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Las mujeres en las artes y las letras (20). Las mujeres en la historia literaria de Navarra (II). 
La Edad Contemporánea

01/07/2024

Publicado en

Diario de Navarra

Carlos Mata Induráin |

Grupo de Investigación del Siglo de Oro

Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos sobre la relación de la mujer con las artes y las letras en Navarra

En una entrega anterior repasé la presencia de las mujeres en la historia literaria de Navarra desde la Edad Media hasta el Siglo de Oro. Completaré ese recorrido panorámico con un examen, necesariamente somero, de las escritoras navarras en la Edad Contemporánea. Advertiremos un progresivo aumento de los nombres femeninos a partir de los siglos XIX y XX, hasta llegar a la plena incorporación de la mujer a las letras navarras en nuestros días.

El siglo XVIII

Comenzaré recordando la nueva edición de la autobiografía de la venerable sor Antonia Jacinta Navarra y la Cueva (Pamplona, 1602-Las Huelgas, Burgos, 1656); ya se había publicado en 1678 por Juan de Saracho (Vida y virtudes de la prodigiosa y venerable señora doña Antonia Jacinta de Navarra y de la Cueva), pero en 1736 José Moreno Curiel dio a las prensas una versión ampliada: Jardín de flores de la gracia, escuela de la mejor doctrina. Vida y virtudes… (Burgos, Imprenta de Atanasio Figueroa). Como es usual, sor Antonia Jacinta escribió su vida “por mandado de sus confesores”. El texto refiere su profundo amor de Dios, sus virtudes, sus visiones y experiencias místicas, sus estigmas y su fama de santidad.

Gracia Estefanía de Olavide (Lácar, 1744-Baeza, 1775), prima hermana de Pablo de Olavide, participó en las tertulias celebradas en los salones familiares, tanto en Madrid como en Sevilla, por los que pasaron destacadas figuras de la Ilustración. Escribió, al parecer, poemas, que no se han conservado. Tradujo Cénie (1750), comedia sentimental de Mme. de Graffigny, como contribución a la reforma teatral impulsada por Pablo de Olavide y el conde de Aranda. Fue estrenada en Aranjuez en mayo-junio de 1770, en el Teatro de los Sitios Reales, y contó con representaciones posteriores. También se menciona como suya otra traducción, Paulina, pero puede ser confusión con Paulina o el amor desinteresado, novela traducida por Pablo de Olavide. Jovellanos le dedicó una oda sáfica, “En la muerte de doña Engracia Olavide”, donde lamenta su temprana muerte.

Mencionaré en fin a Antonia de Roda, “religiosa cisterciense en el monasterio de Tulebras, de Navarra”, como autora de un soneto incluido en Aliento fervoroso, respiración festiva, voz sonora… (Zaragoza, 1724).

El siglo XIX

La figura de María Tadea Verdejo y Durán (Cascante, 1830-Zaragoza, 1854) se inscribe en la primera generación romántica española. Su vida artística y literaria se desarrolló principalmente en Zaragoza y Madrid. Entre sus obras poéticas, que firmaba como Corina, están una Oda a S. M. la reina doña Isabel II (1852) y Ecos del corazón (1853). También redactó un drama histórico, Catalina Cornaro, que no llegó a estrenarse. Verdejo ocupa un lugar destacado en el incipiente movimiento feminista; así, en La estrella de la niñez (obra publicada en Madrid en 1854, con prólogo de Gertrudis Gómez de Avellaneda) abogaba por la educación de la mujer. Además, fundó y dirigió (entre 1851 y 1852) el semanario La Mujer. Periódico escrito por una sociedad de señoras y dedicado a su sexo, desde cuyas páginas clamó contra la prostitución y defendió el derecho de la mujer al trabajo. Charo Fuentes le ha dedicado una monografía, hasta el momento inédita.

En el mismo rubro de las educadoras mencionaré a Capitolina Bustince Larrondo (Ujué, 1865-Segovia, 1934), profesora de Primera Enseñanza Superior y autora de un Compendio histórico del antiguo reino de Navarra, para uso de los niños de ambos sexos (1898); y a María Concepción Saralegui Lorente (Pamplona, 1825-1884), que compuso varias obras de contenido religioso. Sus novelas fueron premiadas en círculos católicos, lo mismo que sus poesías. Sus títulos más conocidos son Meditaciones para todos los días de la semana y Ramillete de flores a la nueva imagen de la Purísima Concepción (1858).

Más importancia literaria tiene Francisca Sarasate Navascués (La Coruña, 1853-Pamplona, 1922), enraizada en Navarra por sus vínculos familiares: era hermana de Pablo Sarasate y esposa de Juan Cancio Mena (de ahí que firmase algunos libros como Francisca Sarasate de Mena). Sus Cuentos vascongados (1896), trece relatos cuyas acciones están localizadas en pueblos de Navarra o las Vascongadas, son narraciones sencillas, historias y vidas vulgares contadas sin mayores alardes técnicos. Un libro para las pollas (1876), subtitulado Novela de costumbres contemporáneas relacionadas con la educación de la mujer, lleva la apostilla “Obra útil a las madres y a las hijas”, que revela su intención didáctica; Fulvia o los primeros cristianos (1888) es una novelita escrita a la manera de la Fabiola del cardenal Wiseman; presenta la historia de Fulvia, una joven y hermosa patricia romana convertida al cristianismo, que muere en la arena del Circo, alcanzando así la palma del martirio. Libros de carácter lírico son Horizontes poéticos (1881), Amor divino (oda publicada junto con Fulvia), Romancero aragonés (1894) y Poesías religiosas (1899). En fin, sus Pensamientos místicos (1910) recogen una serie de reflexiones cristianas.

El siglo XX

María Jesús Fernández de Arcaya y Oroz (Pamplona, 1910-?) publicó en la década de los 20 varias novelitas didáctico-sentimentales: La marquesa incógnita, Hasta el cielo, El amor fue quien venció o Resignación son relatos de corta extensión y cierta ingenuidad narrativa, con rasgos folletinescos, personajes de escaso calado psicológico y finales previsibles.

En 1949, María Dolores y María Rosario Araiz Arano y Ángeles Azanza Yábar publicaron, con el seudónimo Margarita de Navarra, la novela Junto a la ermita nació el amor, romántica historia sentimental protagonizada por Zoraida y Armando, con descripciones costumbristas de Ayegui, Irache y Estella. Al año siguiente, Consuelo Baquedano, también bajo seudónimo, Sibyla de Cumas, dio a las prensas su narración Iusiurandum (Juramento). Se trata de una intriga policiaca en torno a la muerte de varios miembros de una banda criminal formada por cuatro hombres que, para cometer sus delitos, habían unido su suerte por medio de un extraño juramento. Carmen Baroja y Nessi (Pamplona, 1883-1950), que utilizó el seudónimo Vera de Alzate, es autora de versos y de cuentos infantiles como Martinito el de la casa grande (1942), junto con obras de investigación antropológica. Perteneciente al grupo de mujeres del 98 que lucharon por la emancipación femenina, sus memorias fueron publicadas en 2001 por Amparo Hurtado.

Dolores Baleztena Ascárate (Pamplona, 1895-1989), además de Romerías navarras, Museo Histórico de Pamplona, Cancionero popular carlista, Saski naski de Leiza o Navarra por Santa María, escribió una novela de ambiente baztanés titulada La casa (1959). Por su parte, Sylvia Baleztena Ascárate (Pamplona, 1886-1978), colaboradora de Pregón con diversos artículos literarios, había publicado años atrás sus impresiones de un viaje a Tierra Santa: Jerusalén (1924).

María del Villar Berruezo de Mateo (Tafalla, 1888-San Sebastián, 1977), bailarina y escritora, vivió en París, de ahí que algunas obras suyas se publicasen también en francés: Alma desnuda / L’Ame a nu (1953), Mis nocturnos africanos / Nocturnes africains (1957), La tragedia de la Luz y de las Sombras (1961), D’oeuf marveilleux / El huevo maravilloso (1969 y 1971), Saudades… Toujours (1975); dejó inédita otra novela, La odisea gitana. De raigambre costumbrista es La Carpia, su burro y yo (1975), basada en los recuerdos de su niñez en Tafalla. Hoy la fundación tafallesa que lleva su nombre tiene por objeto estudiar y dar a conocer su obra. Inserta en la rica tradición costumbrista está la obra de Martina Lasa Anaut (Isaba, 1891-San Sebastián, 1985): Coplas roncalesas de la tía Martina (1968) y Coplas roncalesas (1971), entre otras obras.

María del Carmen Navaz Sanz (Pamplona, 1895-San Sebastián, 1989) empieza a publicar en la década de los 60, si bien sus técnicas narrativas permanecen ancladas en el siglo XIX. En sus escritos usó siempre un nombre literario: Carmela Saint-Martin, Carmela V. de San Martín, Karmele Saint-Martin. Sus títulos literarios, que se extienden de 1959 a 1982, son Ligeramente negro, Con suave horror, Después de los milagros, Animalitos de Dios, Señoras de piso, Los demonios mudos, Ternura infinita. Mi marido tiene cáncer, El servicio, Esas chicas que se marchan, finalista del Premio Sésamo 1969, El perro Milord, Nosotras las brujas, Las seroras vascas, Los rayos paralelos, Nosotros los vascos, Ene, doña Benigna! y Cuentos y leyendas del País Vasco. José Luis Martín Nogales publicó una antología de sus relatos, Cruel Venecia y otros cuentos (1994). Es la suya una narrativa en la que se mezclan fórmulas de la literatura criminal y de terror con el tema del mal, con un tratamiento cercano al realismo, el naturalismo o incluso lo fantástico. Destaca la relevancia del protagonismo femenino, pues suele presentar mujeres enfrentadas a crudas realidades que narran sucesos sorprendentes.

También en los 60 iniciaron su trayectoria María del Carmen Catalán (nacida en 1940), con Mástil de espumas. Poesías (1968) y la novela Aquellos (1969); y Carmen Iráizoz (Vera de Bidasoa, 1913-Pamplona, 2008), catedrática de Escuela de Comercio, quien publicó una trilogía de acusado realismo barojiano, Cuesta arriba, cuesta abajo, formada por Belzunegui. El ocaso de una familia (1969), Impaciencia (1971) y París, piedra de toque (1972), novela con la que obtuvo el Premio Blasco Ibáñez 1972. A la misma generación pertenece María Sagrario Ochoa Medina (Pamplona, 1930), colaboradora de Pregón y autora de tres poemarios: Brote de silencios (1974), Huellas en el barro (1998) y Rosas de mi fantasía (2001).

En el grupo de escritores del exilio republicano español se incluye María Luisa Elío Bernal (Pamplona, 1926-Ciudad de México, 2009), actriz y cineasta además de escritora. Su obra narrativa, formada por Tiempo de llorar (1988), Cuaderno de apuntes en carne viva (1995), Tiempo de llorar y otros relatos (2002), Voz de nadie (2017) y Tiempo de llorar. Obra reunida (2021), de tono autobiográfico e intimista, está marcada por la experiencia del exilio, siendo su tema nuclear la búsqueda de la identidad propia tras el desarraigo. Desde 2018 la Biblioteca Pública de Barañáin lleva su nombre.

María Blanca Ferrer García (Mélida, 1932-Pamplona, 1992), colaboradora de Pregón y Río Arga, publicó los poemarios Tarde gris (1967), Yoerías (1969), Un león en la basura (1982) y El tañedor de lunas (1987). Por su parte, Izaskun Salegui Rivera (Tolosa, 1950-Arróniz, 2014) cultivó el cuento (Encuentros, 2007), la poesía (Ecos de versos, 2008), la novela (Domingo de Louzaregos a Euskadi, 2011) y el relato infantil (Las aventuras de los Maneki Neko). María Pisador (Pamplona, 1976-2007) es autora de un poemario póstumo, Las horas conjugadas (2007), como el de Pilar Baigorri Arriazu (Tudela, 1961-2013), La aurora tiene columnas de hierro (2013).

En nuestros días

En el último tercio del siglo XX, y en lo que llevamos del XXI, la incorporación de la mujer a la escritura literaria en Navarra es total. Precisamente por lo extenso de la nómina, resulta imposible abordar aquí la producción de todas las escritoras navarras actualmente en activo. Destacaré, sí, que están cultivando todos los géneros literarios, particularmente la narrativa y la poesía, pero también el teatro y el ensayo, tanto en castellano como en euskera. Para más detalles remito a las nóminas establecidas por la revista TK para la narración (2016) y la poesía (2017) y al trabajo de Isabel Logroño “Escritoras navarras de los siglos XX-XXI. Influencia, visibilidad y nuevas plataformas” (Príncipe de Viana, 2018).