debate se silencia y se corta: si yo creo que tengo un derecho y el otro me lo niega, percibo que me está atacando. En EE. UU. ese concepto ha desempeñado un gran papel en la defensa de las personas negras y es algo admirable. Pero cuando se extiende a cualquier debate público, inclusive el del aborto, no facilita abordar todos los aspectos de la cuestión.
¿Los derechos de la madre deben anteponerse a los del hijo?
DT: Observamos una paradoja: cuando es un hijo deseado, el niño tiene derechos, pero estos desaparecen cuando se trata de un embarazo no esperado. Nuestra sociedad se asienta en una base llena de incoherencias; una de ellas consiste en proclamar que todos los seres humanos tienen la misma dignidad, a la vez que se trata al no nacido como si no fuera un ser humano digno. El nonato presenta una situación de gran vulnerabilidad: resulta casi invisible socialmente y no puede defenderse con su propia voz. Precisamente, resulta llamativo ver cómo los grupos que han perdido su valor en la esfera pública a lo largo de la historia han sido colectivos que, por diversas circunstancias, no aparecían en los lugares destacados de la sociedad o no tenían un espacio para defender públicamente sus derechos, como ocurrió con los esclavos de EE. UU. Una serie de mecanismos sociales y políticos garantizan esa inferioridad y poco a poco hay que desmontarlos.
CB: Una de las principales barreras con las que nos encontramos para defender los derechos del no nacido es el continuo cuestionamiento y relativización acomodadiza de en qué momento podemos hablar de que estamos ante un ser humano. Esta debería ser una de las principales herramientas con las que contamos para establecer límites de acción, pero cuesta hacer que la sociedad reaccione adecuadamente frente a la evidencia científica. Si agregamos que el embrión no se ve y que en la cultura actual se ha tendido a invisibilizarlo socialmente, el problema se agrava. He ahí la importancia de educar desde la infancia para que todo el mundo sea consciente de que, antes de convertirse en adulto, pasó por las etapas de cigoto, embrión y feto, y que su vida continuará sin solución de continuidad hasta la muerte. En el proyecto "Educación de la afectividad y de la sexualidad humana" somos conscientes de la importancia de lo visual en la cultura actual y en el material escolar que elaboramos trabajamos mucho con ilustraciones que ayudan a generar en los niños, los padres y los docentes un sustrato emocional sobre el que se asienten los conocimientos. Porque una cosa es que la embriología sepa de sobra que allí hay una persona y otra muy distinta que el niño aprenda a apreciar al hermanito "desde el primer momento" o que conozca que él fue un cigoto y que eso es muy bueno.
¿Qué argumentos válidos se pueden sostener para defender la cultura de la vida?
MC: En términos positivos, habría que esforzarse por hacer la distinción clásica entre acto y persona: rechazamos los actos cometidos por determinadas personas, no a estas. También habría que destacar que, entre los derechos humanos, unos son más básicos que otros. El derecho a la vida se fundamenta en la condición ontológica del ser humano frente a otros derechos que exigen un cierto desarrollo de la conciencia humana (por ejemplo, no tendría sentido reconocer el derecho de un niño de siete años a casarse con una amiga de su edad). El primer tipo de derechos se tiene por el simple hecho de ser persona y el Estado debería protegerlo.
CB: Hay que combatir la idea de que una ley que proteja al niño por nacer es un retroceso en el campo de los derechos. El discurso debería centrarse en hablar de progresar en otras líneas: la búsqueda de una mayor protección de ese niño no nacido, de la ampliación de sus libertades, etc. Esto requiere emplear un lenguaje que remita a cambio positivo para reemplazar el de regresión. Por ejemplo, se podría explicar el daño que se ha hecho a las madres con las leyes anteriores y cómo se quiere modificar el rumbo en ese sentido. A lo largo de la historia ha habido grandes líderes que han dicho cosas en contra de la cultura dominante y que han sido aceptadas poco a poco. En estos momentos contamos con el papa Francisco. Cuando era arzobispo de Buenos Aires, solo se refería al aborto en el contexto del compromiso social del mensaje de Cristo, en situaciones como bautizos de hijos de madres solteras en una villa miseria o en Semana Santa, mientras lavaba los pies a niños. Así se entiende que el mensaje es de amor y protección de toda vida humana, lo que hace más comprensible lo que se propone.
IO: No sé cómo acabar con la idea de que ampliar supuestos constituye un progreso, pues el lenguaje está muy arraigado. Parece que las sociedades avanzan irremediablemente y que una nueva ley implica la conquista de determinadas libertades. Afirmar que la ampliación de los supuestos legales del aborto va contra los derechos fundamentales se considera opuesto a la idea de esperanza y de progreso. Quizá la clave consiste en subrayar cómo se avanza paralelamente en otras líneas que antes se habían dejado de lado, de modo que la balanza se equilibre.
DT: Las organizaciones provida de Irlanda han aprendido que lanzar argumentos en una esfera pública que cada vez defiende menos la vida del no nacido no conduce a ninguna parte si no viene acompañada de la educación en los colegios, las universidades… Esta es la manera de cambiar poco a poco la cultura.