01/06/2022
Publicado en
Omnes
Ramiro Pellitero |
Profesor en la Facultad de Teología
En el mes de mayo, y entre muchos temas que el Papa Francisco ha tratado, son destacables estos tres de sus intervenciones en las últimas semanas: la educación, la misericordia y la familia.
En las pasadas semanas el Papa se ha prodigado en enseñanzas, discursos y alocuciones a diversos grupos con motivo de aniversarios o peregrinaciones a Roma. Seleccionamos aquí tres temáticas: educación, misericordia (con ocasión del domingo de la misericordia) y familia (a propósito del año Familia Amoris Laetitia, que concluirá el 26 de junio de 2022, con el X Encuentro mundial de las familias en Roma).
Francisco ha dedicado recientemente dos discursos a la educación. El primero, dirigido al Global Researchers Advancing Catholic Project (20-IV-2022). Ya en su exhortación programática Evangelii gaudium (2013), el Papa advertía que en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales, […] se vuelve necesaria una eduåcación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores (n. 64).
Retomando este argumento, a partir del contexto socio-cultural contemporáneo, señala ahora el objetivo de un proyecto católico de educación:
“Como educadores, estáis llamados a alimentar el deseo de verdad, de bondad y de belleza que habita en el corazón de cada uno, para que todos aprendan a amar la vida y abrirse a la plenitud de la vida”.
Esto, añade, implica buscar formas de investigación que combinen buenos métodos para servir a la persona como un todo, en un proceso de desarrollo humano integral. Con otras palabras, formar juntos cabeza, manos y corazón: preservar y potenciar el vínculo entre aprender, hacer y sentir en el sentido más noble. Y de esta forma los educadores católicos pueden ofrecer a la vez un excelente expediente académico y una visión coherente de la vida inspirada en las enseñanzas de Cristo.
Madurez, identidad cristiana, compromiso social
En segundo lugar, expresa Francisco la continuidad de este afán con lo que el Concilio Vaticano II señala: que la obra educativa de la Iglesia se dirige no sólo a “asegurar la madurez propia de la persona humana, […] sino que tiende sobre todo a que los bautizados, iniciados progresivamente en el conocimiento del misterio de la salvación, tomen cada vez más conciencia del don de la fe que han recibido” (Decl. Gravissimum educationis, 2).
Sobre la base de una visión cristiana de la vida (el saberse, educadores y alumnos, hijos amados de Dios en la única familia humana), dice el Papa, “la educación católica nos compromete, entre otras cosas, a construir un mundo mejor enseñando la convivencia mutua, la solidaridad fraterna y la paz”. Hemos de desarrollar herramientas para promover estos valores en las instituciones educativas y el los estudiantes.
En tercer lugar, además de salir al encuentro de la situación educativa actual y subrayar la base de la visión cristiana, observa el Papa que “la educación católica es también evangelización: dar testimonio de la alegría del Evangelio y de su capacidad para renovar nuestras comunidades y dar esperanza y fuerza para afrontar con sabiduría los desafíos actuales”.
El segundo discurso es el dirigido por el Santo Padre a los rectores de las universidades del Lazio (16-V-2022). También parte de la situación actual: “Los años de la pandemia, la expansión en Europa de la ‘tercera guerra mundial’ que comenzó a pedazos y ahora parece que ya no será a pedazos, la cuestión ambiental global, el crecimiento de las desigualdades, nos interpelan de una manera sin precedentes y acelerada”.
El reto educativo, explica Francisco, tiene por tanto una fuerte implicación cultural, intelectual y moral; pues debe afrontar esa situación, que conlleva el “riesgo de generar un clima de desánimo, desconcierto, pérdida de confianza, peor aún: adictivo”. Se trata de una crisis que, por otra parte, nos puede hacer crecer, siempre que la superemos.
Evoca Francisco el Pacto educativo global, en marcha en todo el mundo, junto con la firma, en febrero de 2019, del documento sobre la fraternidad humana, donde se dice: “nos preocupa una formación integral que se resuma en el conocimiento de uno mismo, del hermano, de la creación y de lo Trascendente”. Este horizonte, indica el Papa a los rectores de universidades, solo se puede abordar “con sentido crítico, libertad, sano enfrentamiento y diálogo”, más allá de barreras y confines. Es algo que pertenece, además, al ideal de la universidad, que es una comunidad, pero también una convergencia de saberes en torno a la verdad y al diálogo.
Prueba de ello, observa, es el movimiento de muchos doctorandos en economía, interesados en “construir respuestas nuevas y eficaces, superando viejas incrustaciones ligadas a una estéril cultura de competencia por el poder”.
Todo esto requiere la escucha (de los estudiantes y de los colegas, también de la realidad), así como la imaginación y la inversión, para formar a los estudiantes también en el respeto a sí mismos, a los demás, al mundo creado y al Creador.
En suma: una educación que debe estar unida a la vida, a las personas y a la sociedad; sin prejuicios ideológicos, sin miedos, huidas o conformismos.
Misericordia: alegría, perdón y consuelo
Segundo tema: la misericordia. En la “misa de la divina misericordia”, celebrada en la basílica de San Pedro el segundo domingo de pascua (24-IV-2022), Francisco tomó pie en el saludo de Cristo que trae la paz (cf. Jn 20, 19.21.26). En esa paz apuntaba el Papa tres dimensiones: “da alegría, luego suscita el perdón, y finalmente consuela en la fatiga”. Qué duda cabe que necesitamos mucho de todo eso en nuestro mundo.
Jesús no recrimina a sus discípulos, por los fallos y pecados pasados, sino que les anima. Les trae “una alegría que levanta sin humillar”. Y como el Padre le ha enviado, les envía a ellos para que perdonen (cf. vv. 21 y 23) en el sacramento de la reconciliación.
Esto nos interpela a todos: “Preguntémonos: yo, aquí donde vivo, yo en la familia, yo en el trabajo, en mi comunidad, ¿promuevo la comunión, soy artífice de reconciliación? ¿Me comprometo a calmar los conflictos, a llevar perdón donde hay odio, paz donde hay rencor? ¿O yo caigo en el mundo de las habladurías que siempre mata?”
Vemos –invitaba el Papa–, también en el modo con que Jesús trata al apóstol Tomás, que el Señor no viene de modo triunfante y abrumador, con milagros rimbombantes, sino que nos consuela con su misericordia, presentándonos sus llagas. Por eso “en nuestro ministerio de confesores debemos hacer ver a la gente que ante sus pecados están las llagas del Señor, que son más poderosas que el pecado”.
Jesús, repetirá el sucesor de Pedro en el Regina Caeli, “no busca cristianos perfectos”, sino que volvamos a Él, una y otra vez, sabiéndonos necesitados de su gracia, especialmente tras nuestras dudas, debilidades y crisis; porque siempre quiere darnos “otra oportunidad”; y desea que nosotros nos comportemos también así con los demás.
El lunes siguiente (25-IV-2022) tuvo un encuentro con los sacerdotes “Misioneros de la Misericordia”. Era el tercero después de otros dos en 2016 y 2018. Esta vez glosó la figura bíblica de Ruth, cuya fidelidad y generosidad premió Dios con creces. Como Dios, que permanece silencioso en el libro de Ruth, también deben actuar los sacerdotes: “No olvidemos nunca que Dios no actúa en la vida diaria de las personas a través de actos llamativos, sino de manera silenciosa, discreta, sencilla, tanto que se manifiesta a través de las personas que se convierten en sacramento de su presencia. Y vosotros sois sacramento de la presencia de Dios. Os ruego que mantengáis lejos de vosotros todas las formas de juicio y poner siempre el deseo de comprender a la persona que está delante”.
Y terminaba Francisco evocando algunas figuras de sacerdotes misericordiosos, que confesaban a muchas personas, y que, como el Señor, nunca se cansaban de perdonar.
Familia: remedio contra el individualismo
En el marco de este año Familia Amoris laetitia, ya cercano a su fin, el Papa se dirigió a la sesión plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (Discurso, 29-IV-2022), reunida para tratar sobre la realidad de la familia. En el contexto de la crisis actual, prolongada y múltiple, que pone a prueba a tantas familias, Francisco desea redescubrir “el valor de la familia como fuente y origen del orden social, como célula vital de una sociedad fraterna y capaz de cuidar de la casa común”.
En primer lugar, señala que, a pesar de los muchos cambios que han experimentado en la historia y en los distintos pueblos, “el matrimonio y la familia no son instituciones puramente humanas”. Son, además, un remedio al individualismo dominante.
El genoma social de la familia
El bien que promueve la familia no es meramente asociativo, una suma de personas con fines de utilidad, sino un vínculo relacional de perfección. Así es, porque los miembros de la familia maduran al abrirse entre sí y a otros. Ese podría llamarse su “genoma social”. Al mismo tiempo, “la familia es lugar de la acogida”, especialmente donde hay miembros frágiles o discapacitados, como también es escuela de gratuidad.
Para desplegar su naturaleza, la familia necesita “que se promuevan en todos los países políticas sociales, económicas y culturales “amigas de la familia”.
Concluía el Papa señalando algunas condiciones para redescubrir la belleza de la familia. Primera, sacar de los ojos “las cataratas de las ideologías”. Segunda, redescubrir “la correspondencia entre matrimonio natural y sacramental” (que no es, este último un añadido yuxtapuesto a la institución familiar). Tercera condición: la conciencia de “la gracia del sacramento del Matrimonio –que es el sacramento ‘social’ por excelencia– cura y eleva a toda la sociedad humana y es fermento de fraternidad” (cf. Amoris laetitia, n. 74).
El único gran objetivo: la familia evangelizadora
Finalmente, también sobre la familia, cabe destacar el Discurso del Papa al Congreso internacional de Teología moral (13-V-2022). Comienza ponderando la riqueza espiritual de la familia, tal como puso de relieve la Amoris laetitia. Pasa luego a considerar que los desafíos de nuestra época piden que la teología moral, por una parte, hable “un lenguaje comprensible” para los interlocutores, y no solo para los expertos; y además, que, en atención a la conversión pastoral y la transformación misionera de la Iglesia, esté atenta a “las heridas de la humanidad”. Y añade que todo ello puede ser ayudado por la interdiciplinaridad, entre teología, ciencias humanas y filosofía.
“El único gran objetivo”, señala el Papa, “es responder a esta pregunta: ¿Cómo las familias cristianas de hoy, en la alegría y el esfuerzo del amor conyugal, filial y fraterno, dan testimonio de la buena noticia del Evangelio de Jesucristo?”.
El congreso se inscribe, no solo de hecho sino como perspectiva de fondo, en el marco de la sinodalidad.
La sinodalidad –explica el sucesor de Pedro– no es una cuestión meramente táctica, sino una necesidad para profundizar en la verdad de la Revelación, que no es algo abstracto, sino vinculado a la experiencia de las personas, culturas y religiones. “La verdad de la Revelación se dirige a la historia –¡es histórica!–, a sus destinatarios, que están llamados a realizarla en la ‘carne’ de su testimonio”. También las familias: “¡Cuánta riqueza de bien hay en la vida de tantas familias, en todo el mundo!”
¿Y qué tiene que ver esto –cabría preguntarse– con la teología moral? Pues que el matrimonio y la familia cristiana son “lugares” y “tiempos” (kairós) de la acción de Dios, donde la reflexión teológica puede beber para profundizar y presentar mejor la fe y la moral.
Precisamente por eso –apunta el Papa– es más necesaria que nunca la práctica del discernimiento, abriendo espacio “a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus limitaciones y pueden llevar a cabo su discernimiento personal ante situaciones en las que se rompen todos los esquemas” (Amoris laetitia, 37.).
La teología moral, en efecto, tiene delante un desafío no pequeño, al servicio de ese gran objetivo de que las familias anuncien y testimonien el mensaje evangélico.
Así les dice Francisco a los moralistas: “A todos vosotros se os pide hoy repensar las categorías de la teología moral, en su vínculo recíproco: la relación entre gracia y libertad, entre conciencia, bondad, virtudes, norma y phrónesis aristotélica, prudentia tomista y discernimiento espiritual, relación entre naturaleza y cultura, entre la pluralidad de lenguas y la unicidad del ágape”.
El obispo de Roma invita a los moralistas a tener en cuenta las enriquecedoras diferencias de las culturas y, sobre todo, las experiencias concretas de los creyentes. Les anima a inspirarse en las raíces cristianas, como deben hacer siempre los teólogos, pero no para retroceder sino para seguir adelante en el camino de la obediencia a Jesucristo, sin encerrarse en una casuística empobrecedora o decadente.
Concluye insistiendo en la verdadera finalidad, ese único gran objetivo: el papel evangelizador de la familia, con alegría: “¡Que la alegría del amor, que encuentra un testimonio ejemplar en la familia, se convierta en signo eficaz de la alegría de Dios que es misericordia y de la alegría de quien recibe esta misericordia como un don! Alegría”.