Miguel Angel Ariño, Profesor del IESE, Universidad de Navarra
Conflictos de intereses
El 11-S, los efectos del 'Katrina' y la desaparición de Arthur Andersen y Enron podrían haberse evitado.
¿Qué tienen en común los atentados terroristas del 11 de septiembre, el desastre causado por el huracán Katrina y la desaparición de la auditora Arthur Andersen? Pues que los tres sucesos o bien se podrían haber evitado -en el caso de lo del 11-S y de Arthur Andersen- o por lo menos sus consecuencias podrían haber sido menores, en el caso del huracán Katrina. En los tres se puede encontrar un conflicto de intereses que impidió que se tomaran las medidas necesarias para evitar estos sucesos.
Empecemos por el Katrina. Hace ahora cinco años, el 29 de agosto del 2005, ese huracán provocó devastadoras consecuencias en Nueva Orleans. Esta ciudad se encuentra por debajo del nivel del mar y, por tanto, muy expuesta a posibles inundaciones. Da la casualidad de que todos los años, al final del verano, se forman huracanes de distinta intensidad en el golfo de México. Algunos de ellos, devastadores. Era cuestión de tiempo que uno de gran potencia asolara la indefensa ciudad. Investigadores de universidades de EEUU habían hecho simulaciones por ordenador mostrando cómo quedaría Nueva Orleans en caso de ser azotada por un huracán. Sus conclusiones, una predicción exacta de lo que ocurrió, fueron publicadas en la revista Scientific American.
¿Por qué no se actuó si se sabía que esto podía pasar? Pues porque no se le prestó suficiente atención. Y no se le prestó atención porque defender a Nueva Orleans de posibles huracanes cuesta dinero. Pero los distintos grupos locales
-las petroleras, los productores de ostras, etcétera- presionaban en Washington para financiar y proteger sus respectivos proyectos e intereses, por lo que entre tantas peticiones defender a la ciudad de un posible huracán fue un asunto que quedó diluido entre otros proyectos, con lo que no llegó a ser una prioridad. Los conflictos de intereses impidieron que se evitase un desastre que era previsible.
¿Qué pasó con Arthur Andersen? Pues también un conflicto de intereses, pero de otro tipo. Las compañías auditoras se encargan de certificar que la contabilidad de las empresas que cotizan en la bolsa refleja fielmente la realidad económica de la compañía. Y esto se hace para que los posibles inversores puedan disponer de información fidedigna a la hora de decidir en qué compañías invierten su dinero. Hasta aquí, todo bien. Pero en el momento en que las auditoras comienzan a ofrecer servicios de consultoría empieza el problema. ¿Cómo una auditora que está cobrando cada año un millón de dólares a una empresa por sus actividades de consultoría se va a atrever a no certificar la veracidad de los estados contables de esa empresa? Sería de locos. La perdería como cliente tanto de consultoría como de auditoría.
Eso es lo que pasó con Arthur Andersen y Enron. La factura que Arthur Andersen pasaba anualmente a Enron por sus servicios de consultoría era de más de 25 millones de dólares, superior a la factura por los servicios de auditoría. Cuando Enron empezó a tener problemas, Arthur Andersen debió hacer la vista gorda y siguió firmando la veracidad de las cuentas. Cuando estos problemas empezaron a trascender al público general y empezó una investigación, se empezaron a destruir papeles comprometedores. Enron desapareció por sus propias pérdidas, y Arthur Andersen, porque perdió la confianza de sus clientes.
Algunos informes en poder del Congreso de EEUU ya habían alertado del conflicto de intereses que se producía y aconsejaban que se prohibiera a las compañías encargar servicios de consultoría a sus auditoras. Pero, claro, allí estaban las auditoras convenciendo a los políticos de Washington de que quien conoce la situación económica de una compañía es quien está en mejores condiciones de aconsejarla como consultor. Nunca hubo reforma alguna.
¿Qué pasó con el 11-S? Lo mismo: conflicto de intereses. Numerosos informes, uno de ellos realizado por una comisión a cargo del vicepresidente Al Gore en 1996, alertaban de la falta de seguridad en los aeropuertos y aerolíneas en EEUU. Recomendaban, entre otras cosas, que se comprobara que todos los dueños de las maletas facturadas realmente viajaban en los respectivos aviones. Recomendaban también un más exhaustivo control en los detectores de metales. Poner en práctica todas estas recomendaciones suponía un mayor coste para las aerolíneas, y estas, una vez más, lograron convencer a los políticos de Washington de que eran innecesarias. No se hizo nada.
¿Qué tienen en común el desastre del Katrina, la desaparición de Enron y Arthur Andersen y los atentados del 11-S? Pues que en los tres casos se sabía de antemano que podía pasar lo que finalmente pasó. Que en los tres casos la probabilidad de que ocurrieran esos desastres en un momento dado era muy pequeña, pero la probabilidad de que pasaran en algún momento de los años siguientes era muy grande. Que en los tres casos hubo presiones de grupos interesados en que no se tomara ninguna medida. No se hizo nada por evitar lo que se había predicho de antemano que pasaría. Además, ningún político pasa a la historia por haber evitado cosas.