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Omnes
Ramiro Pellitero |
Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Marzo nos mantuvo pendientes del viaje de Francisco a Irak, marcado por riesgos y cansancio. De allí volvió el Papa lleno de gratitud y esperanza. Declara que sintió sobre sus hombros el peso de la cruz y, por tanto, un sentido penitencial de su peregrinación como sucesor de Pedro.
Precisamente en Irak promovió una “cultura de hermanos” opuesta a la “lógica de la guerra” (cf. Audiencia general 11-III-2021). Con ello ha impulsado asimismo el diálogo interreligioso en la estela del Concilio Vaticano II. En su conferencia de prensa durante el vuelo de regreso (8-III-2021), reconoció haber experimentado la “eficacia” de los sabios y de los santos, como se refleja también en sus enseñanzas.
La “vacuna” de la esperanza
En el encuentro con sacerdotes y religiosos en la catedral siro-católica, de Bagdad (5-III-2021), regada por la sangre de modernos mártires y ahora bajo el signo de la pandemia, el Papa propuso la “vacuna eficaz” de la esperanza. Esperanza que surge de la oración perseverante y de la fidelidad al apostolado, del testimonio de los santos. “No olvidemos nunca que Cristo se anuncia sobre todo con el testimonio de vidas transformadas por la alegría del Evangelio. (...) Una fe viva en Jesús es ‘contagiosa’, puede cambiar el mundo”.
Les agradeció haber estado cercanos de su pueblo en medio de tantas dificultades: guerra, persecuciones, escasez económica, migraciones.
Entre las alfombras y las estrellas
Para hablar de la fraternidad puso el ejemplo de una alfombra, y de sus nudos. Dios mismo es el artista que la ha ideado. Las incomprensiones y tensiones que a veces experimentamos “son los nudos que dificultan el tejido de la fraternidad”. Son nudos que llevamos dentro, porque somos todos pecadores. “Pero estos nudos pueden ser desatados por la Gracia, por un amor más grande; se pueden soltar por el perdón y el diálogo fraterno, llevando pacientemente los unos las cargas de los otros (cf. Gal 6,2) y fortaleciéndose mutuamente en los momentos de prueba y dificultad”.
Recordando el atentado terrorista que costó la vida a cuarenta y ocho cristianos en esa catedral, el 31 de octubre de 2010, y que están en proceso de beatificación, señaló Francisco: “La religión debe servir a la causa de la paz y de la unidad entre todos los hijos de Dios”. Y apeló a cuidar especialmente a los jóvenes, quienes, junto con los ancianos son “la punta del diamante del país, los mejores frutos del árbol”.
Al día siguiente, en la llanura de Ur, tierra de Abraham, celebró el Papa un encuentro interreligioso. Nosotros, les dijo, somos el fruto de la llamada y del viaje de Abraham hace ahora unos cuatro mil años. Un viaje que, en el horizonte de las promesas divinas, cambió la historia. Contemplaba las estrellas que eran la expresión de su descendencia y que hoy que siguen siendo las mismas. Iluminan las noches más oscuras porque brillan juntas. Así nosotros.
E insistió en el lema fundamental de su viaje: Vosotros sois todos hermanos (Mt 23,8).). La raíz de la fraternidad está en la verdadera religiosidad. “La verdadera religiosidad es adorar a Dios y amar al prójimo. En el mundo de hoy, que a menudo olvida al Altísimo y propone una imagen suya distorsionada, los creyentes están llamados a testimoniar su bondad, a mostrar su paternidad mediante la fraternidad” (Encuentro religioso, Llanura de Ur, 6-III-2021).
También nosotros, continuó, hemos de mirar al cielo mientras caminamos en la tierra. Y como Abraham, hemos de desprendernos de aquellos vínculos que, por encerrarnos en nuestros grupos, nos impiden nos impiden que acojamos el amor infinito de Dios y que veamos hermanos en los demás.
“Sí, necesitamos salir de nosotros mismos, porque nos necesitamos unos a otros”. De hecho también la pandemia nos ha hecho comprender que “nadie se salva solo” (Fratelli tutti, 54). Ni el aislamiento, ni la idolatría del dinero o del consumismo nos salvarán. Nuestro camino del cielo es el de la paz. “La paz no exige vencedores ni vencidos, sino hermanos y hermanas que, a pesar de las incomprensiones y las heridas del pasado, se encaminan del conflicto a la unidad”.
Y concluyó: “Quien tiene la valentía de mirar a las estrellas, quien cree en Dios, no tiene enemigos que combatir. (...) El que mira las estrellas de las promesas, el que sigue los caminos de Dios no puede estar en contra de nadie, sino en favor de todos. No puede justificar ninguna forma de imposición, opresión o prevaricación, no puede actuar de manera agresiva”. Un mensaje especialmente para la educación de los jóvenes: “Es urgente educarlos en la fraternidad, educarlos para que miren a las estrellas. Es una auténtica emergencia; será la vacuna más eficaz para un futuro de paz”.
Sabiduría, debilidades, purificación del corazón
El mismo día, 6 de marzo, durante la homilía de la misa celebrada en rito caldeo en la catedral de san José, Francisco se explayó sobre la sabiduría. La sabiduría que Jesús propone, no depende de los medios humanos (las riquezas materiales, el poder o la fama), sino de la pobreza de espíritu. “La propuesta de Jesús es sabia porque el amor, que es el corazón de las bienaventuranzas, aunque parezca débil a los ojos del mundo, en realidad vence”. Y las bienaventuranza piden un testimonio cotidiano, Ni la huida ni la espada resuelven nada. Jesús cambió la historia “con la humilde fuerza del amor, con su testimonio paciente”. Es así como Dios cumple sus promesas, a través de nuestras debilidades. “A veces podemos sentirnos incapaces, inútiles. Pero no hagamos caso, porque Dios quiere hacer maravillas precisamente a través de nuestras debilidades”. En Qaraqosh les animó a reconstruir no solo las ciudades y los edificios, destruidos por la guerra y el terrorismo, “sino ante todo los vínculos que unen comunidades y familias, jóvenes y ancianos” (Discurso 7-III-2021). Y para ello, apoyarse en la santidad, el perdón y la valentía. “Desde el cielo los santos velan sobre nosotros: invoquémoslos y no nos cansemos de pedir su intercesión. Y están también ‘los santos de la puerta de al lado’, ‘aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios’ (Exhort. Gaudete et exsultate, 7)”. Respecto al perdón (el Papa se sintió especialmente conmovido por la experiencia del perdón en Qaraqosh) y la valentía, reconoció: “Sé que esto es muy difícil. Pero creemos que Dios puede traer la paz a esta tierra. Nosotros confiamos en Él y, junto con todas las personas de buena voluntad, decimos ‘no’ al terrorismo y a la instrumentalización de la religión. El Papa se despidió apelando a la conversión la reconciliación entre todas las personas de buena voluntad, sobre el trasfondo de la fraternidad. “Un amor fraterno que reconozca ‘los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer’”(Fratelli tutti, 283). Más tarde, en la Eucaristía celebrada en el estadio de Erbil, la sabiduría de la cruz volvió a ser protagonista. San Pablo dice que “Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1,24). Pues bien, observó el Papa: “Jesús reveló esta fuerza y esta sabiduría sobre todo con la misericordia y el perdón” (Homilía en Erbil, 7-III-2021). En las circunstancias actuales, sostuvo Francisco, todos necesitamos purificar el corazón. Es decir: “Necesitamos ser limpiados de nuestras falsas seguridades, que regatean la fe en Dios con cosas que pasan, con las conveniencias del momento. Necesitamos eliminar de nuestro corazón y de la Iglesia las nefastas sugestiones del poder y del dinero. Para limpiar el corazón necesitamos ensuciarnos las manos, sentirnos responsables y no quedarnos de brazos cruzados mientras el hermano y la hermana sufren”. Y para todo eso necesitamos a Jesús. “Él tiene el poder de vencer nuestros males, de curar nuestras enfermedades, de restaurar el templo de nuestro corazón”.