Gerardo Castillo, Profesor emérito
Niños hiperrealizados
Sabemos que el niño de hoy es diferente del niño de épocas anteriores. Aunque esencialmente es siempre el mismo, adquiere nuevas identidades por influencia del contexto social en el que vive. Margaret Mead descubrió en Samoa que el carácter del niño suele definirse en función del entorno en el que se ha criado.
¿Cómo están afectando los actuales contextos sociales al desarrollo infantil? ¿Los niños de ahora son tan felices como los de antes? ¿La infancia sigue siendo la edad menos problemática?
Veamos cómo es la forma de vida de muchos niños de hoy:
-No están en la calle, sino en espacios cerrados, donde pasan muchas horas ante una pantalla;
-Llenan su tiempo libre con actividades extracurriculares impuestas por sus padres, por miedo a que más adelante fracasen en una sociedad muy competitiva;
-Apenas juegan. Lo impide la falta de tiempo y el consumismo de internet. Antes los juegos eran inventados por los mismos niños y se realizaban en vivo: “Papá, estoy jugando a las carreras de chapas en la plaza con mis amigos”. Ahora, en cambio, los juegos son virtuales: “Papá, estoy jugando a las chapas en Nintendo”.
-La idea tradicional de la infancia como la edad de la inocencia está desapareciendo, debido sobre todo a la amplia y no controlada información que llega al niño con su móvil o tableta conectados a internet.
Estas actitudes contrastan con las de hace tan sólo 50 años, originadas en el siglo XVII. El niño dejó de ser visto como un adulto en miniatura para ser considerado como alguien diferenciado, con entidad propia. Posteriormente, tal concepción de la infancia se revalorizó con la llegada de la modernidad (siglos XVIII- XIX), en la que resurgió el interés por el mundo del niño. Esa infancia es la que evocó con nostalgia Antonio Machado en su poema “Retrato” (1906).
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,/ y un huerto claro donde crecía el limonero”.
Muchos años después el poeta volvió a evocarla en su último verso, encontrado casualmente en un papel arrugado dentro de su bolsillo, tras su fallecimiento en el exilio de Colliure: (1939) “Estos días azules, y este sol de la infancia”.
¿La infancia de ahora nos deja también huellas y recuerdos que son fuente de felicidad? Pienso que no tanto, pero hay excepciones. El cineasta Robert Redford, tras jubilarse, realizó películas solo para niños, movido por la nostalgia de la infancia perdida. Lo declaró en una entrevista: “La infancia es un mundo de magia. Quiero recuperar esa magia que está siendo oscurecida por la tecnología despertando al niño que llevo dentro”.
Esa infancia mágica se está perdiendo también debido a que ya no es vista como “ser -niño”, sino como “no-ser aun adulto.” El fácil acceso a las imágenes virtuales convierte a los niños en consumidores y les estimula a valorar más la información obtenida en internet que las pautas y normas establecidas en la familia y en la escuela.
Los niños de ahora se sienten autosuficientes; creen que no necesitan la ayuda de los adultos para informarse, ya que con el ordenador pueden llegar a saberlo todo. Esta actitud les está creando problemas de conducta inéditos. Por ejemplo: déficit de atención, hiperactividad, ansiedad, fobia social.
Narodowski (1999) sostiene que la cultura mediática está provocando nuevas identidades infantiles, como, por ejemplo, la de la “infancia hiperrealizada”: los niños atraviesan de forma vertiginosa el período infantil de la mano de las nuevas tecnologías, adquiriendo un saber instrumental superior al de muchos adultos.
Esa pretendida realización personal por medio del activismo, no es más que una fuga de la infancia. Afecta especialmente a los niños del período comprendido entre los seis y diez años, considerado tradicionalmente como “la edad del escolar,” debido a que en ese momento el niño siente deseo de aprender y se esfuerza gustosamente por conseguirlo.
Muchos niños de hoy pasan varias horas diarias con el ordenador, no para aprender y saber, sino simplemente para informarse sobre curiosidades y divertirse.
Las nuevas tecnologías potencian valiosas habilidades aplicables al aprendizaje, como la búsqueda de información, pero si se usan mal pueden frenar algunos talentos necesarios para crecer armónicamente, entre ellos la imaginación. Si a esto se suman las excesivas actividades extraescolares, el resultado es niños agobiados y estresados que miran el reloj casi tantas veces como lo hacen los “ejecutivos” de empresa.
Los niños hiperrealizados no suelen ser precoces. Su aparente superior madurez expresa simplemente una infancia acelerada que puede acabar desvirtuada.
Una posible fórmula para salir de esa situación sería la siguiente: menos internet y uso del teléfono móvil en edades tempranas y más reflexión, lectura sosegada y ocio creativo. Esto implica pasar del vértigo al éxtasis.