Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Los trabajos y los días en el arte navarro (26). Vicios, tentaciones y vida disipada
Tentaciones, diablo y pecados capitales tuvieron gran eco en las artes visuales, de modo muy especial en la Edad Media. Por diversas razones, las imágenes de todo ese mundo ligado al mal, la perversión, la avaricia, la codicia y la lujuria interesaron más que el tema de las obras de misericordia que, aunque existen y se plasmaron, no alcanzaron ni el número ni la amplitud de cuanto lleva implícito de negativo el mal. Algunos ejemplos nos servirán para evocar todo ese amplio universo de imágenes.
Pecados capitales
Esperanza Aragonés estudió la imagen del mal en la escultura del Románico navarro, en una monografía (1996) que recoge su tesis doctoral y en el Gótico, en un artículo en la revista Príncipe de Viana (2002). Ambos trabajos son de obligada consulta y referencia para el tema. En ellos recuerda que en el mundo del Románico se imaginó al diablo alado y con garras. La avaricia y la lujuria tuvieron en el arte del siglo XII un gran desarrollo, mucho mayor que el resto de los pecados capitales. Sin embargo, mas que a un pecador concreto, se representó la falta perpetrada, abstrayendo la esencia del pecado y materializándola con personajes humanos.
La lujuria se representó muy gráficamente con la figura de una mujer desnuda atacada por sapos y reptiles en su sexo. Entre otros ejemplos, citaremos los de las portadas de San Miguel de Estella y de Santa María de Sangüesa y el palacio de los Reyes de Navarra de Estella, todos del siglo XII. Otras figuraciones de la lujuria fueron la mujer devorada por un monstruo andrófago (iglesia del Crucifijo de Puente la Reina); la mujer exhibicionista (San Martín de Unx, San Pedro de Echano, Larumbe y Artáiz); figuras emparejadas (Garinoain, portada de Santa María de Sangüesa y Arce); algunos gestos procaces (Leire, San Pedro de la Rúa de Estella o claustro del monasterio de La Oliva); el espinario (Larraona) y la sirena que, con su canto melodioso, atraía a los navegantes, para atraparlos en sus redes y matarlos (iglesia del Crucifijo de Puente la Reina, San Román de Cirauqui, portada de Santa María de Sangüesa, San Pedro de Aibar, Torres del Río y monasterio de La Oliva).
La avaricia se representó, de ordinario, con hombres de cuyos cuellos cuelgan bolsas de monedas. Un paralelo de esta iconografía es la del bebedor que carga al cuello con el peso de su vicio: un barril de vino. A la cabeza de los avaros, hemos de mencionar por su gran calidad, el Judas del capitel del claustro románico de Pamplona, de mediados del siglo XII, hoy en el Museo de Navarra. Avaros con sus bolsas se encuentran en otros ejemplos de la escultura monumental románica en las portadas del monasterio de Leire, Santa María de Sangüesa y Santiago de Puente la Reina, en la iglesia de Olleta y un canecillo de la Magdalena de Tudela.
La gula cuenta en el mismo periodo con interesantes y variados ejemplos: en el pasaje del banquete del rico Epulón (metopa de Artáiz) o con hombres borrachos o comiendo, destacando los hombres con el barril al cuello de Echano, Larumbe y Añezcar.
La pereza o acedia espiritual, por su parte, tendrá en el burro arpista su expresión. El tema se inspiró en fuentes literarias como la fábula de Fedro que menciona al burro con la flauta o el asno con la lira del que trata Boecio, en el siglo VI. En Santa Catalina de Azcona aparece acompañado con un cuadrúpedo. La soberbia cuenta con un tema clásico: la “ascensión de Alejandro” flanqueado por grifos. Así aparece en Santa Catalina de Azcona y la Magdalena de Tudela. Por último, la ira se representó mediante personajes en lucha, tal y como se pueden contemplar en un capitel de San Pedro de la Rúa de Estella y las portadas de Santa María de Sangüesa y Artaiz.
Los infiernos del Románico evolucionaron en su representación icónica en la Baja Edad Media, en tiempos del Gótico. Según Emile Mâle, en el infierno gótico se pasa del umbral del mismo a contemplar su interior, ya que en él se dejarán ver los castigos hacia la moral cristiana de acuerdo con los pecados capitales, destacando la diversificación de pecados y la variedad de actividades punibles relacionadas con los mismos. De ese modo, la lujuria se explicará como la mujer que peca como prostituta y adúltera, compartiendo condena con el hombre, por adúltero o sodomita. Por su parte, la avaricia se concretará en cambistas, mercaderes y banqueros. Sus representaciones no faltan en la puerta del Juicio de la catedral tudelana (c. 1230), en donde reciben sus particulares castigos, ora quemados, ora conducidos por el diablo o sufriendo tortura en su lengua a causa del engaño en sus transacciones. Otros pecados como la gula, la envidia o la pereza tienen mucha menos presencia en el infierno gótico.
La vida disipada del hijo pródigo, en Arróniz
En el banco del retablo de la Magdalena de la parroquia de Arróniz, realizado por Miguel López de Ganuza y encomendado, tras su muerte, a Domingo de Lusa, a partir de 1632, encontramos tres relieves bellamente policromados sobre el hijo pródigo, en paralelismo con la vida licenciosa de la Magdalena, titular del retablo. Se trata de la única plasmación artística que conocemos en Navarra de la parte de la vida disipada del joven de la parábola evangélica que narra San Lucas y que tiene entre sus versiones grabadas la serie de Jacques Callot (1635) y entre las pictóricas los espectaculares cuadros de Teniers el Joven o Louis Caullery, siempre insistiendo en el sentido misericordioso de Dios hacia los pecadores arrepentidos, mostrando su alegría ante la conversión de los descarriados. Más abundantes son las escenas del regreso del hijo pródigo, como muestran los cuadros de Murillo o Rembrandt.
En Arróniz, en sintonía con las composiciones de los grabados y pinturas antes citadas, encontramos banquete, frutas, festín, baile y música. De izquierda a derecha se suceden tres grupos en el interior de una estancia construida con sillares y con varios vanos que dejan paisajes pintados. El primero con dos mujeres, la primera con la bolsa de los dineros, la misma que aparece en la escena de su partida del mismo retablo, la otra mujer sostiene una gran copa invitando al joven a beber. La segunda presenta al joven en cuclillas junto a una mujer que le abraza y le muestra un libro, seguramente con literatura considerada perniciosa: a los dos se agrega un joven músico tañendo una vihuela de arco. El tercero y último presenta a dos danzantes, junto a una mesa con ricos alimentos. Interesa destacar, sobre todo, el mensaje del joven cautivo de los placeres del mundo, la bebida, las mujeres, la música y la danza.
Las tentaciones: de Adán y Eva a Cristo
El tema de la tentación de Adán y Eva y el pecado original cuenta con ejemplos a lo largo de los diferentes periodos artísticos en Navarra, desde la portada románica de Santa María de Sangüesa, hasta los góticos de la puerta del Juicio de Tudela, la de Santa María de Olite o el claustro pamplonés, en donde encontramos por primera vez a una serpiente con rostro de mujer y numerosos ejemplos renacentistas en retablos e incluso en platos petitorios (Sorlada) o barrocos, como el cobre de la segunda mitad del siglo XVII de Jacob Bouttats del Museo de Navarra, procedente del convento pamplonés de la Merced.
El capítulo de las tentaciones a Cristo y algunos santos darán cabida a algunas escenas interesantes. En ocasiones, será el mismo demonio el que se hace presente en las mismas con sus rasgos visibles o bajo un disfraz, del mismo modo en que aparece en algunas pinturas del Ángel de la Guarda, protegiendo a un niño del maligno acosador.
Las tentaciones de Cristo, narradas por el evangelista San Mateo (4, 1-11), aparecen en tres capiteles de la portada de la Magdalena de Tudela, estudiada por Marisa Melero, en la cruz renacentista de Cirauqui, del último tercio del siglo XVI y en una de las escenas del retablo mayor de Dicastillo que proviene del monasterio de Irache, obra de Juan Imberto III (1617).
Los capiteles tudelanos de la Magdalena, realizados hacia 1200, se encuentran bastante estropeados, si bien se puede identificar a Cristo con nimbo y barba, que se repite en los tres. En el primero se representa la tentación en la que Satanás pide a Cristo la conversión de las piedras en pan; en el segundo, con el templo incorporado, habla de la petición para que Cristo se arrojase y el tercero con Jesucristo acompañado de los ángeles que bajaron a servirle.
En el relieve romanista del retablo de Dicastillo, vemos en la zona inferior a Cristo sentado disponiéndose a tomar unas piedras que le ofrece el maligno disfrazado con un hábito y encapuchado. Se trata de la primera gran tentación que toma su origen de la necesidad material del hambre, cuando el demonio le dice: “Si eres el Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”, a lo que Jesús responde con la Sagrada Escritura: “No sólo de pan vive el hombre”. En la zona superior del relieve, es Cristo el que expulsa a la figura del demonio desenmascarada.
El caso de las tentaciones de San Antón
Más elocuentes y parlantes resultan las representaciones de las tentaciones de lujuria a algunos santos, particularmente en el caso de San Antón. Nos detendremos en tres de ellas pertenecientes a retablos de Tabar, Ilundáin y del santuario de Nuestra Señora de Codés. San Atanasio en la vida de San Antón, escrita en la segunda mitad del siglo IV, refiere que el demonio le presentaba terribles tentaciones para que se rindiese a su determinación de repartir sus bienes y hacerse eremita. Al no desanimarlo, el maligno se transformaba en monstruo disforme o se disfrazaba, acompañado de terroríficos gritos y ruidos y, no contento con aquellas apariciones, le trajo las más desesperantes tentaciones contra los sentidos y particularmente contra la pureza, presentándole en la imaginación toda clase de imágenes impuras. El apaleamiento del santo y la tentación carnal fueron dos grandes temas llevados a las imágenes.
Hacia el año 1000, se difundieron textos que presentaban a San Antón orando, cuando se le apareció una bonita joven de bello rostro y aspecto adornado, ante lo cual el santo elevó la vista al cielo pidiendo a Dios que le mostrase la verdadera figura del tentador. Sus tentaciones, al igual que las de otros eremitas firmes en su renuncia a los impulso de la carne, rechazando los encantos femeninos, convirtieron en un topo a la mujer tentadora.
En el retablo mayor de Ilundain (fines del siglo XVI) y colateral de Tabar (Juan de Huici a. 1616) y en sendos relieves del retablo de San Antón del santuario de Codés (Bartolomé Calvo, 1654), encontramos al santo con la figura de un demonio horrible, en el caso de Ilundáin con pechos femeninos. En Tabar aparece el santo arrodillado y orando, dando la espalda a dos mujeres desnudas. El episodio se ha de relacionar con un pasaje de su vida, según el cual el santo trataba de matar el ocio entrelazando hojas por el desierto y encontró a un viejo que fabricaba redes, que no era sino el demonio. San Antón le pidió que tejiese unos lazos para capturar a unos animales que habían destrozado su jardín y el demonio disfrazado le dejó seguir su camino hasta llegar a un río en el que se bañaban unas mujeres desnudas, que serán las protagonistas del relieve de Tabar.
Una escena del banco de su retablo en Codés, nos lo presenta también orante dando la espalda a una cortesana elegantemente vestida a la que habrá que identificar con una de las jóvenes del relato que estaban desnudas y quiso entablar conversación con él. El santo le ordenó vestirse, haciéndolo con las mejores galas y la joven trató de convencer al eremita de los inconvenientes de la virginidad. San Antón se negó a todas sus insinuaciones y la joven le reveló ser reina de un maravilloso país, a la vez que el santo visionaba, a la otra orilla del río, hermosas ciudades. Tras pasear por aquel paisaje ensoñado descubrió el engaño, rogó la ayuda de Dios y al levantar los ojos al cielo la dama y sus ciudades imaginadas desaparecieron en una columna de humo.
Estas representaciones en las que San Antón venció a la lujuria hay que leerlas en un contexto en el que la superación de la tentación carnal se asociaba con la representación de la mujer. La literatura venía insistiendo, desde la Baja Edad Media, en la frivolidad en el vestir y la ostentación como factores para predisponer a la tentación carnal. De hecho muchas pinturas alegóricas tendrán en la mujer que se acicala o peina elegantemente a su protagonista y motivo de inspiración.