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Profesor Alban d´Entremont, maestro de geógrafos en la Universidad de Navarra

01/08/2024

Publicado en

El Debate

Juan José Pons |

Catedrático de Geografía

Con gran sorpresa y no menos tristeza he recibido la noticia del fallecimiento de Alban d'Entremont, profesor emérito de Geografía en la Universidad de Navarra. Había nacido el 24 de marzo de 1950 en Yarmouth (Nueva Escocia, Canadá) y murió el 27 de julio en Pamplona.

Conocí a Alban en el primer curso de carrera y a partir de ese momento fue mi profesor en varias asignaturas a lo largo de la licenciatura. En clase, Alban era un docente diferente a todos los demás. Poco apegado a seguir un programa inflexible de la asignatura, aprovechaba cualquier experiencia personal –en particular las provenientes de sus numerosos viajes por diferentes países y continentes– para exponer con maestría, ironía y mucho sentido del humor conceptos geográficos que formaban parte de la asignatura. Así, además de hacer muy amenas las clases, sus alumnos tuvimos siempre la impresión de viajar con él, de ser testigos muy cercanos de todo aquello que Alban vivía en primera persona. También dejaba claro a las primeras de cambio su origen canadiense y el amor a su tierra natal. No transcurrían muchas sesiones antes de que todos sus alumnos supiéramos situar perfectamente Nueva Escocia en el mapa, nos manejáramos con soltura en la geografía del golfo de Maine y conociésemos la economía, la historia y hasta el carácter de los habitantes de Yarmouth, su pequeña localidad natal.

Años más tarde, al convertirme en profesor del Departamento, tuve la ocasión de conocer otras facetas de Alban: como colega del claustro académico y como director del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio a lo largo de diecisiete años. En esta etapa y en los años posteriores –hasta su retirada de la vida académica en 2015– compartí asignaturas, algunos proyectos de investigación y muchas horas de convivencia en el seno de la junta del departamento, en los despachos y en las celebraciones que nos tocó compartir. Allí traté a Alban con mayor cercanía, le conocí mejor y fui testigo de su trayectoria profesional como demógrafo y de su vida familiar.

Después de haber convivido con él casi durante cuatro décadas y a modo de colofón de este obituario, me quedo con dos facetas de Alban que me gustaría poner en valor. En primer lugar, fue un gran conversador. Creo que nada le gustaba tanto como hablar con colegas y alumnos. Y hasta con los peregrinos del Camino de Santiago, que cruzan el campus universitario y con los que sacaba a relucir su dominio de diferentes lenguas. A esto ayudaba el catálogo interminable de anécdotas y sucedidos que tenía, fruto de sus viajes y de una fina capacidad de observación. Nada se le pasaba por alto y a todo le sabía sacar punta, con su continuo tono guasón, que hacía interesante y divertida cualquier charla.

También es digna de mención la pasión por su familia. Por Teresa, su esposa, y por sus hijos y nietos. A Eduardo, Mónica y Miguel los vimos crecer a través de sus visitas a la Universidad, cuando con cualquier excusa acompañaban a su padre al despacho. Y a los segundos, Alban –como todo abuelo que se precie– nos los fue “presentando” en cada encuentro fortuito o en cada visita. No se hacía de rogar: a la menor oportunidad aprovechaba para enseñarnos sus fotografías y contarnos alguna de sus ocurrencias. En todo momento, se le veía profundamente orgulloso de la familia.

Descanse en paz, querido Alban.