“En la Universidad de Navarra aprendes desde quienes nos forman hasta el Gran Canciller que se interesa por nuestra formación”
Mauricio Dimas, de 24 años, llegó desde El Salvador para estudiar Teología en Pamplona
Un minuto puede marcar la diferencia. Eso fue lo que pensó Mauricio Dimas hace siete años, en una hermosa mañana de domingo. Mientras contemplaba la salida del sol, se sorprendió al descubrir cómo un grupo de personas bajaba por los pedregosos senderos de las montañas salvadoreñas. Iban cubiertos de polvo y barro y observó curioso cómo, al llegar a un pequeño riachuelo, se limpiaron los pies, las manos y la cara, se pusieron sus zapatos y entraron sonrientes a la pequeña iglesia del pueblo. Tres horas después, se acercó extrañado para comprobar qué sucedía, porque nadie había salido de la iglesia: “Como el sacerdote atendía otras tres parroquias, le estuvieron esperando desde las ocho de la mañana. Aunque, hasta entonces, mis dudas sobre Dios habían sido muchas, pensé en la necesidad que la Iglesia tiene de vocaciones. Con mi entrega, las personas que cada domingo esperaban tres horas podrían empezar a esperar dos horas y cincuenta y nueve minutos”.
Mauricio nació hace 24 años en la ciudad de La Libertad (El Salvador), en una familia religiosamente dividida: “Mi madre era muy católica, y fue ella quien me enseñó a rezar, pero mi padre tenía muchas dudas que, de uno u otro modo, me fueron influenciando durante mi infancia y adolescencia”. Sin embargo, el ejemplo y la fe de aquellas personas humildes de las montañas cambió por completo su vida. “Ingresé en el seminario un 29 de enero, a los 17 años. Aunque yo estaba emocionado, mis amigos me insistieron en que tenía una vida que muchos desearían, pero no me llenaba. Mi familia no habló ese día, solo lloraban”, explica. Sin embargo, su ingreso en el seminario trajo consigo muchos bienes. Cuenta que “aunque para mi padre, en un principio, fue una decepción, desde ese momento empezó a ir a misa y a visitarme de vez en cuando. Fue una de las cosas que le había pedido a Dios insistentemente: su conversión”.
Este joven seminarista pertenece al obispado castrense de El Salvador. Como está comenzando, aún no tienen casa de formación propia, y Mauricio y sus nueve compañeros han tenido que formarse en otras diócesis o fuera del país, “por eso llegué a Pamplona, por iniciativa de mi obispo, el 21 de agosto de 2013, con ganas de seguir entregándome a la Iglesia”, explica. En la actualidad, cursa el último año del Bachiller de Teología en la Universidad de Navarra: “Esta experiencia ha sido un regalo, una gracia de Dios que nunca habría imaginado. Los profesores tienen una conciencia clara de que su mensaje no va a quedar únicamente en nosotros, sino que vamos a ir a transmitirlo a otros. Es un lugar donde aprendes, no solo de quienes nos forman, sino también de los demás, desde el bedel que nos recibe con una sonrisa cada mañana, hasta el Gran Canciller, que está pendiente de la Universidad, reza por ella y se interesa por nuestra formación. Estudiar aquí exige a uno que su vida y su pastoral vayan acordes con lo que la Iglesia quiere, con amor, con sentido de santificación”.
Mauricio reside en el Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa; un lugar que, asegura, ha ampliado su visión de la Iglesia y del mundo: “Estar aquí ha sido una bendición de Dios, no solo porque mis 99 compañeros entienden mi vocación, sino porque me he dado cuenta de que la Iglesia es más que mi parroquia, más que mi diócesis, incluso más que la Iglesia de mi país: es una Iglesia universal. En Bidasoa he aprendido a valorar mi fe y a salir de mí mismo para pensar en los demás. Aquí me han enseñado que ser sacerdote no solo vale la pena, sino que vale la vida”.
Asegura que estos cinco años en España “marcarán toda mi vida y me exigirán un trabajo pastoral a la altura de haber pasado por este increíble país”. No solo por lo que ha aprendido, sino por todo lo que su vocación ha traído consigo: la conversión de su padre y el matrimonio de sus padres, pues no estaban casados. “Uno tiene que tener paciencia con Dios. Después de rezarlo mucho, mis padres se confesaron y el 18 de mayo de 2014, se casaron por la Iglesia. Aunque no pude ir a la boda, porque estaba en Pamplona terminando mis exámenes, pude asistir vía Skype. El matrimonio de mis padres hizo que cambiaran muchas cosas en casa. Hoy están felices ante mi futura ordenación sacerdotal y no se habla de otro tema”, cuenta emocionado.
El próximo mes de junio, cuando finalice sus estudios, volverá a su país, donde se le conferirá el diaconado y se pondrá a disposición de su obispo: “Me entregaré por completo al obispado castrense de El salvador para cubrir el área espiritual de los efectivos militares y policiales de mi país. Espero, a través de ellos, llegar también a sus familias y a la sociedad”.
Mauricio no quiere dejar pasar la oportunidad de dar las gracias a sus benefactores, por haber posibilitado su formación en España: “No me alcanzaría una vida para agradecer todo lo que han hecho por mí en estos años de estancia en Pamplona. Nuestros benefactores no sólo están pendientes de nosotros con su ayuda material; también con la espiritual. Gracias a ellos, nos estamos formando como la Iglesia nos pide. Gracias a ellos, a través de nuestro ministerio, la palabra de Dios cambiará corazones, hará hijos de Dios a través del Bautismo, Dios será alimento a través de la Eucaristía, muchos se confirmarán en la fe, se unirán vidas a través de sacramento del Matrimonio y serán modelos del amor que Cristo le tiene a su Iglesia, saldrán nuevas vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada, se perdonarán en nombre de Dios las faltas de los hombres y se consolará a las personas en los últimos momentos de su vida en este mundo. Gracias a ellos, trataremos de hacer un mundo más cristiano y digno para las nuevas generaciones, cumpliendo así lo que nuestro Señor dijo: ‘Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos’. Estas personas contarán siempre con mis oraciones”.