“En el Seminario Internacional Bidasoa, los compañeros comienzan a formar parte de tu familia”
Simón Jesús Silloca llegó desde Perú para estudiar Bachiller en Sagrada Teología en la Universidad de Navarra
Hace 29 años, en una zona rural de Arequipa (Perú), nació Simón Jesús Silloca Quico. Penúltimo de nueve hermanos, creció en un hogar cristiano. Sus padres se dedicaban a la ganadería doméstica y al cultivo de la tierra, tareas que apenas alcanzaban para el sustento de la familia, pero afirma que “crecimos trabajando y adquiriendo valores como la laboriosidad o la responsabilidad”. En su casa y en el colegio, fue profundizando en las cuestiones de la Fe, sin embargo, afirma que el principal impulso de su futura vocación fue la llegada de un sacerdote a su pueblo: “Hasta entonces, se atendía a los fieles una vez a la semana o cada 15 días, pero este sacerdote estuvo viviendo entre nosotros tres años. Fue así como conocimos de cerca su figura y lo que hizo que muchos jóvenes nos entusiasmáramos por el sacerdocio”. Al cabo de un tiempo, este sacerdote se marchó a atender otros pueblos y con él se fueron las inquietudes vocacionales de Simón, “pero la semilla ya estaba sembrada”, asegura.
Después de estudiar la carrera técnica, empezó a trabajar en una empresa de industrias gráficas. Aunque siempre había sido su principal meta, cuenta que esa vida no le terminaba de llenar: “Por aquel entonces, tenía tres amigos en el seminario. Un día, me invitaron a un cursillo vocacional de 15 días y después de completarlo, terminé de discernir: Dios me llamaba al sacerdocio”. Tenía 21 años cuando ingresó en el seminario de Camaná, una casa de formación muy joven, en la que vivían 15 seminaristas. “Mis hermanos no entendieron por qué tomé esa decisión. Sabían lo mucho que me había esforzado para estudiar y conseguir un empleo estable, pero no se opusieron. Mis padres también sabían lo que supone que un hijo abandone todo por la vocación, porque tengo una hermana religiosa. Esperaban otra cosa de mí, pero lo entendieron”, explica.
Simón está concluyendo sus estudios del Bachiller en Sagrada Teología en la Universidad de Navarra. Hace cuatro años, llegó a Pamplona por iniciativa de su obispo: “Aunque en Perú tenía una concepción algo negativa de la universidad, porque los profesores y los alumnos hacían huelga de forma continua, la Universidad de Navarra me sorprendió mucho: el ambiente, los alumnos de distintos países, la posibilidad de que cada uno comparta sus experiencias con los demás, el afán por profundizar y conocer los problemas del mundo….”. Asegura que, en este tiempo, ha visto “muchas personas entusiasmadas por hacer cosas muy buenas, con afán de querer el bien por amor a Dios y a los demás”.
Es algo que ha aprendido también en el Seminario Internacional Bidasoa, donde recibe su formación sacerdotal. Preguntado por su experiencia, explica que en Bidasoa más que compañeros, ha tenido hermanos: “Desde el principio, comienzan a formar parte de tu familia y es entonces cuando sus problemas se convierten en los tuyos. Por ejemplo, el último atentado que ha tenido lugar en Indonesia: algo de estas características te afecta siempre, pero si un compañero te cuenta que la bomba estalló en la parroquia donde le bautizaron, es como si le hubiera pasado a tu propia parroquia. O los problemas que narran nuestros hermanos de Venezuela o Nicaragua…. Sus pesares se convierten en los tuyos. En Bidasoa aprendes a solidarizarte con los demás, a rezar por sus necesidades y a intentar hacer todo lo que esté en tu mano por ayudarles”.
Pamplona también ha sido testigo de su ordenación diaconal. El pasado 14 de abril, en la parroquia de San Nicolás, se le confirió el diaconado junto a otros doce estudiantes de la Facultad de Teología: “Ese día sentí muchas cosas, casi todas indescriptibles. Es un momento muy emocionante, en el que piensas que, a pesar de tus debilidades, Dios confía en ti. En ese instante, te reafirmas y piensas en todo lo que puedes dar a los demás con Su gracia. Es mucho lo que me ha dado”. Porque para Simón el sacerdocio es “un gran don de Cristo para su Iglesia, que quiso dejar su presencia y sus manos para que llegaran a todos los hombres, a las personas que están ansiosas de Dios; un don para que todo el que quiera ser feliz tenga la mano de Cristo a su disposición”. Añade con una sonrisa: “Los que hemos sido llamados somos muy suertudos”.
De España se lleva mucho, tanto académica, como espiritual y personalmente, por eso no quiere dejar de dar las gracias a sus benefactores “y a Dios, porque él es el principal benefactor: da sus gracias sirviéndose de otras personas que generosamente colaboran para que esto funcione”. También les anima a “seguir perseverando y sembrando con mucha generosidad, porque aunque a veces la semilla no brote de forma inmediata, hay que esperar a que el Señor la haga florecer. Seguiré rezando para que estas personas sigan apostando por querer propagar el Evangelio, porque ese es el principal objetivo”.