Omnes
Publicado en
01/02/2023
Juan Luis Caballero |
Después del anuncio del nacimiento de Jesús y de la visitación de María a su prima Isabel, Lucas introduce en su evangelio el relato del nacimiento y la circuncisión y el nombre de Juan el Bautista. Justo después de estos sucesos, a Zacarías, que se había quedado mudo después del anuncio del nacimiento de su hijo, se le suelta la lengua y, lleno del Espíritu Santo, se pone a alabar a Dios: se trata del cántico conocido como Benedictus. Su composición es la típica de un salmo de alabanza: una declaración (Lc 1, 68a) y las razones para alabar (Lc 1, 68b-79). Dicho de otra forma: Zacarías recibe y acoge la salvación (visita y liberación por parte del Mesías; perdón y misericordia) como una realidad anunciada a lo largo del tiempo por los profetas, a los que se sumará su hijo Juan (vv. 70-76), querida por Dios desde el inicio y expresada bajo forma de juramento (vv. 72-73).
Desde el punto de vista del contenido, podemos dividir el cántico en dos partes: la alabanza propiamente dicha (eulogía) (vv. 68-75) y un oráculo o profecía (vv. 76-79), que contiene también, aunque con otro género, motivos de alabanza. Cada una de estas partes, repletas de ecos del Antiguo Testamento, tiene un centro semántico. En la primera, se subraya el juramento original de Dios (vv. 72b-73). En la segunda, el perdón y la misericordia (vv. 77b-78), tema ya abordado por el Magnificat y que recorrerá todo el evangelio de Lucas: la buena nueva es la de la misericordia divina.
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel» (vv. 68-75)
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel1
porque ha visitado y redimido a su pueblo2
suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo3
según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas4
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos5
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres6
recordando su santa alianza7
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán8
para concedernos que,
libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días».
Como en el Magnificat, es la experiencia del don de Dios la que constituye la primera razón para dar gracias. Zacarías bendice a Dios porque se ha acordado de su juramento, se ha acercado de una forma sorprendente, y ha salvado al pueblo al que él pertenece y que está admirado por lo que está sucediendo (vv. 65-66). Como en el Magnificat, esta salvación presente está conectada con una palabra divina anunciada y prometida. La salvación obra la memoria de aquellos a los que colma: el beneficio permite remontarse al benefactor, que es Dios, y reconocer que, si la gracia ha irrumpido en el hoy de los beneficiarios, sin embargo, había sido prometida y anunciada múltiples veces (Lv 26, 42; cfr. Ex 2, 24; Sal 104/105, 8; 105/106, 45).
«Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo» (vv. 76-79)
«Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor a preparar sus caminos9
anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto10
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte11
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz12».
Zacarías introduce a su hijo en la serie de profetas (v. 76a), pero declarándolo precursor del Mesías (v. 76b): «a preparar sus caminos», expresión que retoma Mal 3, 1, donde se da a Cristo el título de kyrios (Señor) utilizando Is 45, 23 (cfr. Mc 1, 2; Flp 2, 10-11). Es ésta una de las menciones al Mesías que hay en el cántico, junto a las de los versículos 69 («en la casa de David, su siervo») y 78b («nos visitará el sol que nace de lo alto»). Esta última expresión, en la que aparece el término griego anatolé, «astro que surge», hace referencia a la aparición del Mesías en textos bíblicos (Nm 24, 17; Jr 23, 5) e intertestamentarios (Testamento de Leví 18, 3; Testamento de Judá 24, 1; Códice de Damasco 7, 19; 1QM 11, 6).
Zacarías puede, así, retomar lo que le ha dicho el ángel con anterioridad: «Convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1, 16-17), y reconocer que su hijo es una gracia para todo el pueblo, no solo una causa de alegría para sus padres.
El motivo de la misericordia
El Magnificat ya ha señalado que la misericordia divina se ha manifestado en favor de los que le temen, en particular, en favor de María y de su pueblo (Lc 1, 50. 54): la salvación es efecto de la misericordia. El Benedictus retoma este motivo y lo menciona en cada una de sus partes, para significar que la misericordia no se ha ejercido solo con el nacimiento de Juan, sino ya con los padres, esto es, con todos los ancestros de las Escrituras. Estas voces humanas, a partir de la salvación experimentada y reconocida por lo obrado en ellos y por ellos, pueden confesar que Dios es misericordioso. Este motivo de la misericordia progresa a lo largo de todo el evangelio y se subraya desde el inicio para que el lector pueda interpretar, en lo que seguirá, las palabras y los hechos de Jesús como un efecto de la misericordia divina.
1. Ex 5, 1; 32, 27; 34, 23; Nm 16, 9; Dt 33, 26.
2. Rut 1, 6.
3. 1 Sam 2, 1; 2 Sam 22, 3; Sal 17/18, 3.
4. 1 Re 17, 1; 22 ,22-23; Za 8, 9.
5. Sal 105/106, 10; Mi 4, 10.
6. Dt 7, 12; Mi 7, 20.
7. Lv 26, 42; Sal 104/105, 8; 105/106, 45; 110/111, 5.
8. Gn 26, 3; Sal 104/105, 8-9; Mi 7, 20; Dt 9, 5; 29, 12 y Nm 32, 11; Dt 1, 8; 6, 10; 30, 20; 34, 4; Ba 2, 34.
9. Mal 3, 1; Is 40, 3.
10. Jr 23, 5; Is 60, 1-2; Za 3, 8.
11. Sal 106/107, 10.
12. Is 59, 8; Is 9, 5-6.