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Volver 2018-02-27-Noticia-TEO-Carlos Ernesto Martínez

“En este tiempo he aprendido a amar más a la Iglesia, gracias al testimonio de compañeros en cuyos países está perseguida”

Oriundo de El Salvador, Carlos Ernesto Martínez tiene 24 años y en la actualidad cursa sus estudios de Teología en la Universidad de Navarra

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Carlos Ernesto Martínez frente a las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra, donde en la actualidad cursa 5º de Bachillerato en Teología. FOTO: María M. Orbegozo
27/02/18 11:47 María M. Orbegozo

Carlos Ernesto Martínez nació hace 24 años en Santa Ana, El Salvador. Desde niño había sentido deseos de ser sacerdote y a los 16 años ingresó en el seminario menor: “Entré con un primo muy cercano para hacer la experiencia. En esa época, aún no estaba muy convencido de mi vocación, pero mi primo me sostuvo en los momentos en los que mis pasos hacia el sacerdocio tambaleaban”. Emocionado, asegura que, años después, la persona que le ayudó en su camino continúa haciéndolo, pero de un modo distinto: “Su misión fue guiarme para que yo escuchara la voz de quien me estaba llamando. No tengo duda de que ahora lo sigue haciendo desde donde se encuentre –y estoy seguro de que está en el mejor lugar-. El Señor tenía otro plan para él, y aunque perder a un ser querido es muy difícil de aceptar, ha sacado bienes mayores”. Otra de las razones determinantes para iniciar su camino al sacerdocio fue una pregunta que se hizo frente al sagrario ¿Cuánta necesidad hay de Dios, cuántas personas hay que atender y qué pocos sacerdotes? “Eso fue lo que me impulsó a abrazar mi vocación con un deseo y un convencimiento mayor”, explica.

Nacido en el seno de una familia católica, donde Dios siempre había estado muy presente, ingresó en el seminario mayor cuando cumplió 18 años. En 2014, su Rector, que se había formado en la Universidad de Navarra, le animó a venir a España, donde en la actualidad cursa 5º de Bachillerato en Teología. “Me siento privilegiado por poder estudiar aquí. Tenemos muchos medios de formación a los que, por distintas circunstancias, no siempre se puede acceder en los seminarios de nuestros países: bibliotecas especializadas, simposios internacionales, cursos de actualización… Además, tenemos accesibles a muchos autores de los libros que estudiamos y podemos acudir fácilmente a ellos. Es una ventaja que nos ayuda y prepara para poder responder a situaciones a las que nos enfrentaremos como sacerdotes”.

Desde que llegó a Pamplona, Carlos reside en el Seminario Internacional Bidasoa donde, tal y como asegura, ha aprendido a amar más a la Iglesia: “He tenido la oportunidad de conocerla mejor, no sólo por la materia de Eclesiología que estudiamos en la Universidad, sino por el testimonio de muchos compañeros que narran la situación de la Iglesia en sus lugares de origen; una Iglesia que sufre”. Asegura que su paso por Bidasoa ha sido “único e inolvidable, algo que marcará para siempre mi vida y mi ministerio”, pues se ha rodeado de personas que le han ayudado en este camino al sacerdocio. “Siempre llevaré conmigo las buenas experiencias que he tenido con mis compañeros. Siendo de culturas distintas, todos tienen un corazón conquistado por la misma persona: Jesús. También me llevo un recuerdo especial de mis formadores que, más que eso, han sido verdaderos padres para mí. Lo digo de corazón”.

Este año, cuando finalice su etapa de formación en la Universidad de Navarra, volverá a El Salvador para ponerse a disposición de su obispo: “Me encantaría poder ejercer el sacerdocio en mi país y servir a las personas con las que he comenzado la aventura apasionante de la vocación”. Además de sentirse agradecido por quienes han formado parte de su formación y de su vida, de forma desinteresada, Carlos no puede dejar de recordar a los que le han ayudado económicamente: “Esta experiencia no hubiera sido posible sin la ayuda de tantas personas que han contribuido a mi formación, con los gastos de la beca. Estoy profundamente agradecido con todos. Desde aquí me gustaría decirles que el fruto de sus esfuerzos económicos adquiere un valor inmensurable. El sacerdote es dispensador de los misterios salvíficos de Jesucristo, la certeza de que Dios camina entre nosotros, porque hace presente a Cristo en la tierra. Su promesa de que nos acompañaría todos los días, hasta el fin del mundo, la vemos hecha realidad de manera especial en la Sagrada Eucaristía y sin sacerdocio no hay Eucaristía”.

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