Fermín Labarga, Profesor de Historia de la Iglesia
El precedente de Celestino V
Ayer, en un consistorio previsto en principio, para aprobar la canonización de algunos santos, el Papa Benedicto XVI anunciaba su propósito de renunciar al ministerio petrino el próximo 28 de febrero. De inmediato, la noticia impactaba por su carácter verdaderamente excepcional. El Papa renuncia, dimite. Mucho se había hablado sobre esta posibilidad durante los últimos años del pontificado del beato Juan Pablo II, debido a su deteriorado estado de salud. Pero, finalmente nada ocurrió. Por el contrario, ejerciendo una libertad de la que ha dado abundantes muestras a lo largo de sus ocho años de pontificado, Benedicto XVI comunicaba ayer su decisión de renunciar al ministerio de obispo de Roma y, por tanto, de Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.
Nos encontramos ante un hecho histórico que sólo cuenta con un precedente equiparable, el de San Celestino V que fue papa tan sólo cinco meses, desde el 7 de julio al 13 de diciembre de 1294, cuando renunció. En aquella ocasión, además de los ochenta y cinco años del pontífice (una edad casi desmesurada para la época) pesó mucho en su decisión la falta de preparación para el ejercicio del gobierno, lo que ciertamente no ocurre en el caso presente.
Venerable religioso
Hasta el mismo momento de su elección, Celestino V era un venerable religioso que vivía retirado en una celda junto al monte Morrone, cerca de L'Aquila (Italia). Tras la muerte de Nicolás IV se desencadenó un larguísimo cónclave que duró más de dos años debido a las posiciones encontradas de dos familias, los Colonna y los Orsini. Como no había forma de llegar a un acuerdo, el decano del colegio cardenalicio propuso una solución de consenso: elegir al anciano Pietro Angeleri, monje benedictino de vida eremítica y con fama de santidad. La propuesta prosperó de forma inmediata y fue electo el bendito monje, bien ajeno a todo lo que se le venía encima ya que no era ni tan siquiera obispo. No fue fácil convencerle para que
aceptara la tiara pontificia, pero al fin aceptó. Y su decisión fue recibida con alborozo ya que presagiaba un nuevo modo de gobernar la Iglesia, menos influido por la política del momento
y más preocupado por la santidad de clérigos y fieles.
Lo cierto, sin embargo, es que al anciano monje convertido en Papa, las labores propias del ministerio y sobre todo, la actividad diplomática y curial le superaron con creces. No dominaba el latín, nada sabía de intrigas cortesanas ni de negocios seculares; y sin quererlo cayó en manos del rey de Nápoles, que ejerció sobre él una indisimulada influencia, hasta el punto de que nunca se trasladó a Roma, sino que se hospedó en un palacio habilitado por éste.
Viendo que el gobierno de la Iglesia le superaba, solicitó al colegio cardenalicio la posibilidad de retirarse durante el Adviento para meditar y hacer penitencia, pero se le desaconsejó hacerlo. Finalmente, y tras consultar con los canonistas si era posible abdicar, el 10 de diciembre de 1294 publicaba una bula por medio de la cual introducía la posibilidad de convocar el cónclave tras la renuncia del Papa, y no sólo tras su fallecimiento. Tres días más tarde, reunidos los cardenales en consistorio, se daba lectura al acta de renuncia Diez días después se reunía el cónclave y con inusitada rapidez -un solo día se elegía a su sucesor: Bonifacio VIII.
El nuevo Papa no quería que su antecesor pudiera ser utilizado en contra de la unidad de la Iglesia, por lo que no le permitió retirarse al yermo, como era el deseo de quien había recobrado de nuevo el nombre de Pietro Angeleri, sino que lo confinó en Castel Fumone, en el Lacio, donde murió el 19 de mayo de 1296. Fue canonizado en 1313.
A Celestino V se unirá este mes Benedicto XVI en la exigua nómina de papas que han renunciado a su ministerio de sucesor de Pedro. Dos personalidades y dos pontificados muy distintos entre sí. La historia juzgará la trascendencia de la decisión del Papa Ratzinger, un hombre santo, sabio, humilde y libre.